Un canto más de la belleza huidiza; por Alma Karla Sandoval

0

Alma Karla Sandoval comenta el libro Más allá de Bella ciao en tiempos donde la historia regresa con nuevas variantes.

No abundan los libros sobre canciones, por eso entrañan cierto preciosismo. Cada vez que pienso en El escritor y sus fantasmas de Ernesto Sábato, la frase “escribe sobre tus obsesiones”, adquiere otra significación. No sé si Andrea Álvarez o, mejor dicho, Madame  Andreyeva, en Más allá de Bella ciao, consigue inmersión más que profunda en las aguas históricas de donde surge uno de los himnos de resistencia partisana de la Segunda Guerra Mundial o lleva al límite del goce, de la afirmación tan personal como política, su interpretación de “Bella ciao”, una canción que las mondine, trabajadoras estacionales de los arrozarles en Italia, entonaban denunciando la explotación laboral de los patrones, paga miserable a cambio de los mejores años de sus vidas reproductivas con los pies hundidos en esas albercas de agua negra en medio de insectos que las devoraban.

        Luego, como sucede con los poemas y los himnos, estos mutan, se replican como una Internacional en la memoria que algunos nostálgicos corean. Debe aparecer una serie de Netflix para resementizar o volver a poner de moda, quizá torciendo significados que es decir aligerándonos, restándoles hierro de la sangre o el entendimiento de lo que era resistir al fascismo que ahora se repite como una versión sofisticada en casas de papel que cualquier soplo de consumo derriba.

     Por eso el tono festivo, coqueteando con una erótica de la reinvención feminista que Andrea Álvarez erige conversando, dividiendo su libro en crónicas donde el testimonio inteligente de voz sensible nos conduce por el merodeo documental con detalles aparentemente accesorios como una gorra con una estrella de cinco puntas, una excursión con la familia al campo cuautlense o el análisis tangencial de una canción que sí, la obsesiona desde muy joven, dan pie a una obra amena en el mejor de los sentidos.

     Sorprende esa fluidez con que la autora asedia su eje temático y cómo este se combina con la curiosidad de la reporter en el lugar de los hechos donde invoca, como las brujas, un pasaje de belleza huidiza, porque si bien nada puede contra un hombre que canta en la miseria, también lo dijo el viejo Sábato, nada detiene a los coros de las esclavas en cualquier lugar o época protestando juntas ante la opresión patriarcal que aún insiste en colocar sus botas en nuestros cuellos. Tal vez ese mismo relato histórico con letras grandes, doradas, muy pesadas, no ha contado en serio con nosotras. En la saga de El señor de los anillos, un dragón invencible cae atravesado por la espada de una princesa con armadura haciéndose pasar por soldado. La criatura mítica, a punto de morir, no lo puede creer, ningún hombre había sido capaz de matarlo, “pero nunca pensaste que una mujer lo haría”, responde la noble quitándose el yelmo.

     Desde Christine de Pizan pasando por Rosa de Luxemburgo, desde Sor Juana Inés de la Cruz recalando en Silvia Federici, desde los discursos enardecidos de Flora Tristán subrayando las bellísimas argumentaciones e Simone Weil o María Zambrano, pero sobre todo la rebeldía, la libertad siempre luminosa de Emma Goldman quien le dio esta respuesta a un compañero correligionario que le reprochaba que estuviera cantando y bailando, dado que no eso no parecía ser apropiado para la causa revolucionaria: “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”.

“Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”.

Emma Goldman

     Desde ahí, con esas palabras, me encanta sentir que Madame Andreyeva poniéndose un gorro bolchevique aplasta musicalmente algunos mandatos patriarcales, entre ellos la estigmatización o demonización de nuestras prácticas emancipatorias, la persecución que padecemos las feministas con violencias incluso “blandas” como la invisibilización, la marginación de nuestros nombres, la obstaculización de nuestro avance y las inercias editopatriarcales. Así que celebro la publicación de esta obra.

       Desconfío de cualquier uniforme y de cualquier ejército que defienda regímenes de izquierdas, centros o derechas farmacodependientes en cuyas drogas clasistas, racistas, extremadamente misóginas, confían los dioses oscuros del retroceso que nos mandan a las mujeres a ser las encargadas de los cuidados, a someternos tan abnegadamente como Margarita Maza de Juárez, a conformarnos porque hemos venido a este valle de lágrimas que abate, sólo como palomas para el nido; porque cuentan con nuestro silencio y la mercancía de nuestros cuerpos en el negocio de la muerte también neofascista. Cada mañana nos levantamos y descubrimos al invasor, vive en las pantallas de nuestras computadoras, de nuestros celulares. Algunas, las más bellas por dentro en tanto que despatriarcalizadas, como Adriana Álvarez,  insisten en decirle, “ciao, ciao, ciao”.

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *