Mario Obrero: “La poesía la cuentan las derrotadas”

0

Celebramos el #DiaMundialDeLaPoesia con una entrevista al poeta Mario Obrero. Durante el 9º ciclo literario «La dignidad de la palabra», organizado por el Ayuntamiento y el Gran Teatro de Elche, tuvimos el honor de hablar con esta estrella emergente de la poesía española.

Este joven poeta, nacido en Madrid en 2002, ha cautivado a muchos con su talento y visión poética.

A los siete años, Mario escribió su primer poema porque se le agotó la batería de su Nintendo en el coche. A los ocho años, ya memorizaba versos de otros poetas. A los catorce, ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande con su poemario titulado “Carpintería de armónicos”. Y a sus 18 años, se convirtió en el poeta más joven en ganar el premio internacional de poesía de Loewe.

Este chaval de Getafe ha demostrado que la poesía no tiene límites de edad. Su obra es un reflejo de su pasión y creatividad, y su futuro en el mundo literario promete ser brillante. Sin duda, Mario Obrero es un nombre que debemos seguir de cerca en la escena poética española.

Mario Obrero. Fotografía: Álvaro Tomé

El poeta más joven en ganar el Premio de Poesía Loewe habla de sus inicios e influencias y reflexiona sobre la escritura poética 

Fotos del 9º ciclo literario “La dignidad de la palabra”

Entrevista a Mario Obrero, estrella emergente de la poesía española

¿Cómo es tu proceso creativo a la hora de escribir?

Creo que al poema hay que plantearle las posibilidades de que venga, más que ir a por él. Correr para agarrar, poseer, dominar, es algo muy colonial, muy de barcos o de conquistas, pero que quizá no atañe tanto a la poesía. Esa manera de recibir, de tener el pecho «cargado a horizontes» como Concha Méndez, llega con el tiempo y con una mirada crítica. Una mirada y una escucha que sepa reconocer la otra orilla, el otro envés que todo cuanto habitamos puede albergar.

¿Qué cosas te influencian?

Mucha de la poesía que escribo me llega con el contacto entre lenguas. Si uno piensa que nube en Valencia es núvol, es que ahí tienes el volar, el vol, el vuelo, dentro de la propia palabra nube. Eso ya te transporta. O bien puede ser la música.

Tocas la guitarra. ¿Es la música una fuente de inspiración para ti?

Tanto que tengo la mano derecha con las uñas larguísimas y feas, bien feas, pero no me las corto porque es la mano de guitarrista. Igual que la izquierda la tengo bien rasurada. La música es importantísima. Sobre todo, porque hay una noción que a veces perdemos en literatura, que es la importancia del cuerpo. Tú en música, por mucho que pienses en un pasaje o una melodía, si el cuerpo, si tus dedos, si tu mano, si tu palma, si tu hombro no responden, no hay música. Esa fisicidad que tiene la música, en la que se juntan no solo el pensamiento y la sensibilidad, sino también un cuerpo, me gusta mucho trasladarla a la poesía. Pensar, por ejemplo, que cuando la mano está cansada, pues es mejor que el poema acabe. Yo no soy quien para forzar a mi mano, que ya si está cansada algo me está avisando, de que continúe con la escritura. La música me ha enseñado a trasladar esa noción de cuerpo a la escritura poética.

Escribiste tu primer poemario a los 14 años. ¿Echando la vista atrás, cambiarías algo?

Creo que uno cuando es poeta siempre está en una huida, pero llevando canciones consigo, música, cantos. Esa es la relación que tengo con los poemas de Carpintería de armónicos o de mis primeros poemarios. Les siento como pequeños cantos que puedo llevar, más o menos tararear, a veces intuir, pero que no dejan de estar distanciados. Aunque sin avergonzarse, para nada. Es decir, son poemas que cambiaría mucho, que a lo mejor no me interesan. Pero creo que en un mundo donde se puede especular, donde se puede vender armas o donde se puede bombardear a población civil, estar avergonzado por los poemas que uno escribe es un acto demasiado humilde. Creo que primero habría que empezar a avergonzarse por otras cosas de mayor calado y mayor perversión.

¿Cómo se comparan tus experiencias como estudiante en distintos países (en España, Estados Unidos y Francia) con tus influencias para escribir?

Es verdad que el viaje tiene algo muy literario. Por una parte el viaje per se, pero es cierto que venimos de un país donde el viaje ha estado indisolublemente asociado al exilio. Pienso en la ciudad de Alacant, desde donde sale el último barco de la República con los refugiados. También pienso en una alicantina como Francisca Aguirre, que tiene que huir por la frontera de Cataluña en 1939 junto a su padre, el pintor Lorenzo Aguirre. Pienso en los éxodos rurales, en cómo mi hermana mayor también tuvo que salir de España durante la crisis de 2011. Es decir, son trayectos a los que como sociedad estamos muy acostumbrados, vividos desde posiciones a veces no románticas, pero que siempre implican contacto con lo ajeno. Dice la poeta Miren Agur Meabe en euskera: “distantzia da nire lekua”, que significa “la distancia es mi lugar”. Creo que el lugar de la poesía es efectivamente lo distanciado, lo ajeno. Muchas veces, como si de un cuadro puntillista se tratara, hay que alejarse un poco para ver las figuras . La etimología es mirar a las cosas como un templo. Para ejercer esa visión crítica muchas veces lo que hace falta no son lentillas, sino alejamientos.

¿Crees que en España se puede vivir de la poesía?

Vivir de la poesía es una expresión complicada de acotar. Yo mismo facturo, aunque como autónomo. Hasta hace poco el epígrafe que teníamos los poetas era el mismo que el de los ceramistas. Ese es el reconocimiento administrativo que ha tenido la poesía durante mucho tiempo. Ahora ya existe un epígrafe de escritor. Yo me remito a mi propia experiencia. Vivir de la poesía muchas veces implica trabajar en la radio, en televisión, hacer cosas que no están para nada asociadas a la escritura per se. Más que vivir de, se puede vivir con la poesía.

Pero es difícil.

Sin quitarle medio ápice de realidad a lo difícil que es entrar en un mercado que siempre es precario, y que la cultura lo es mucho más, la parte laboral creo que llega después. Decía Paca Aguirre que “vivir es un trabajo”, el propio hecho de la vida. Esto ya implica una relación que a veces puede ser laboral. Es complicado, pero yo nunca me olvido del mercado laboral y del sistema económico tan opresor que tenemos en todas sus variantes. Ya seas poeta, cajera en el Mercadona o estés dando clase a niñas y a niños mientras eres universitaria. Por tanto, por supuesto, encarna dificultad. Pero me gusta siempre asociar esa dificultad que yo encuentro a otras que tantas y tantas compañeras coetáneas de la misma generación tienen a la hora de desarrollar sus actividades profesionales.

Dicen que la historia la cuentan los vencedores. ¿Quién cuenta la poesía?

La poesía la cuentan las derrotadas. Decía Guadalupe Grande que la poesía era “una derrota necesaria”. Lo que aparentemente parece un verso algo triste, cuando uno lo piensa desde la etimología y se va, por ejemplo, al diccionario de Sebastián de Covarrubias, se encuentra que una derrota es el camino que hacen los barcos por el mar. Un derrotero. Esa es la derrota de la poesía. La derrota que coge un derrotero o un vericueto o un camino no indagado y lo hace desde una posición, por supuesto, de perdedora. De perdedora absoluta. Y me gusta, me gusta que la poesía no implique victoria, porque eso significaría que sacamos tanques a la calle. Me gusta pensar que no estamos en el lugar del ganador, porque entonces ejerceríamos un poder. El poeta nunca hace eso. El único poder que tiene la poesía es el de legislar, como pensaba Shelley, lo “invisible del universo”. Me gusta desinhibirnos de esa relación de poder con las cosas. Entender que estamos en una derrota, pero que no implica nunca estar de capa caída, sino coger otros caminos y escuchar desde otras latitudes.

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *