Las piezas de Nora; por Alma Karla Sandoval

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La palabra “pieza” la entiendo reservada para esculturas, cuadros, obras de teatro cortas, no para un texto casi siempre escrito al vapor.

Cada vez que pienso en eso que llaman “pieza periodística” me da por temblar. Es una mezcla muy extraña de miedo e ilusión. No sé si esas dos emociones puedan ir juntas, pero como alguien formada en el sueño del periodismo que se convierte en una verdad a medias que ni es verdad ni es la mitad de nada, disfruto con la idea de que se puede hacer arte desde otro oficio, aunque la palabra “pieza” la entiendo reservada para esculturas, cuadros, obras de teatro cortas, no para un texto casi siempre escrito al vapor.

Fue con Leila Guerriero, a quien admiro con todo y que disiento con algunas de sus posiciones respecto a la escritura, a los libros, que aprendí aquello de la pieza periodística. La luz de sus perfiles, la solvencia de sus crónicas, esos hilos brillantes con los que teje cada página (me pasa igual con Alma Guillermoprieto) son cualidades que me convencieron del valor de cada línea porque no hay texto pequeño para la pluma de quien sabe ejecutar su expresión clara, concisa, directa.

Pues bien, que no sabía sobre qué escribir mi columna, la cual ha pasado a ser quincenal en este espacio por apuros de agenda y de vida. Estoy leyendo el más reciente libro de una de mis autoras favoritas de Estados Unidos, Nora Ephron. Está editado por Libros del Asteroide, donde me gustaría publicar como a muchos que yo conozco. Sí, sueños guajiros como los de amigos poetas o narradores anhelando ser autores de Anagrama. No importa, la vida es sueño, “qué más da”, me digo cuando vuelvo a ser niña cerrando los ojos e imaginando un título precioso de mi autoría en ese sello editorial. Sí, sería todo un asteroide girando alrededor del sol de un sistema fallido, me refiero a la escritura.

En fin, el libro de Ephron también tiene un título sugerente (justo como el que yo fantaseo): No me acuerdo de nada. La autora, dicen, es un género literario en sí misma. “Famosa porque su mordaz ingenio, por sus acertados y cómicos análisis de la expresión femenina y por su capacidad para detectar los absurdos de la vida moderna…” No exageran en la contraportada, no. Soy de las hechizadas por Nora, de las que quieren imitarla, hasta cortarse el cabello como ella, pero no me va bien llevarlo corto ni soy tan osada, ni provengo de una familia pudiente, con dólares. Debería, eso sí, reverenciar a una periodista latinoamericana para que no me acusen de seguir colonizada escrituralmente hablando. En mi defensa, ya dije que Guerreiro y Guillermoprieto son heroínas de este lado de la vida dizque subdesarrollada porque el mundo ya no es primero, segundo ni tercero. Después de la pandemia todas las crisis globales vienen juntas y afectan, al mismo compás, a todos los bloques de este mundo. Cada vez hay menos paraísos.

Esa es la mirada cínica de Ephron que celebro, esa frialdad de matarife con que acanala la realidad llenando el vacío o haciéndole frente a la injusticia, convirtiéndola en una broma, en una revuelta inesperada del ingenio con la que nos sacude. Lloré con Se acabó el pastel, que lo sepa el mundo. Esa obra aún me persigue signando mis relaciones sentimentales. En la última, con un escritor misógino, amargado y cruel, la dulzura de las recetas de Nora mezcladas con verdades que desarticulan la ingenuidad de nuestro amor romántico (digo nuestro porque esa clase de hombres realmente nunca aman, pues no abdican, Beauvoir dixit), fueron una brújula para salir corriendo, para ponerme a salvo.

En No me acuerdo de nada, cada texto es, efectivamente, una pieza, pequeña joya que se subraya, por eso reprocho que algunas sean tan cortas, de menos de setecientas palabras, pero supongo que el asunto se torna lacaniano, es decir, se interrumpe donde debe, se corta para dejar al lector queriendo más o reflexionando sobre su propio hallazgo. Esta es una de las partes sobre el periodismo que agradezco:

Ahora sé que la verdad no existe. Que las declaraciones de la gente se tergiversan continuamente. Que los medios de comunicación son hervidero de conspiraciones (y que, en cualquier caso, la ineptitud es una forma de conspiración). Que con cinismo y desapego emocional se llega demasiado lejos.

Pero estuve enamorada del periodismo muchos años. Me encantaba la sala de la sección local. Me encantaba el lote completo. Me encantaba fumar, beber whisky escocés y jugar póquer. No sabía de nada y había elegido una profesión que no requería saber demasiado. Me encantaba la velocidad. Me encantaban los plazos de entrega. Me encantaba que se utilizara el periódico del día anterior para envolver el pescado.

Una historia así no se puede inventar, era una frase que me decía a menudo.

Te equivocaste, querida Nora, una historia así sí se puede inventar. Pieza, le llaman.

Equipo de Redacción

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