Palabras en cadena, de Kenia Martín Padilla; por Covadonga García Fierro

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Presentamos una reseña literaria de «Palabras en cadena», de Kenia Martín Padilla; escrita por Covadonga García Fierro.

            Palabras en cadena está dividido en cuatro partes independientes. La primera de ellas es la que da título a toda la obra. En esta primera parte, los poemas aparecen engarzados entre sí, como una cadena de eslabones emocionales. Destaca el dinamismo de los textos, en los que siempre se produce un salto, una transformación: la identidad que se vuelve búsqueda, el cristal que se vuelve imagen o el aroma que se vuelve sueño. A partir de este movimiento continuo, la autora transita de los elementos externos del paisaje a los del propio mundo interior, no exento de contradicciones y aristas: «Soy, probablemente, / la mujer más feliz del mundo / y la mujer más triste del mundo», «soy a un tiempo colibrí y cadena». Un símbolo especialmente relevante es el de los ojos. Así, la poeta se fija en las «tristezas ajenas», en la vida de la gente, estableciendo un juego de miradas-espejo: «Y observar al público / por las aceras, / que pasa sin observar», alude en un poema; «¿Quién es de carne? / ¿Quién es de cristal?», se pregunta en otro. La escritora también incide en la exposición constante en las redes sociales, escaparate en el que se muestra una imagen que no es real («Que no te engañe / el rastro de lo virtual, / […] Porque una imagen no es más que un fantasma»); y realiza una crítica a la sociedad de consumo en la que la moda y los cánones de belleza refuerzan determinados estereotipos y valores superficiales: «El maniquí es una muchacha / con los pechos operados, / un bolso de Chanel, / […] La muchacha es una niña, / dulcemente asesinada, / que leía poemas / cuando estaba en el colegio». La autora completa esta crítica social con algunos versos, de extraordinaria sensibilidad, que hacen referencia al cambio climático («tratando de que germinen / las flores sobre el petróleo») y a las materias primas que consumimos: «inmensos corredores de cemento». Como se puede observar, Kenia Martín vierte en su poesía sus inquietudes sociales, pero también las culturales y lingüísticas: el libro contiene citas y guiños a autores como Platón, Calderón de la Barca, John Locke, Antonio Machado, Laurence Johnson Peter, Pedro García Cabrera, Federico García Lorca, Luis Cernuda o Josefina Pla, con quienes dialogan sus versos. En cuanto a los temas más intimistas, cabe destacar el tópico literario tempus fugit, a través del cual la poeta refleja su preocupación por el inexorable paso del tiempo y el deseo de poder alargarlo: «mi reloj se desangra / en todas las estaciones / que no he visitado». Asimismo, reflexiona sobre la construcción constante de la identidad en el tiempo, como se observa en los versos «Esa yo que te escribía / ya no soy yo»; o en el deseo de encontrar, en una persona que amamos en el pasado, algo «reconocible, antiguo y mío» que ya no existe. En relación con dicha meditación filosófica, cabe destacar también la reflexión sobre la propia lengua y la necesidad de comunicarnos para establecer cualquier tipo de relación humana, si bien es cierto que, en no pocas ocasiones, la comunicación presenta dificultades y ambivalencias: «Yo sé de los vericuetos del discurso, / de la profundidad de los semas, / lo palpable del sonido […] Tú, en cambio, / entiendes siempre lo inverso». Por último, cabe resaltar la concepción del amor que presenta la autora, en la que se observa que la voz poética reclama su papel en el mundo y su libertad: «había salido a bailarle a la luna toda mi grandeza»; «Yo gobernaré mi yo. / Yo, Ave, Fénix, / emperadora de mí».

            A continuación, la autora nos introduce en Resaca, título con el que pretende evocar no tanto la resaca física que llega tras una noche de fiesta, sino la resaca emocional o el agotamiento anímico que es consecuencia de haber estado expuestos a periodos de estrés, viviendo hacia fuera, respondiendo a demandas y a compromisos externos, durante demasiado tiempo. Así, la voz poética se siente «como en una isla: / rodeada de gente / por todas partes», y el colorido de la purpurina, los tacones y las barras de labios se combinan con emociones que se tratan de reprimir: «Son muchos los acontecimientos previstos / para llenar un corazón vacío», sentencia en unos versos; «No hay tiempo para llorar, / hay que barrer la tristeza […] / y maquillarse el alma / para salir a la calle». Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura de estos poemas, nos damos cuenta de que es imposible vivir siempre hacia fuera, complacer al mundo en sus múltiples, variadas y agotadoras exigencias. Llega un momento en el que nuestra mente y nuestro cuerpo colman su límite y reclaman una soledad purificadora y necesaria («Dejadme. / Silencio. / Quiero llorar tranquila»); una quietud, una introspección que sane las heridas emocionales: «la Tierra / que gira / sin rumbo / mientras / yo intento / ser / como / el árbol / plantada / quieta / inmóvil / sobre / un pie». De ahí la importancia de la escritura, que vuelve a erigirse en este conjunto poético como un potente salvavidas: «Con mi pluma / quiero perderme / para encontrarme». Este leitmotiv con el que termina el último poema de Resaca es el mismo con el que empieza Tiempo de cosecha:«Cada estrella es / un jugoso fruto / que he mimado / con mi sudor de escritorio». No en vano, en esta tercera parte del libro, Kenia Martín juega precisamente con el significado del conocido refrán «Se cosecha lo que se siembra», con sus posibles variantes «Quien siembra recoge» o «Como siembres, recogerás». Con su escritorio como campo de labranza, la autora dedicó muchos años a una siembra que le permitió obtener, en 2015, el Doctorado en Estudios Filológicos por la Universidad de La Laguna, y ganar, en 2016, una plaza como funcionaria de carrera para enseñar Lengua y Literatura en Educación Secundaria y Bachillerato. En este sentido, es una persona que conoce la frustración y sabe cómo gestionarla; una persona con fuerza de voluntad, persistencia y empeño, que supo aprovechar —desde el origen humilde de su procedencia— la oportunidad de progresar que le brindó la escuela pública. Esta experiencia vital invita a reflexionar sobre el valor del esfuerzo («La paciencia siempre logra / germinar los sueños») y sobre cómo, en ocasiones, en esta sociedad del bienestar en la que a veces exigimos todos los derechos olvidando cuáles son nuestros deberes, no siempre valoramos lo que tenemos, las oportunidades que se nos ofrecen para salir adelante por nuestro propio mérito: «es más fácil / culpar a los astros. / Sentirse pobre / e inerme / ante la mala suerte». La poeta continúa con la metáfora del fruto que se siembra para apuntar, con una bella imagen, que «el invierno es tan preciso / como la primavera / para que nazca una flor».

            Como ya hiciera en Palabras en cadena, en Universos de papel, la escritora vuelve a una de sus ocupaciones vitales: la imbricación entre pensamiento y lenguaje («Ocurre igual / con el pensamiento: / la lengua y el lenguaje, / con sus posibilidades / y sus limitaciones, / son un molde para la idea»). Asimismo, si en Tiempo de cosecha la autora cerraba el conjunto aludiendo al tiempo, maestro que coloca cada cosa en el lugar que le corresponde, labriego que recoge los frutos de lo que se había sembrado, ahora vuelve a aparecer, pero lo que destaca la voz poética en este caso es su capacidad para cerrar heridas o superar etapas emocionalmente difíciles, como se puede observar en la imagen del volcán que erupciona («lava que mana solidifica»), dejando tras el ardiente magma un lugar sólido por el que se puede volver a transitar. Así pues, el tiempo es lo que permite cerrar una etapa para comenzar otra. Esta reflexión se prolonga a lo largo de varios poemas, en los que se hace patente que la vida son etapas, estaciones o temporadas; como si viviéramos varias vidas dentro de la existencia misma: «no hay verdad más evidente: / el día llegará / y la próxima noche aguarda». Cabe resaltar que en esta última parte se hace referencia varias veces a lo limitada que resulta nuestra existencia individual en medio de un cosmos tan grande y enigmático: «Porque este mundo seguirá girando / con nosotros / y a pesar de nosotros»; «Y que yo / solo soy / un ruido / o un silencio / dentro de la noche», lo cual nos invita a asumir con humildad nuestra esencia y nuestro papel en el mundo.

En suma, los lectores de libro van a encontrar en la obra un despliegue de motivos, pero también una muestra de perspectivas que abordan desde distintos ángulos los temas universales: el paso del tiempo, la identidad y el amor. Y en este recorrido, en esta sucesión de palabras que se enlazan, podrán encontrar una metáfora de la naturaleza cíclica de la vida, que siempre se transforma, nos termina y nos vuelve a comenzar.

Covadonga García Fierro

Equipo de Redacción

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