Una semana, un poeta… Óscar Acosta; por Fran Picón

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«De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro».

ÓSCAR ACOSTA
(Tegucigalpa, 1933 – 2014) Poeta, narrador, periodista y editor hondureño. Junto
con José Luis Quesada, fue uno de los principales miembros de la llamada
Generación del 50, caracterizada por el deseo de renovación del lenguaje y la
cuidada elaboración metafórica.

Diplomático de carrera, Óscar Acosta fundó en Tegucigalpa, en compañía de otros
intelectuales, la Editorial Nuevo Continente y las revistas Extra y Presente, y
posteriormente la Editorial Iberoamericana. En la década de 1960 fue director de la
Editorial Universitaria y de la revista literaria Universidad de Honduras. Mientras
realizaba estudios de derecho, organizó con otros estudiantes el Círculo Literario
Universitario.

Entre otros galardones, recibió en 1960 el Premio de Poesía Rubén Darío, en
Nicaragua; el de Ensayo Rafael Heliodoro Valle, por la UNAH, en 1979; el Nacional
de Literatura Ramón Rosa y el de los Juegos Florales Centroamericanos de
Quetzaltenango, Guatemala. Como diplomático representó a Honduras en Perú,
España, Italia y El Vaticano; posteriormente fue asesor en la Cancillería Hondureña.
Miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, presidió además la
Asociación de Prensa.

Entre sus libros de poesía hay que mencionar Responso al cuerpo presente de José
Trinidad Reyes (1953), Poesía Menor (1957), Tiempo detenido (1962), Antología
personal (1965 y 1971) y Mi país (1971). Su poesía es profunda y serena, de tono
intimista.

El arca (1956) es una colección de relatos que abrió un nuevo camino a la literatura
hondureña, rompiendo con la tradición costumbrista de la narrativa del su país.
Recopiló también poemas de otros autores en obras como Antología de la nueva
poesía hondureña (1967) y Poesía hondureña de hoy (1971). Entre sus estudios
destaca Rafael Heliodoro Valle, vida y obra (1964).

POEMAS

El fuego

Frotó el indio la yesca,
el pedernal, el pino
con otro pino viejo,
la madera, las hojas
de roble, la corteza
de los ceibos caídos,
el cuerpo del animal
salvaje, el carbón
mineral endurecido.

El mundo cambió entonces
otro espejo movible
que no era el del agua,
alzó su brazo rojo
en la espesa maleza,
en el ámbito crudo
de miles de años
a la sombra, iluminados
solamente por el rayo
o por el centelleo
de los lúcidos ojos
de las fieras.

Tú te callaste entonces
viendo crecer la lengua
clarísima, la llama
que levantó su lanza,
su corona de espinas

y que lamió la noche
como animal salvaje.
Ante tu limpio rostro
de indígena doncella
nacía otro milagro:
el milagro del fuego.

El rostro

De tu rostro purísimo y resplandeciente
surge una luz silenciosa
que todo lo desnuda, descubre
paraísos y mares de ceniza,
oculta sombras con su bella campana
y vuela como un pájaro.
Olvidar tu rostro es ahogar el corazón,
tratar de ignorarlo es vivir
a ciegas, dando tumbos;
no es necesario volver a decir
que tu rostro nos promete un reino
en un universo inmóvil y destruido.

Equipo de Redacción

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