Las iglesias de los famosos; por Alma Karla Sandoval

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Alma Karla aborda el fenómeno mediático de “La casa de los famosos, México”, uno de los realities más vistos de la historia.

 

Escribo ahora sobre este tema y no antes porque al fin comienza a bajar la espuma de lo que ha sido el fenómeno mediático de “La casa de los famosos, México”, uno de los realitys más vistos de la historia. No es casual que sea en la República Mexicana donde la infatuación por un proyecto televisivo de esa clase concitara a millones de personas. Sí, a millones de espectadores y votantes para elegir al ganador en uno de los circos romanos más exitosos de nuestro tiempo. Los mexicanos, como los argentinos y los brasileños, creo que vale decir los latinoamericanos, suelen caer rendidos ante historias de éxito deslumbrantes porque se identifican fácilmente desde los vacíos del tercer mundo con personajes que “vienen de abajo” y sortean cualquier dificultad por más inverosímil que parezca. Después de todo, Susanita, amiga de Mafalda, tiene razón, ¿a quién le interesa una telenovela en la que el protagonista no sufre?  

Después de todo, Susanita, amiga de Mafalda, tiene razón,

¿a quién le interesa una telenovela en la que el protagonista no sufre?  

Pues bien, imagínense que el país de los once feminicidios al día, uno de los más machistas del mundo, acaba de hacer ganadora del programa más exitoso de Televisa a una mujer trans. Esto sorprende y hasta suena a canto de victoria porque tal vez esa sociedad no esté del todo descompuesta, quizá aún quede algo por salvar. Pero si analizamos a fondo, creo que no. Aclaro que no estoy en contra de la inclusión de ninguna persona transgénero ni integrante de la comunidad LGTBIQ+, al contrario. No obstante, debemos hacernos algunas preguntas en medio de una marejada mediática y celebratoria.

Presté mucha atención a las últimas emisiones del reality. Noté que la voz conocida como La Jefa, la supuesta máxima autoridad en “La casa de los famosos”, la dueña y señora del espacio que les decía a todos los habitantes qué hacer, hacia dónde dirigirse; la que los regañaba o ponía límites, utilizaba el tono religioso. Al salir el joven Emilio, uno de los cinco finalistas, hijo de una vedette y un productor, dicha voz con una dulzura impostada comenzó la despedida de este integrante con esta oración: “Emilio, tú, el más pequeño de mis hijos…” Entonces caí en la cuenta de que le hablaba como la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, el mítico indio del cerro del Tepeyac. Paré oreja en la gran final y La Jefa volvió a hacer lo mismo con cada uno de los finalista y con la ganadora, claro.

Mi primera intuición, los productores de este show televisivo son unos genios, no prepararon un programa para televidentes, sino para feligreses de una iglesia perdida porque a falta de templos en un horizonte ultraviolento, en el paisaje forense mexicano, la catedral de la fe, de las ilusiones de un pueblo que votó por un tlatoani más que por un presidente, se convirtió en un set con forma de casa trabajando veinticuatro horas, grabando con cámaras de alta tecnología todos y cada uno de los movimientos de veinte personas dispuestas a ser observadas permanentemente. Sí lo pensaron de esa manera, basta con los nombres de los dos cuartos, los dos equipos: cielo e infierno; ángeles o demonios.

¿Curioso que la ganadora haya sido Wendy Guevara, la trans originaria de León, ciudad de uno de los estados más conservadores de México, Guanajuato, principio y fin del llamado Cinturón azul panista? Sí y no. Amén de la personalidad cautivante, de la actitud valiente, auténtica, del humor, del talento para el chiste rápido, para fabricar alegría, amén (escribo está palabra también con toda intención) de la historia extraordinaria de esa mujer que como niño en un barrio pobre fue atropellado por un automovilista que intentó rematarlo pasándole dos veces la llantas del vehículo por el cuerpo; más allá del padre drogadicto y borracho, violento, de la incomprensión familiar, de haber tenido que dejar los estudios, del abuso sexual, de verse obligada de joven a dedicarse a la prostitución y enfrenar adicciones, más allá de la precarización viviendo en lugares donde calentaba sopas Maruchan improvisando una hornilla con piedras y estopa, quiero decir, amén de ese destino injusto que por desgracia aún es el de la mayoría de las mujeres transgénero, como bien denuncia Camila Sosa, premiada escritora argentina cuya transición de hombre a mujer tampoco resultó fácil, Wendy Guevara es un pieza más con la que Televisa se lava las manos orondamente y presume estar a la altura de esta época, de ser una empresa políticamente correcta donde caben todos ¡hasta un trans maravillosa, toda una anomalía sobreviviente, un ejemplo de resiliencia con extensiones platino, es decir, blanqueada; e implantes mamarios que pesan cada uno un kilo y cuya historia  de cómo se los colocaron sedujo a los 18 millones de espectadores que votaron por ella!

Repito: 18 millones, ya quisiera cualquier político de este mundo esa cifra de popularidad. Podría, incluso, convertirse en gobernadora del mismo Guanajuato o, ¿por qué no?, presidenta de la república tomando en cuenta que otros personajes sin títulos universitarios, sin la más mínima cultura, como Vicente Fox o Cuauhtémoc Blanco quienes llegaron a ser, respectivamente, primer mandatario y, el exjugador del América, gobernador de Morelos. Si eso ocurriera, Wendy ya no sería un fenómeno raro. Sospecho que lo sea sin denostar su triunfo, pero mirándola con un micrófono patrocinado por Sedal diciendo que resulta y resalta lo otro, entronizándose desde el bullying que se normaliza, desde la violencia verbal, el pastelazo fácil de la carrilla más soez que bobalicona, consigue otro triunfo del que nadie quiere hablar y lo haré yo para poder dormir tranquila, en paz con mi consciencia feminista: Wendy , junto con el team infierno, logró eliminar a las mujeres cis, sacarlas de la jugada, borrarlas del plató.

Si bien el estratega, Sergio Meyer, decía que el juego de su habitación nada tenía que ver con el género, mintió todas las veces que lo comentaba. La misma Wendy, al salir de la casa, admitió que a los primeros que quiso sacar fueron a los rubios naturales porque ella no lo es (lo dijo en “broma”). De tal manera que no nos extrañe que también quiso sacar a las mujeres con algo que ella no: vagina, útero, matriz, etc. Marie Claire, Sofía, Ferka, Raquel son cuatro famosas que se han dedicado al modelaje, tres de ellas son jóvenes, poseen personalidades fuertes y cuerpos de portada de revista, por eso mismo fueron las primeras eliminadas de un juego como metáfora de una sociedad cuyo imaginario es cada vez más falócrata. En suma, por ellas no votaron porque no las quieren ver, el público no consideró interesante su calidad de “muebles” o “comodines”, ¿su cosificación?, ¿el eterno destino de la función únicamente reproductora de las que son tiranizadas por la especie?

No olvidemos que Wendy aún tiene pene y no lo despreciaba por ser, según sus compañeros de show, el más grande de todos los de esa casa, ¿será por eso que inconscientemente la ayudaron a ganar o se rindieron ante ese cuerpo “diferente”, intervenido que gana en curvas, pero no renuncia a su miembro y por esas razones decidieron aliarse con ella, no atacarla como a las otras?

Lo explico mejor: Wendy no es bella, lo que se considera ser una mujer bonita según estereotipos eurocentrados (ergo, no es tan peligrosa); tampoco es de lágrima fácil, muy pocas veces se le vio verdaderamente vulnerable ante las cámaras, sus emociones oscuras más potentes eran la rabia, la indignación o el enojo. No se victimizaba, los argumentos para evitarlo eran profundamente masculinos, pues provienen de la comprensión de que, si muestras debilidad “como mujer”, te chingan, te violentan, entonces mejor ser el agresor, no el agredido. Vimos a un Nicola más sensible, triste, desesperado, admitiendo problemas de salud mental, llorando a lágrima viva. Fue a él, precisamente, al extranjero, al más vulnerable, al patiño de la divertida trans Juana Camaney, a quien convirtieron en juguete en medio de una representación perversa que emuló, “de mentiritas”, una violación multitudinaria. Y luego nos preguntamos el porqué de la violencia sexual en México, del culto al falo por encima de cualquier parte del cuerpo, sobre todo si eres hombre.   

Aquí es donde debo repetir, supongo, que no sostengo, no creo ni pienso que las personas transgénero quienes no desean parecer víctimas o someterse a operaciones drásticas sean malvadas, sean perversas. No satanizo al pene ni endioso a la vagina, pero bien vale recordar las advertencias de autoras con las que casi nunca estoy de acuerdo, porque las he leído y las he leído bien, como Laura Lecuona quien enciende una luz escarlata al señalar que los derechos de las mujeres por su sexo corren peligro en medio de una dudosa o, más bien dicho, una repentina como tan “desinteresada” inclusión de las mujeres trans en la vida pública de las naciones. Las premian, la visibilizan ahora porque son convenientes al sistema como el pseudofeminismo fofo por institucionalizado, lavado neoliberalemente con apoyos y galletitas de programas sociales con perspectiva de género. Cuando ya no sirvan, el mismo sistema las vomitará, un sistema que sigue siendo misógino, aunque ahora deje ser, estar y ganar supuestamente a todes.

Pues bien, ya lo dije. Que conste que todo eso no quiere decir que Wendy Guevara no me parezca talentosa ni que no me haya hecho soñar por un momento con un mundo incluyente. Pero los sueños, decían los clásicos…   

Equipo de Redacción

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