«La nada de arena» de Antonio Arroyo Silva; por Sergio González Quintana

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‘El rincón de Sergio’ profundiza en el obra del poeta Antonio Arroyo Silva, ‘La nada de arena’ (Colección Poesía Móvil, Editora BGR, 2021)

Antonio Arroyo Silva
Antonio Arroyo Silva

Antonio Arroyo titula este breve poemario, publicación digital de Editora BGR (2021), La nada de arena que, como vemos en la cita que abre el mismo, corresponde, con una leve variación, a unos versos de la poeta cubana y residente en Tenerife Sonia Díaz Corrales (Cabaiguán, Cuba, 2 de junio de 1964) que aparecen en el poema “Apología de la nada”:

Amo los caballos cuando van veloces hacia la nada

amo el mar cuando llega a la nada de la arena.

Sobre estos versos volverá Arroyo en el último de los textos de esta obra:

Regresar el olvido a donde

ya es demasiado tarde la memoria.

en la nada de arena, un big bang,

un error que revienta no se sabe el motivo:

si Dios o los caballos de

Sonia Díaz Corrales por la orilla del mundo.

Todos los poemas de esta plaquette aparecen enumerados (salvo el número 3, al que se le añade el subtítulo de “Viaje”) y constituyen una unidad temática: estamos ante una reflexión sobre el sentido o el sinsentido de la vida. Sobre este planteamiento, el autor, aunque apela constantemente al lector (imperativos y pronombres de 2º persona: imagine, vaya, cómprese, rómpala, sea…) y da la impresión de que es a este a quien se dirige, al que implica en sus reflexiones (créeme, desearnos…), mantiene un diálogo consigo mismo, independientemente de la persona utilizada.

Antes de señalar algunas claves temáticas presentes en esta obra, habría que decir que Antonio Arroyo, que cuenta en su escritura con múltiples registros, escribe, desde mi punto de vista, una poesía de pensamiento. Entiende la escritura poética como una manera de intentar superar los límites impuestos por la realidad física y lingüística, esos límites de los que habló Wittgenstein en su Tractatus y que vienen determinados por el conocimiento y dominio que cada hablante posea de su lengua. En la escritura poética, y con el propósito de superar esos límites, hallamos varios procedimientos –algunos de ellos utilizados frecuentemente por nuestro autor–, como las parábolas, alegorías, alusiones, imágenes, metáforas, símbolos, amplificaciones, ironía… Queremos decir con esto, que, en la poesía del poeta palmero, el recurso expresivo, además de las características que le atribuye la Retórica, lleva las ideas hasta las fronteras de lo lógico y se adentra en lo ilógico o irracional, en la expresión surrealista y onírica y, de esta manera, Arroyo consigue que se aúnan realidades sensoriales y suprasensoriales y constituyan un único mundo, es decir, que de esa conjunción surja una sola realidad: la realidad poética.

Arroyo plantea la posibilidad de que, volviendo a los orígenes, el resultado de la existencia, sea otro: un “saltamontes” o “el grano de silencio que el mundo necesita / para vivir en paz”. Para llegar a ese hipotético nuevo origen de la vida, el ser y las palabras, será necesaria la imaginación (“Imagine el canto de un estornino, / aunque nunca lo haya escuchado / y no sepa si es pájaro”), además de la voluntad. Sabemos que el origen existe, pero desconocemos el lugar donde reside el naciente, aunque quizás se encuentre este en los lugares más oscuros de nuestras almas (“Vaya al hontanar donde los nombres no importan…”). El resultado, no obstante, siempre será azaroso (“… rómpala en mil pedazos / como los papeles de periódico / que decía Tzara”). No obstante esto, dice el poeta: “… busca esa inocencia del principio / y no juegues con dados…”, inocencia que nos recuerda a la teoría del buen salvaje de Rousseau. En versos como estos es donde vemos el ejercicio de voluntad del que hablamos antes. Pero no hay contradicción, porque lo que es azaroso o fortuito es el resultado de lo que somos, pero, conocedores de lo que somos, conviene andar con buen tino y acierto. Así como de la oscuridad surge la luz, de la confusión la claridad: “Haz que se extravíe / quien te lee, quien te pasa la mano / por el hombro en espera de una lágrima”. Y con esto el autor aborda con pinceladas no solo una concepción de la existencia, sino también lo que podríamos considerar su poética.

“El paisaje que mira y es mirado” es imagen que alude a la conciencia, que, como un espejo, nos devuelve la mirada, la nuestra y la del otro y de lo observado (“De ti al árbol, del árbol a ti, / oh humedad absoluta”), en un “caos de luz traducida / en imágenes cóncavas y convexas…”, palabras estas últimas que remiten a las imágenes deformadas de Valle-Inclán en Luces de bohemia. En Valle, la deformación era un mecanismo para la crítica social; en Arroyo, el caos de imágenes es una fuerza transformadora de la realidad (“mestizaje de córneas y llanuras”). Como vemos, es frecuente en la poesía de nuestro poeta la intertextualidad, las alusiones a otros textos y autores, como también lo es el uso de expresiones coloquiales que, por su proximidad al lector, en el contexto en los que aparecen, aportan significaciones emocionales (“a la vuelta de la esquina” “romper en mil pedazos”, “poner el punto sobre las íes” “pasar la mano por el hombro”, etc.).

Esa imagen reflejada (“imágenes cóncavos y convexas”) también nos permite ver “el animal, / ese que me acompaña en el insomnio / y a veces abandona el sueño / en el que vive acorralado…”. Este animal que nos acompaña, “… que vive acorralado, dice / o gruñe o canturrea…”, nos avisa de que quizás no seamos nada, o que quizás seamos “… uno / más del montón de huesos…”, pero, sin embargo, hueso distinto e individualizado y siempre esperanzado: “El animal que me pisa los talones… / dice que todo es nada en la calima / y que el aire te entierra y naces flor”.

Si hemos de referirnos a la actitud nihilista de nuestro poeta, hemos decir, para aclararlo, que se trata de un nihilismo activo: cuando los valores que han conformado y cohesionado la sociedad y las relaciones humanas han entrado en crisis, nuestro autor no se resigna a aceptar esta crisis (espiritual, vital, social, individual) y busca su papel –el del poeta– en el mundo. Acaba por encontrarlo en la poesía y concibiendo su labor poética como una herramienta para mejorar o transformar esas relaciones y la sociedad, de igual manera que pensaba Juan Ramón Jiménez: “Yo estoy seguro de que cultivando mi poesía, ayudo al hombre a ser delicado, que es ser fuerte, más que haciendo balas”1. Añadiría más: “Desde el comienzo de esta guerra, tan mal entendida por tantos fuera y dentro, pensé que mi mejor manera de ayudar a nuestra República (pueblo y gobierno) tenía fatalmente que ser poética, es decir, en el campo de mi vocación, que consiste en descubrir y perpetuar la belleza con la luz y en lengua española…”. Por supuesto, estamos afortunadamente en contextos bien distintos, pero nos hemos de quedar con que el oficio del poeta supone –para ambos y para otros muchos, evidentemente–, un compromiso con el ser humano. En definitiva, como apunta Antonio Arroyo, él “escribe en la negrura del osario / su blanco gesto sin acorde”, que es “música en la ondulosa puerta de los mares / para poder andar las tierras áridas”.

Por lo que llevamos visto hasta ahora, poesía, pensamiento y filosofía aparecen relacionados en la obra poética del autor.

Me explico un poco más. Fijémonos en otro poema en el que juega con las palabras de Arquímedes. Dice: “Dale el punto de apoyo a la luz y podremos / mover la oscuridad…” y “Dale a este poema / tu hálito primero y será tuyo para siempre”. Parece evidente que no hay encuentros sin búsqueda y que hay encuentros que son como resplandores que duran toda la vida. Si algo ha de salvar (porque la vida es una constante zozobra) al ser humano, ha de ser necesariamente la necesidad de encontrar respuestas a la existencia y al ser. Vemos, así, en la poesía de Arroyo un acervo cultural procedente de los filósofos presocráticos, el dualismo platónico y la dialéctica de Sócrates que han fructificado en su obra y que no debemos pasar por alto.

Esta labor poética presenta sus riesgos, según el mismo poeta: “Estos son los caminos de las palabras, / estos son los caminos de las harpías2 palabras / que te cogen de los pies…”; sin embargo, la más de las veces se obtiene de este andar dificultoso deliciosos frutos: “Solo sé que de pronto los badajos / en todas las campanas son duraznos / asidos a un cantar extrañamente impuro…”; más adelante, escribirá: “Damos sentido a cosas que no / lo tienen o parecen no tenerlo, / sentido y sinsentido distribuyen / por la realidad las zonas verdes / y las grises del mundo”.

Termino. Antonio Arroyo asume los riesgos a los que le conduce las honduras de su pensamiento y los afronta con sinceridad y valentía, sin asustarse de lo que ocultan la negrura del alma, la oscuridad de la noche o las fuerzas de la naturaleza: “El poema / es el horno; la brújula y tú siempre / están buscando el movimiento de las / agujas por encima de razones / capilares y vagos diccionarios”.


1. Trapiello, Andrés (1994). Las armas y las letras, págs. 102-103.. Planeta.

2. Prefiere Arroyo la forma harpía a arpía, ambas aceptadas por la Academia. (Ver definición).

Lee su última obra poética: En la ciénaga (Colección Poesía Móvil nº 94) Versión Kindle, de Sergio González Quintana (Editora BGR, 2022)

Equipo de Redacción

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