Manediting y manerasing, los hombres me dicen qué escribir; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrega se ofrecen dos nuevos términos derivativos del mansplaining: manediting y manerasing que suman al diccionario feminista de Alma Karla Sandoval.

Rebecca Solnit, escritora y editora estadounidense, aportó a la cuarta ola feminista el término mansplaining mediante ejemplos reales de cómo los hombres muestran una autoridad que no se han ganado y las mujeres, educadas para aceptar esa realidad, no la cuestionan. La autora cuenta que una reunión con periodistas e intelectuales, un desconocido se le acercó para explicarle un libro increíble que había leído, ignorando el hecho de que ella misma lo había escrito, aunque se lo habían hecho saber al comienzo de la conversación. Al final resultó que él ni siquiera había leído la obra completa, sino un artículo que la reseñaba en el New York Times.

Sé que corro riesgos afirmando que Solnit, en Los hombres me explican cosas, se quedó corta porque el anglicismo que conjuga man (“hombre”) y explaining (“explica”), no sólo es idóneo cuando un hombre pretende enseñar algo a una mujer, pues lo hace de manera condescendiente, asumiendo que sabe más que ella, sino que también aplica cuando resulta imposible reconocerle autoridad en sentido estricto del vocablo, es decir, al hecho de que la mujer conozca autores y posea una cultura amplia que legitime su opinión. No necesariamente que se le aplauda, pero sí que se respete sin intentar cambiar, borrar, matizar o editar ninguna de sus aportaciones intelectuales como un libro, por ejemplo.

Por ende, a mí los hombres no sólo me explican, estimada Rebecca, algunos han ido más lejos: me dicen qué debo escribir o tratan de borrar mis intuiciones teóricas desde un sesgo temeroso o resentido.

Sé que no soy la única a quien le ocurre, ya la multicitada Joanna Russ en Cómo acabar con la escritura de las mujeres, demuestra en un brillante análisis académico cómo desde un poco antes del siglo XIX, la temática sobre la cual nosotras escribimos es subestimada o vista con sospecha.

Recientemente subí a mis redes sociales la portada de uno de mis libros alalimón con Denisse Buendía. Se trata de un manual para padres y educadores que ofrece una tipología de abusadores sexuales infantiles, hombres en su mayoría según todos los datos cuantitativos que en cualquier país de este mundo se dispongan. Los llamamos lobos porque en una famosa ronda, los niños cantan: “Jugaremos en el bosque mientras el lobo no está…” Nuestra idea fue deconstruir ese texto popular sacándolo del imaginario donde los pedófilos habitan. Este libro se trenza con cuentos infantiles sobre cómo advertir las banderas rojas de un abusador, leer las señales de posible violación en las y los niños, así como notas informativas sobre el tema basadas en estudios de expertos.

La reacción a este párrafo de la contraportada de nuestro libro, El lobo no está, no esperó ni un día: «No existe una sola forma de ser lobo, no existe un perfil homogéneo del abusador. Si realizan una investigación más profunda, encontrarán una extensa y detallada clasificación. Hay lobos que son papás, otros que son tíos, abuelos, primos, vecinos, padrastros, etc. Si, cualquiera puede ser un lobo y puede estar más cerca de lo que creemos»; acto seguido, alguien preguntó si no existían también lobas y se quejó de nuestra visión parcial.

Lo secundó otra persona quien, se sabe, golpea a su cónyuge. Le respondí que, en efecto, existen mujeres psicópatas, violadoras o acosadoras sexuales, pero en mucha menos proporción. Lo remití, además, al libro que publiqué con otra feminista, Elena de Hoyos, Las delatoras, donde hablamos de los grandes errores de las mujeres patriarcalizadas. Curiosamente, el señor que preguntó sobre las lobas no sabía de esa autocrítica de género ni ha leído ninguno de mis libros, pero sí se sintió con el derecho de juzgar. Supongo que tampoco conoce la matriz fundante del feminismo decolonial de María Lugones quien señaló las intersecciones entre raza, clase y género, por lo que criticar sin bases un libro donde se habla de abusadores y no de abusadoras equivale a leer un estudio sobre la afrodescendencia de piel muy oscura y echar de menos una defensa de la blanquitud.

En esas reacciones hueras encuentro un elemento del mansplaning que se expresa mejor en situaciones en las que el hombre sabe menos y la mujer, por el contrario, es la experta en el tema. En esa operación defensiva o mecanismo oxidado, resplandecen dos actitudes derivativas que deben ser nombradas: manediting y manerasing. El primero tiene que ver con los cortes, los matices que conversacionalmente los hombres aplican a la mirada, al pensamiento y, por último, a la escritura de las mujeres porque en su opinión son incorrectas, confusas, parciales, muy confrontativas, exageradas o proclives a la autovictimización, pero se sabe que Leonard Sidney Woolf no publicó, desapareció, muchos ensayos feministas de Virginia y la historia no ha hecho más que hacerlo quedar bien como el pobre esposo que lidió con una enferma mental. A Simone de Beauvoir también se le aplicó manediting de otra manera, la más estulta: sin haberla leído en su totalidad o sin comprender de El segundo sexo. El mismo Albert Camus tildó ese libro como el equivalente del machismo, aun cuando al final de las más de 700 páginas, la filósofa apuesta por la clave de una formación andrógina en los jóvenes y sigue arremetiendo contra las mujeres que considera parásitos de sus esposos.

De tal suerte que cuando te hacen dudar o te recomiendan de buen modo: “Eso no lo digas”, “piénsalo mejor”, “cambia este párrafo”, “otro libro sobre ese temita”; escucho a Neruda diciendo que cuando callo le gusto más, a un agresor amedrentándome con un “nadie te va a creer ni a leer”, a un supuesto experto en la experiencia de la menstruación, la maternidad o el aborto sin nunca haberla vivido.

El manediting es una estrategia mediante la que también desdoran nuestra escritura o intentan colonizar nuestro lenguaje, en términos heideggerianos, la casa del ser.

El manerasing se diferencia en que no se circunscribe al universo editorial, sino a la vida cotidiana, al espacio privado donde las mujeres corren más peligro: sus hogares, ahí es donde con más frecuencia las abusan sexualmente y donde cinco o seis de cada once feminicidios en México, se perpetran. Para que esto no cambie es necesario borrar cualquier atisbo de rebelión o línea de fuga en las direcciones que tanto Spinoza como Deleuze explican. Sin embargo, no es sólo filosófico este asunto, es real, opera todos los días porque los hombres borran a las mujeres sometiéndolas, agrediéndolas, invisibilizándolas, excluyéndolas, subestimándolas, deteniéndolas, cuestionándolas con odio soterrado, burlándose de ellas con misoginia ufana. Es una estrategia muy efectiva que suele combinar gaslighting, infantilización de las otras o pacto patriarcal con las que, efectivamente, se acomodan siendo mantenidas o esclavizadas.

Manerasing también implica estigmatizar al feminismo para sacarlo de escena, confundir con cortinas de humo de supuesta igualdad sin poseer nociones mínimas de equidad. De esa forma se debilitan los porqués de las luchas, pero, sobre todo, se siguen ocultando o incluso acolitando las opresiones mediante una engañosa tabula rasa donde mentalmente se hace polvo la justicia.

Equipo de Redacción

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