Lisboa de tocador; por Alma Karla Sandoval

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En el natalicio de Fernando Pessoa, Alma Karla Sandoval recuerda lecturas y pasos por la capital portuguesa.

Ahora sé lo que es llegar a Lisboa, pero no a una conclusión. Por eso voy a llevarte ahí, aunque sea lo último que haga. Acabo de decidirlo porque ya me cansé de estar escribiendo sobre Portugal sin conmoverte, sin lograr que leas a Muñoz Molina. Solo una vez, cuando estaba lloviendo, cité fragmentos apócrifos de El invierno en Lisboa (a veces recuerdo las citas muy mal) y noté cómo me miraste. Luego mandé un mail describiendo el Portugal que llevo al interior y que no se parece nada a la de las fotografías. No hubo respuesta.

Con los años seguiríamos amando libros y haciéndolos.

Biblioteca en lugar de familia. Editar, no criar, de este lado del mundo.

¿Por qué ese país se me volvió literario? Lo es para muchos desde que Fernando Pessoa se descubrió como el poeta de los heterónimos. Porque Tabucchi se atreve a recrear los últimos días (que por cierto caen casi todos en noviembre) de aquel vate y porque en Sostiene Pereira aprendí la integridad. Porque El libro del desasosiego es una lección de imágenes. Porque escribí en un diario mis impresiones al ver el sol salir cerca de una Plaza en Oporto. Porque Saramago le rinde tributo a ese lugar. De hecho, Lisboa es la cuna del único tiempo en que sé conjugar el amor. Y claro, por el enorme poema «Tabaquería», «no soy nada, no puedo querer ser nada».

Tengo en mí todos los sueños del mundo…

Voy a insistir, tienes que leer El invierno en Lisboa y entender la razón por la que uno de los personajes principales, Lucrecia, nos emociona cuando afirma: «Te mentí. Tenías derecho a saber la verdad, pero no te la dije. O no del todo. Porque si te la hubiera dicho te hubiera vinculado a mí y yo quería estar sola y llegar sola a Lisboa, llevaba años atada a Malcom y también a ti, a tus recuerdos y a tus cartas, y se me había extraviado la vida y estaba segura de que únicamente iba a recobrarla si me quedaba sola…».

Si me quedaba escribiendo, añado.

En fin, ¿te acuerdas de mi libro que se titula algo así como Notas outsiders para una mañana portuguesa? En él aparece una Lisboa ficticia, apenas pronunciada y es que el Portugal que viví era el de una mochilera como todas con pocos euros, mucho pan para acallar al hambre y vino barato, del que suelta el intestino. Las ciudades futuras y/o literarias son muy diferentes. Ellas llegan a nosotros, son ellas las que viajan de mano en mano en los libros y nos convierten en lugares. No hace falta salir de nuestro cuarto para pasear por el Dublín de Joyce o el París de Proust. La Habana es Lezama Lima y tantos ejemplos más que puedo darte, pero creo que ya entendiste. Porque mira, sé llegar a Lisboa, pero nunca a una conclusión.

Equipo de Redacción

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