Un otoño especial

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A partir de la observación del otoño de Berlín Antonio Arroyo hace una reflexión sobre la poesía y la vida.

El año pasado por estas fechas viví la magia en Berlín. En Canarias el paso del verano al otoño es imperceptible. A veces tienen que avanzar los meses de septiembre y octubre para darnos cuenta del cambio de estación. A Berlín llegamos el último día del verano:  clima templado que no requería el abrigo. Pero el día siguiente las calzadas amanecieron llenas de hojas secas y los muros alemanes que suelen estar llenos de yedra de pronto se volvieron rojos. De pronto me acordé del famoso castaño del poeta expresionista alemán  J. Staedler y entendí que la poesía romántica germana no era una simple efusión del alma. La naturaleza no era un simple reflejo del interior del poeta. La verdadera poesía siempre parte de la naturaleza, y con este no quiero decir que los poetas sean simples copistas de lo que ven a su alrededor. El concepto de sentir alude a los sentimientos y también a los sentidos. Muchas personas no se paran a contemplar su entorno y olvidan que la mayoría lo hacían apenas recién nacidos; pero las prisas, las priorizaciones, el apego a lo superficial dan lugar a solo caer en la cuenta de los superficial y en los lugares comunes. Esa capacidad de percepción desaparece de la vida y de esa poesía que la pretende expresar.

El poeta canario Jonay Cabrera me comentaba el otro día que cuando escribe le vienen al poema la memoria de los sentidos: un olor, un color, el balbuceo de una palabra ininteligible. Y todo eso, de pronto, estalla como una lluvia de hojas otoñales sobre la página en blanco. Bienvenido al club de los gafes, estimado poeta y, sin embargo gran amigo. El que se ha pasado la vida ciego, sordo y mudo ante las circunstancias que le rodean. El que cree que la poesía es un don que viene del cielo…a todos esos los vi tirados entre las hojas o, mejor dicho, son las hojas amarillas del otoño berlinés o del castaño de Staedler que han sido renovadas para que la vida siga adelante, en movimiento. Y la poesía, que es lo mismo, también.

Por eso, a los vivos va este poema que escribí en esas fechas otoñales y feliz otoño:

El amor es un baile, todo danza en un círculo

cuando el amor te nombra su vasallo. Y no es

solo por la mujer —o el hombre— a quien adoras,

no solo por el fuego en donde ardes

ni el frío que sometes del invierno

ni la paz de vivirte siempre en guerra. No solo

por eso, sino porque, entonces, sentir

es algo más que el roce: abarca el universo

de lo desconocido y te igualas al náufrago

agraciado, tocado por los dioses

y por la vida. Pero no caigas en la ausencia

de pensar, no te olvides que el árbol del amor

tiene su otoño incierto. No te dejes caer al otoño

del mundo. Sé la hoja que inicia la arboleda.

Antonio Arroyo Silva


Equipo de Redacción

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