Una semana, un poeta: José Manuel Caballero Bonald; por Fran Picón

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En 2005 fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas, y en 2006 con el Premio Nacional de Poesía por su libro Manual de infractores.

José Manuel Caballero Bonald

(Jerez de la Frontera, 1926) Escritor español cuyas poesías y novelas se caracterizan por el barroquismo y un cuidado perfeccionista del lenguaje. De madre francesa y padre cubano, estudió letras en Sevilla y durante años desempeñó el cargo de profesor de literatura española e hispanoamericana en la Universidad Nacional de Colombia. Poeta y novelista, además de investigador folclórico, en este último campo escribió valiosas monografías sobre música popular y dirigió un archivo de grabaciones. Ganó el premio Biblioteca Breve con su novela Dos días de setiembre (1962), que fue traducida a varios idiomas. Además, obtuvo los premios de poesía Boscán, en la edición de 1958, y el de la Crítica de 1959.

Su primer libro de poemas fue Las adivinaciones (1952), al que siguieron Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956), Las horas muertas (1959), El papel del coro (1961) y Pliegos de cordel (1963). Estos libros fueron agrupados en un solo volumen con el título de Vivir para contarlo (1969). Posteriormente publicó Descrédito del héroe (1977), Selección natural (1983) y Laberinto de fortuna (1984), entre otros títulos. Su poesía fue concebida como una obra de matiz intelectual que participó de la experiencia vivida y se inscribió plenamente en la Generación del 50. Como novelista, Caballero Bonald ha publicado varios libros vinculados a la Baja Andalucía o a temas que desbrozan la intimidad, como el mencionado Dos días de septiembreÁgata ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de agramante (1992). En 2005 fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas, y en 2006 con el Premio Nacional de Poesía por su libro Manual de infractores.

POEMA

  1. ESPERA (DE LAS ADIVINACIONES)
    Y tú me dices
    que tienes los pechos rendidos de esperarme,
    que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
    que has perdido hasta el tacto de tus manos
    de palpar esta ausencia por el aire,
    que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
    Y tú me lo dices que sabes
    que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
    de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
    de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
    una nueva manera de rescatarte en vano
    desde la soledad en la que tú me gritas
    que sigues esperándome.
    Y tú me lo dices que estás tan hecha
    a esta deshabitada cerrazón de la carne
    que apenas si tu sombra se delata,
    que apenas si eres cierta
    en la oscuridad que la distancia pone
    entre tu cuerpo y el mío.

Equipo de Redacción

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