Una semana, una poeta: María Beneyto

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«Y, con todo, ya veis, no tengo miedo».

Fotografía del archivo de Josep Carles Laínez

María Beneyto nació en Valencia en 1925 aunque a los tres años su padre decidió trasladarse con toda la familia a Madrid para probar fortuna como autor teatral. Sin embargo, la inestabilidad económica les obligó a regresar a Valencia en 1937. Durante los años duros de la posguerra, se va forjando de manera autodidacta la sensibilidad poética de María Beneyto y será a una temprana edad cuando se inicia su trayectoria poética con la publicación en 1947 de Canción olvidada, libro que recogía la producción de adolescencia. Empiezan entonces los primeros contactos con los círculos literarios de la ciudad con la peculiaridad de encontrarse en una situación cultural de bilingüismo que hará que se vaya decantando alternativamente por escribir en castellano y en valenciano. A este primer conjunto de poemas le seguirá en 1952 Eva en el tiempo, uno de sus libros más paradigmáticos, en el que quedan patentes algunos de los rasgos definitorios de su poética, entre los que destaca la constante presencia de un sujeto testimonial comprometido con su realidad social más inmediata, capaz de alzarse frente a las injusticias sociales. Esa voz lírica reivindica al tiempo un sujeto lírico femenino y testimonial, de ahí la identificación con Eva, personaje femenino que en la poesía de Beneyto adquiere connotaciones simbólicas, es la mujer universal y protectora, la madre penitente que llora el dolor del mundo. Del mismo año es su primera publicación en valenciano, Altra veu (1952), editado por Xavier Casp, en el que la poeta reivindica no sólo otra voz, sino la posibilidad de que la poesía pueda trascender la situación de opresión política en la que se vive en la ciudad, vista como opresora frente al mundo rural, que es concebido como espacio en libertad. En 1954 aparece Criatura múltiple, libro premiado por la Diputación de Valencia, cuyo título ya recoge el carácter plural de ese sujeto lírico femenino que configura uno de los rasgos más destacables de la poesía de María Beneyto. Dicha multiplicidad permite recuperar una serie de imágenes recurrentes en su poesía con las que el sujeto se identifica y que al tiempo representan la voz de un sujeto solidario y social. En su obra, la mujer aparece como criatura elemental tanto de tierra como de agua o aire. Con su siguiente libro, Poemas de la ciudad (1956), accésit del Premio Boscán, la ciudad abre un espacio de posibilidades nuevas y se vincula con la poesía social al recuperar el drama y la desesperanza de tantos seres desarraigados que transitan por las noches de las ciudades modernas. Ese mismo año publica Tierra viva, con el que había conseguido un accésit al Premio Adonais. En él, se aleja de la temática urbana que había predominado en libros anteriores y abre paso a una poesía donde cobraba fuerza la comunicación directa con la naturaleza. La tierra es el elemento nuclear alrededor del que gravitan todas las imágenes con las que se identifica el sujeto. En Ratlles de l’aire (1956), que obtuvo el premio “Ciudad de Barcelona”, encontramos la presencia de la temática religiosa, un tanto atípica en su producción,  más vinculada a la reflexión existencialista y a la contemplación de la naturaleza. Unos años más tarde, publica Vida anterior (1962), libro que recupera una nostalgia de la infancia, un mundo en el que sólo reaparece en el espacio irreal de los sueños. Pero lejos de ese paraíso perdido, también la infancia es vista desde el prisma dramático de la guerra; la memoria histórica nos devuelve el tiempo del dolor amargo y el hambre. La poesía de María Beneyto refleja un sujeto marcado no sólo por su género sino por la circunstancia social y política del entorno y el tiempo en el que vive y escribe. Sus poemas fueron recogidos en las antologías más representativas del momento como fueron Veinte años de poesía española. Antología 1939-1959 (1960) de J.M.Castellet, Segunda antología de Adonais (1962) y Antología de la nueva poesía española, 1962-1963 (1964) de J.Martos o en Poesía social española contemporánea. Antología 1939-1964 (1965) de Leopoldo de Luis. En la poética que presentó para esta última, hacía referencia precisamente a que el poeta debe participar de las inquietudes y problemas de la comunidad humana a la que pertenece, por ello el compromiso es un deber moral ineludible.

            Algunos de los temas, símbolos e imágenes característicos de la primera época se repiten en su obra posterior, como los recuerdos de la infancia y las duras condiciones de vida de la posguerra, que reaparecen en Biografía breve del silencio (1975), escrito a raíz de la muerte de su madre. Desde entonces la autora se sumerge en un silencio editorial de casi veinte años roto en 1993 con la publicación de Hojas para un día de noviembre, libro que brota de la nostalgia otoñal del pasado, aunque en realidad es un libro de transición puesto que sus poemas fueron escritos mucho antes, entre 1975 y 1976. En el prólogo al mismo, José Albi diferenciaba tres periodos en la poesía escrita en castellano por María Beneyto: un primer periodo formado por toda la «poesía de iniciación y joven madurez» de la autora, escrita entre 1947 y 1964, reunida por Plaza & Janés en 1965, y que constituiría en núcleo más unitario de su obra; un segundo periodo que configuraría la «poesía de transición», cuyos libros más representativos serían Breve biografía del silencio (1975), escrito entre 1965 y 1966, y El agua que rodea la isla (1974), libros poco distribuidos y por tanto mal conocidos,  y, por último, la «nueva poesía» escrita entre los años 1975 y 1992, y publicada a partir de 1993. A estos títulos habría que añadir los publicados en valenciano en estas fechas: Altra veu (1952) y Ratlles a l’aire (1956), que quedarían incluidos en el primer periodo, y Vidre ferit de sang (1977), libro con el que obtuvo el premio Ausiàs March de Gandia, que pertenecería a la  época de transición, pues aunque supera el margen cronológico establecido por Albi, se trata de poemas escritos entre 1956 y el año de su publicación. Entre los rasgos que señala Albi como característicos de esta última etapa de la autora se incluirían la continuidad en temáticas y en formas de expresión con ciertos libros de la etapa anterior, en especial con Vida anterior y Criatura múltiple; la búsqueda de nuevas formas en las que se hallan moldes renovados, llegando a usar incluso formas de origen surrealista; la atenuación de elementos autobiográficos; el paso de una mirada más colectiva a otra más individual; un cierto enriquecimiento retórico así como la progresiva presencia de lo misterioso en la cotidianeidad. Los libros publicados al principio de los años noventa presentan asimismo una visión más desencantada de la realidad y aunque predomine en ellos la introspección intimista no deja de lado su mirada solidaria, en particular Nocturnidad y alevosía (1993), muy relacionado con los «Nocturnos» de su Poemas de la ciudad, que recupera el tópico finisecular de la vida decadente en las ciudades modernas. Como dice la autora en la introducción a la antología Archipiélago. Poesía inédita 1975-1993: «Y es que a mí, esas noches de las ciudades invadidas tantas veces por el drama y la desesperanza, me obsesionan. Pero, junto al alcohólico pertinaz y las niñas drogadictas, hay sueños humanos sanos y simples, que escapan hacia la noche en forma de esperanza». Son libros que en general presentan una cierta renovación y experimentación estética con respecto a los anteriores. En Para desconocer la primavera (1994), por ejemplo, los poemas repletos de tópicos románticos están incluso en una línea más cercana a tradición metaliteraria de desmitificar algunos tópicos más destacados de la poesía becqueriana. En cambio, en  Días para soñar que hemos vivido (1996) se acerca más a un irracionalismo poético debido sin duda a un progresivo oscurecimiento del lenguaje. A estos libros hay que añadir en los últimos años: Elegies de pedra trencadissa (1997), Balneario (2000), donde resurge la temática de la multiplicidad de voces unida a la memoria del sujeto, en el limite entre lo real y lo irreal, Casi un poco de nada (2000) y Bressoleig a l’insomni de la ira (2003). Si la primera etapa de María Beneyto, hasta 1975,  se distingue por una tonalidad más confidencial, realista y directa, por un lenguaje sencillo, la última en líneas generales se caracteriza por un lenguaje más simbólico donde predominan los recursos retóricos y las imágenes irracionales. No cambian en esencia los motivos temáticos pero sí el tono, el enfoque, la perspectiva.

Fuente: https://www.poesco.es/fichas-biobibliograficas/item/40-maria-beneyto-1925-2011.html

POEMAS

Museo romántico

Dama desconocida. Esquivel.

(Me hace daño

la luz.)

A ella, no. A ella

la protege, la inventa,

falsifica

las fases sucesivas

de su inmovilidad.

La trae

hacia el televisor

donde quiere asomar sombras,

residuos,

restos de lluvia, manos

inactivas,

huidas que se acercan,

tiempo, nube, oquedades,

silencios que alguien lleva en grito,

o simplemente músicas perdidas

y olvidadas.

Románticas blondas. Abanicos que huyen

-no abanicos no, son golondrinas

que exhiben plumón y ala- rozan

la fiebre del latido.

Dama en negro (travestida tal vez

de golondrina)

asomada al pequeño barandal del aire

para no ser jamás.

Desesperado

el alarido se estremece,

se re inventa la tristeza,

se suicidan las ansias de vivir

de tanto querer ser y no ser vida…

El museo te guarda, dama angélica,

que huyes de ti misma, que no quieres

ser mujer, sino extraña

forma de lo imposible,

isleña de ti misma,

rodeada

de semáforos tuertos

y asfaltos que te ignoran.

De «Para desconocer la primavera» 1997

Amigo íntimo

Y, con todo, ya veis, no tengo miedo.

Lo tuve, sí, lo tuve cuando era

la luna un círculo de luz helada,

el agua una llamada irresistible,

los árboles un grito monstruoso

de la tierra, y mis manos un extraño

temblor. Hoy no. Estoy libre, estoy atenta

a mis propias pisadas, que no evitan

tropezar con los huesos esparcidos

de la desolación que me rodea.

Estoy casi contenta de irme lejos,

acarreo abundancias abusivas,

enseres inservibles, semilleros

que tienen que brotar por el camino…

El miedo era un hermano muy pequeño

que había que cuidar de que pudiera

caerse y añadirse hasta volverse

un pánico feroz, era una leve

suavísima ternura, tan querida,

que había que cubrir hasta asfixiarla

para que no creciese más. (Su muerte

se duerme aquí en la mía de algún modo).

No tengo miedo, y por lograr ahora

la paz, me voy sin él. (Dadle una tierra

benigna a su cadáver, casi el mío).

Ya veis, por no tener, ya ni siquiera

tengo a mi amor de siempre, al pobre miedo

que tan fiel compañía dio a mi vida.

De «Casi un poco de nada» 2000


Equipo de Redacción

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