Los libros únicos; por Maurizio Bagatin

0

Maurizio Bagatin reflexiona en su columna sobre los libros únicos.

Hay escritores de un solo libro. Autores que han “vivido de renta” con un solo libro, y otros que por todas sus vidas han ido intentando deshacerse y obnubilar a este mito; desearon escribir otra obra que estuviera mejor del Opus Magnum que los hizo famosos. No, el Homo unius libri es el escritor de un libro único. El canon es un mecanismo imperfecto en el cual el libro único incursionó como una serendipia.

A Alfred Kubin lo recordaremos por su “única” obra, La otra parte, destilado kafkiano de lo absurdo, una distopia “ejemplo del fantástico en un estado químicamente puro”. Y fue el primer sello de la editorial italiana Adelphi, pero más aun el provocador capricho de sus fundadores, Roberto Calasso y Bobi Bazlen. Otro libro único, y otro capricho de los fundadores de Adelphi fue El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki, matrioskas novelescas ante litteram que solo a ellos, en aquel momento histórico para Italia, podía venir en gana de publicar. Ellos, que solo quisieron publicar libros únicos.

Leí que fue Santo Tomás de Aquino en emplear la frase hominem unius libri timeo, que significa “Temo al hombre de un solo libro”. Tras haber tenido una fuerte experiencia mística que le acercó a Dios como nunca antes, llegó a decir: “Es que, comparando con lo que vi en aquella visión, lo que he escrito es muy poca cosa”. De ahí que dejara de escribir. Anécdotas que permiten las caricias entre filosofía y espiritualidad, la carne y la abstracción.

El escritor de un solo libro es el escritor del cual la obra se sirvió de él, y lo utilizó para existir. Sin el unius libri no conoceríamos al autor.

Es lo que sufrió Federico De Roberto, el autor de I Viceré, epopeya siciliana, saga de la familia Uzeda en un ambiente sumergido en el ’48 italiano (1848) y el status que dejó el Congreso de Viena. “Prisionero, psicológicamente y patológicamente” de su obra maestra, a tal punto de querer retirar a los editores toda la obra en depósito y quemarla. ¿Borrando la gloria y reiniciarse como escritor? ¿Se había ido penetrando tanto una época, con una radiografía tan “perfecta”, hasta no tener ya nada más que escribir? Hasta enfermarlo, llegó esta su decadencia.

Libros únicos, obras que han llegado a endurecernos y a engatusarnos y también aquellos grandes libros que hemos una vez amado, y otra vez odiado: Los Novios de Alessandro Manzoni que todos los años era tema de exámenes finales y nadie ya quería volver a leer. Libro único El doctor Zhivago, Nobel de Literatura por una sola obra, y Nobel que no pudo retirar gracias a los bolcheviques. Libro único Cumbres borrascosas, novela gótica y violencia victoriana descrita con sutil parsimonia por Emily Brontë. Le dijeron que: “La literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca”, y ella sacó su “Cumbre” única. Y libro único El Gatopardo del aristócrata Giuseppe Tomasi di Lampedusa, novela que describe como pocas un mundo en vía de extinción. Y el ultimo, cuando Mnemósine se me acerca y con un soplo en la oreja me hace recuerdo, Don Quijote de la Mancha, picaresca aventura que el hidalgo nunca hubiera vivido sin su fiel escudero, Sancho Panza.

La historia de la humanidad es la historia de la palabra escrita, de un único libro que son todos los libros.

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *