«Resplandor de una nube con memoria», de Alma Karla Sandoval; por Nora Brie

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La artista visual Nora Brie nos presenta la obra «Resplandor de una nube con memoria», de Alma Karla Sandoval

Presentación del 14 de marzo de 2024, en Yautepec, Morelos

Estamos aquí para, como dice en este libro el citado Montaigne, hacerle honor al “más fructuoso y natural ejercicio de nuestro espíritu”, la conversación.

Alma Karla provoca siempre, hacia dentro y hacia afuera, cuestiona todo, hasta su oficio, su casa, su soledad decidida. Sus decisiones.

Ejerce el oficio de poeta sin un título que lo especifique así, que en su inmenso proceso creativo se convierte en el patito feo de todas las artes, poco fotogénico, nada atractivo… nadie quiere ver a una poeta escribir tres palabras en una hora o clavar la vista en lontananza mientras permanece inmóvil por largos minutos, nadie, hasta que se produce el parto, hasta que el libro está en nuestras manos y traza el camino, hacia la gloria o el infierno, pero camino al fin.

El mundo editorial se ha vuelto exigente, apremia, demanda aprender a “moverse” en una falsedad vigente, en las exigentes redes digitales que muestran felicidad ausente, que maquillan las heridas del alma (porque esas nos vuelven vulnerables) y hasta justifican genocidios, como el de palestina, mientras normalizan la burla de soldados israelíes hacia sus víctimas, estimulan el odio, el desprecio, refuerzan los estereotipos y el “sentido común” (el pobre es pobre porque quiere). ¿Debemos “movernos” en esa dirección?

Alma Karla tiene publicados más de veinte libros, más de treinta, creo, ya no puedo seguirle el paso, va rauda ventilando su alma (el alma de Alma). Ninguno es desechable, créanme, cada uno es un tesoro. Hay una novela “Desde el corazón siberiano” que es sublime y que su poderosa casa editorial Random House, no ha republicado porque no es best seller, pero está agotada. Ningún sello editorial apostará por alguien que no vende, nos dice, yo le agregaría: que no vende muchísimo. Aunque su novela esté agotada, Random House no apostó por ella. “Negocios son negocios”. Porque, además de no vender rápido y muchísimo, agotar pronto la edición para que lectores -consumidores- entren en el espiral de ansiedad que exija la reedición, Alma Karla es mujer, y eso la mantendrá siempre en desventaja. Su escritura pasará por dobles, triples filtros. El de la calidad literaria (hoy venida a menos si promete grandes ventas), la temática (que no aburra), y la perspectiva desde donde escribe. Demasiado feminismo no es conveniente, mucha profundidad agota, deprime, y hablar de cosas de mujeres desde sus limitadas o incomprensibles miradas no seduce a nadie (que sea hombre). Y si se les ocurrió publicarte, estarás expuesta a la crítica más feroz y a la descalificación, como le ocurrió a Cristina Rivera Garza durante la premiación de su libro El invencible verano de Liliana, hecho que la autora abunda en esta obra.

“Creo en la libertad de la literatura, en sus ágoras, refugios. Entro en la fortaleza de un ensayo para entender la muerte, para encontrarla menos angustiante con un conocimiento de causa agridulce que, paradójicamente, consuela”. Quien escribe no está muerto, nos dice, porque “en la palabra hay salidas o remansos”. Y nos invita a leer con “las gafas púrpuras”.

El inicio del texto revela todo. La pandemia con sus más temidos demonios: el miedo, la soledad, el aislamiento, el silencio. La vida se convierte en incertidumbre en medio de una quietud angustiante. Exhibe la desnudez humana y la barbarie que nos habita en un mundo agresivo como el virus, se revelan las fuerzas de la creación y la destrucción. La muerte y la inmortalidad. Somos capaces de matar o dejar morir porque el miedo inducido nos gobierna. Capaces de aplaudir o golpear a la misma persona, a la enfermera que se arriesga en el hospital o que nos arriesga en el supermercado. Sálvese quien pueda, es la consigna.

La escritura se convierte entonces en la vacuna ante el virus. El ensayo, ¿es refugio o tabla de salvación en el confinamiento? Es parte de la bioescritura o bioliteratura: el ensayo, la biografía, el diario, las memorias, las bitácoras, que nos ahondan en los otros interiores, es el único refugio a salvo de los demás, pero no de nosotras mismas. “Sólo entonces las voces de lo leído para matar la angustia, de lo observado para ser quienes descubrimos que no éramos, -nos dice la autora- se fue tejiendo dentro de los marcos de una hibridez centáurica en quien esto escribe, para bien o mal”.

Citando la idea de Foucault, Alma Karla revela que “Las sirenas son la forma prohibida de la voz atrayente”, y yo pienso: seamos sirenas, entonces. Ella ya lo es, es esa voz atrayente (si no, expliquémonos por qué estamos aquí reunidos) que se niega al destino manifiesto que el patriarcado decidió para las mujeres. Por eso atrae y aterroriza, “el rechazo a toda maravilla, proviene del temor antiguo de los filósofos: miedo a sentir, ¿no habremos olvidado ese miedo?” Finalmente, citando a Karen Blixen nos dice: “La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar”. Y yo pienso en las sirenas habitando los mares profundos, salados, seduciendo desde las suaves orillas o desde los afilados peñascos.

Arrojarse, hundirse, mojarse, exponerse, eso es para Alma Karla la escritura. Y es a costa de todo, del rechazo, del estigma, y, por qué no, de la popularidad, tan atrayente como agobiante.

El ensayo se vuelve entonces un islote navegante que se acerca a veces a la poesía, otras a la filosofía, que las ama a ambas, pero insiste en su navegar solitario que le permita huir, escapar, vencer ilusoriamente la realidad de un país que salpica sangre. Cada realidad se interpreta para poder soportarla, la humanizamos, ¿la justificamos? El agua cobra sentido cuando tenemos sed, nos afirma.

Pero Alma Karla no se queda ahí. Inventa el ensacirro, el subgénero que se ancla en las etéreas nubes y coquetea con la poesía, en una frontera volátil de ensoñación pasajera. Las nubes son la metáfora del caos que es la vida, aunque se empeñen en simular orden y puedan ser estudiadas por la ciencia. Las nubes son agua suspendida, gases, pero también partículas contaminantes, ceniza, humo, polvo. Las nubes navegan, nos hechizan, pero también oscurecen y se precipitan. Se ausentan. Nos seducen con sus diferentes formas y espesores, tapan el sol, velan las estrellas, disparan nuestra imaginación, a veces nos traicionan (queríamos ver el eclipse, pero ellas se interpusieron, despiadadas).

“La desmemoria es una hoguera aciaga, por eso la lluvia del ensayo, sus tormentas, para apagar esos fuegos”, nos dice la autora, que transita entre la luminancia y la calima, entre la brillantez y la bruma, en una perpetua dualidad centáurica que la aprisiona. ¿Puede el centauro volverse completamente humano o completamente equino? No. ¿Dónde recuperar la armonía? La vida real no es armónica, habitamos ese mundo de hogueras y tormentas, de lluvias copiosas y de chipi chipis que en ocasiones logran apagar rescoldos de lumbres olvidadas.

Cita a Clarice Lispector “escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y nunca se entiende a menos que se escriba”. También nos arrastra a los lectores, a las lectoras, hacia laberintos, tormentas interiores, y nos arroja espejos para que nos miremos y decidamos si estamos donde queremos estar.

El nomadismo es una apuesta que brinda la distancia necesaria a lo habitual -no nos acostumbremos, que lo cotidiano no devenga en tedio- y nutre, pero puede convertirse en laberinto. Y no, Alma Karla, prefiero, como tú, las llagas del cuerpo sin brújula, buscando la salida con el baile de la grulla, que la certeza del robot programado hasta la lástima.

Y yo te devuelvo tu pregunta, Alma Karla, la pregunta de esa niña sobre la barca agitada ¿cuánto viento necesita una ola para manifestarse? Que la ola que nos revuelque sea siempre esa que citas de Morábito: joven, esbelta, ardiente, la que nos deja el cuerpo molido y el corazón ardiente. Como el tuyo, Alma Karla, como el tuyo.

Equipo de Redacción

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