Una semana, un poeta: Jorge Enrique Adoum

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Iniciamos la semana con el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum. ¡Feliz lunes!

Jorge Enrique Adoum Fotografía de Judy de Bustamante

JORGE ENRIQUE ADOUM

Biografía

(Ambato, 1923 – Quito, 2009) Poeta y crítico literario ecuatoriano. Estudió filosofía y derecho en Ecuador y Chile y fue secretario privado de Pablo Neruda y miembro del Partido Comunista Chileno. En Ecuador, además de ejercer la docencia como profesor de literatura, dirigió las ediciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; trabajó también en el Ministerio de Educación de su país, así como en organismos internacionales como la ONU y la UNESCO. Aunque destacó sobre todo como poeta, Jorge Enrique Adoum cultivó además el teatro, el ensayo y la narrativa, siendo asimismo recordado como autor de la aplaudida novela Entre Marx y una mujer desnuda (1976), llevada al cine veinte años después.

En su obra poética, Adoum construyó un canto al ser humano a partir de una heredad cósmica y terrena e histórica a un tiempo, aunque en su última etapa experimentó con los juegos de sentidos verbales. Su obra fundamental está en Ecuador amargo (1949), que, con metáforas del cosmos y del país, plantea la búsqueda de un lugar donde llevar adelante la heredad humana. Este trabajo ligado a la reflexión histórica alcanza su cima más alta en la serie de Los cuadernos de la tierra (1952-1961), que intenta reescribir la historia desde una perspectiva no oficial, interesándose por los hechos modestos del pasado que, aunque pequeños, han configurado hasta hoy una manera de ser.

Adoum se renovó formal y temáticamente a la par del movimiento lírico general de América Latina, y presentó versos dislocados en Curriculum mortis (1973) y en Prepoemas en postespañol (1973). El conjunto de su obra poética, hasta El amor desenterrado (1995), evidencia un constante afán por encontrar una expresión que sea la justa medida del anhelo del poeta en su intermediación con la comunidad de sus lectores.

Por sus investigaciones literarias, por sus viajes, por la naturaleza de su obra, Adoum es además el escritor de su país que más cerca está de los autores del llamado «boom» latinoamericano, fenómeno editorial consagratorio de grandes nombres del continente: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y un largo etcétera. Su novela Entre Marx y una mujer desnuda (1976) aparece como un proyecto de discurso total, en el que el concepto de ficción se da como se dan los objetos de lo cotidiano. El autor induce al lector a intervenir en una aventura que es una continua desrrealización de modelos, de estereotipos e incluso de dogmas políticos. La ficción, en este caso, encuentra su energía en su propio enigma, que es el enigma de todos, del que escribe y del que lee. Como ensayista investigó la literatura nacional en Poesía del siglo XX (1957) y La gran literatura ecuatoriana del 30 (1984), y la identidad de su país en Ecuador: señas particulares (1997).

Fuente: Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Jorge Enrique Adoum». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/adoum.htm [fecha de acceso: 14 de julio de 2023].


POEMAS DE JORGE ENRIQUE ADOUM

El desenterrado

                                        Escapa por tu vida: no mires tras de ti.

                                        Génesis, XIX, 17

Si dijeras, si preguntaras de dónde

viene, quién es, en dónde vive, no podría

hablar sino de muertos, de substancias hace

tiempo descompuestas y de las que sólo

quedan los retratos; si preguntas de nuevo,

diría que transcurre el cuarto al fondo

de la casa, que conserva destruyendo labios

como látigos, rostros, restos de útiles

inútiles y de parientes transitorios

en su soltera soledad.

                                              Pero ¿quién puede todavía

señalar el lugar del nacimiento, quién

en la encrucijada de los aposentos, halla

la puerta por donde equivocó el camino?

Detrás de su ciega cerradura, el hombre

y su mujer ajena, que la tarde devuelve

puntualmente, suelen engañarse con amantes

abandonados o difuntos, desvestirse a oscuras,

cerrar los ojos, primero las ventanas, y con la voz

y con las manos bajas, incitarse a dormir

porque hace frío. Pero un día despiertan

para siempre desnudos, descubren la edad

del triste territorio conyugal, y se toleran

por última vez, por la definitiva, perdonándose

de espaldas su muda confesión de tiempo compartido.

Y a través de caderas sucesivas, volcadas

como generaciones de campanas, el seco río

de costumbres y ceniza continúa, arrastra

flores falsas, recuerdos, lágrimas usadas

como medallas, y en cualquier hijo recomienza

su antepasado cementerio.

                                                         Y es duro apacentar

el alma, y es preciso salvarla de la tenaz

familia: apártala de tu golpeado horario

y sus descuentos, defiéndela renunciando

a las uñas que ya nada pueden defender,

ayúdame arrancando las difíciles pestañas

que al sueño estorban, las ropas, las

palabras que establecen la identidad

desenterrada.

                                Porque desnudo y de nuevo

sin historia vengo: saludo, grito, golpeo

con el corazón exacto la vivienda

del residente, quiero tocar sus manos

convertidas en raíz de mujer y de tierra, y otra vez

pregunto si estuve aquí desde antes,

cuándo salí para volver amando este retorno,

si he llegado ya, si he destruido

el antiguo patrimonio de miedo y abalorios

por donde dios se abrió paso a puñetazos,

si cuanto tuve y defendía ha muerto

de su propio ruido, de su propia espada,

para sobre la herencia del salvaje tiempo

y sus secretos, para sobre sus huesos

definitivamente terrestres y quebrados,

sobre la sangre noche a noche vertida

en la verdura rota, en los telares,

recién nacer o seguir resucitando.

De «Ecuador Amargo» 1949

El perseguido

¿Es posible que esto sea toda

la historia, solo un día? ¿Una noticia

de ayer, perdida en la penúltima

página, la cotización caída ?

Te cobran por la fuerza, los arriendos

vencidos de la tierra, te cobran por las cosas

que tu lámpara hizo agonizar a puro nimbo

y por el corazón y sus jóvenes bestias

que pacen suspirando:

                                                  la pólvora, tu amante,

se sacude las manos: «asunto concluido».

Ya eres el que ibas a ser, el mismo polvo

del que algo te aliviaba tu cepillo de ropa.

Cumpliré tus encargos, sigo siendo

el que eras. Ave de paso. Animal profético.

Salud, ángel de paso, irremediablemente intacto.

De «Los cuadernos de la tierra» (IV)  1952 – 1962


Equipo de Redacción

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