Voces que cuentan, diez narradoras ecuatorianas; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrega Alma Karla Sandoval reseña la antología de cuentos Voces que cuentan, diez narradoras ecuatorianas

Cuando una escritora es un mundo, invoca a lo que he denominado letras biocidas, un término que proviene de las sustancias químicas sintéticas o de origen natural destinadas a destruir, contrarrestar, neutralizar e impedir la acción de cualquier organismo considerado nocivo para el ser humano, son letras escudo o escuadrones que atacan el síndrome de la impostora, la herida de orfandad, los silencios impuestos, la dictadura del agrado, el hackeo sistemático de la confianza, el castigo de Eco y otras estrategias editopatriarcales cuya misión, acabar con la escritura de las mujeres, ha intentado, incluso, desparecer la desaparición de nuestros relatos, los de nosotras, no como propiedad, sino como rastro de un matrilinaje que rebasa esa condición, pues tiene todo que ver con la condición humana.

Por eso, las voces que cuentan deben resonar seriamente, así que coincido con Valeria Guzmán, quien edita y selecciona diez textos actuales de escritoras ecuatorianas en los que temas como la libertad de la reacias a comprometerse o a las cadenas sexoafectivas tradicionales que las tiranicen se muestran en los relatos “Labios rojos” de la experimentada Gabriela Alemán o “De los hombres no me gusta es que se gastan” de Solange Rodríguez. Llama la atención la voz de Melanie Márquez Adams en “Al otro lado de la puerta” con una devastadora ucronía sentimental donde la violencia del prometido de la protagonista dibuja una escena común, horrorosamente cotidiana no solo en Latinoamérica.

De tal suerte que aplaudo el humor del cuento “El profesor de piano”, en el cual Gabriela Ponce ofrece el retrato de una mujer deseante en un libro cuyos hilos conductores son precisamente el eros y el pathos de lo eterno femenino tal y como Simone de Beauvoir lo consigna, pues la enamorada, la narcisista, están presentes como arquetipos-cautiverios, es decir, sensibilidades construidas desde la jerarquía de sexos para bien de quienes participan en la injusticia sistémica de un mundo donde alguien sigue ganando para que otras pierdan. El mundo como una eterna Mojo Doho Casa House que Greta Gerwit describe en su sátira de esa muñeca rubia e irreal.

Lo que sí es verdadero es el horror que puede soportar la psique una mujer violada, otro de los temas espinosos que el feminismo nunca evade y que Sandra Araya en “Luz artificial” toca con tino crepuscular en un cuento donde lo simbólico, por su agudo trazo sugerente demanda de cada lector el cierre del círculo tal y como María Auxiliadora Balladares propone en el sótano de una escena cuya incertidumbre es resuelta por la intuición o bien, por la reflexión sobre el tiempo vivido que Daniela Alcívar Bellolio escribe para hacernos sentir y ver la complejidad de los vínculos humanos, de las relaciones familiares, de los retornos, de los nuevos comienzos cuando nada se interrumpe, ni las lágrimas blancas que imagina Diana Zavala entre líneas de un diálogo donde el peligro acecha, hablo de los riesgos que enfrentamos las mujeres al ser consideradas propiedad, presa, moneda de cambio o mercancía.

Es nuestra sensibilidad, la ternura radical desde las maternidades y la hijiedad consciente, lo que nos salva y enseñar a capturar, con una red de cazar mariposas y lenguajes, ese momento límite, ese trozo de sentido que revelan de modo epifánico, los buenos cuentos como “Oumuamua” de Marcela Ribadeneira y “Fantasmas” de Andrea Armijos Echeverría, este último una pincelada final que insiste en la denuncia de la guerra contra las mujeres que se ha convertido no solo en el ataque a los cuerpos, sino en una embestida psicológica de la cual se ha valido el patriarcado para silenciar, ad finitium, nuestras voces. Libros como este responden en sentido contrario desde la sororidad al oído, desde el encuentro con las otras con los brazos abiertos y la cabeza en alto, por ello suman a las antiquísimas prácticas de resiliencia que las mujeres, para sobrevivir, seguimos tejiendo en las sólidas tramas de nuestros imaginarios y nuestras inteligencias.

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