El filtro “neutro”, variante editopatriarcal; por Alma Karla Sandoval

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El filtro neutro preocupa porque se ha impuesto una estética no solo dictada por el tono donde la temática juega un papel fundamental, donde las tramas influyen en la percepción de editores, jueces, lectores, el triángulo que decide, lo queramos o no, el destino de quien escribe.

Acabo de leer la crítica de una crítica literaria y encuentro otra variante editopatriarcal: el filtro «neutro» que se exige a las autoras para considerarlas buenas creadoras, es decir, se le pide a la literatura lo mismo que al periodismo cooptado, el que nada cambia, el que de verdad no incide, no se ensucia. Ese rasero es uno de los dispositivos mediante los cuales se sigue pensando lo mismo: una escritora asumiéndose mujer hablando de lo que eso significa con sus goces y dolores no vale la pena ser leída, pues no escribe, al final de cuentas, como un hombre que se lava las manos siendo «imparcial».

¿Cómo opera el filtro o tono neutro? Es ambos porque sirve para medir y valorar una obra, también para domesticar el estilo de las y los escritores porque la mirada con que se juzga es binaria: o se escribe desde la voz de un hombre o la de una mujer. La primera es dura, desprovista de “cursilerías” o imágenes poéticas, de referencias a la infancia, a la vulnerabilidad, a un lirismo indomable. “Nada más narra los hechos, tranquilita, no te vueles. Sé neutra, clara”, me dijeron una vez en un taller literario. Me llamó más la atención lo de “tranquilita” que la petición de no esforzarme pareciendo ser mujer desde la afectación de un estado de ánimo o de la temperatura en lo que contaba.

Se cree que los buenos narradores son, a lo Hemingway, telegráficos, agudos, con observaciones pertinentes justo en el momento adecuado, sin exageraciones, florituras, barroquismos. Si se recurre a ellos se tiene que ser como Gabriel García Márquez cuyas referencias varoniles o el punto de vista de sus narradores no dan lugar a dudas de su género como Nabokov en Lolita con un estilo precioso, poético, pero claro, hablando desde el deseo de un hombre por una menor de edad, una “ninfulita”, emoción romantizada con tal talento que olvidamos la verdad de lo narrado. He ahí el peligro del arte que se jacta con bombo platillos, con ensayos que se premian y publican, de prescindir de toda moral, de toda ética, pues la literatura “no es sierva de nada ni de nadie”, ¿en verdad no sirve a su propia libertad? Sin embargo, a veces la crítica o los jurados de los concursos más importantes se equivocan y dan por sentado que un libro está escrito por una mujer porque es más sensible, más tierno o dulce, más “delicado” o lírico que el de un hombre y al revés. Ejemplos sobran.

Lo del filtro neutro preocupa porque no obstante esos prejuicios, se ha impuesto una estética no solo dictada por el tono donde la temática juega un papel fundamental, donde las tramas influyen en la percepción de editores, jueces, lectores, el triángulo que decide, lo queramos o no, el destino de quien escribe. Sigue gustando más una autora que renuncia a la voz de su género, hasta dicen que por eso es una gran artista, que un hombre hablando como mujer. Se aplauden las historias en las que ellas son castigadas por salirse de las normas, en las que se suicidan por abrazar su sino trágico, en las terminan invisibilizadas o condenadas a ser, en términos de Greimas, solo ayudantes o, si acaso, personajes pivotes, no las que subvierten el destino biológico o lo que se espera de una mujer: que sea buena, sometida, aguantadora. Relatos en donde, al final, no cambia nada, el estado de las cosas sigue siendo el mismo, al patriarcado no se le toca ni con el pétalo de un giro de tuerca.

No le ha ido igual de bien a Dahlia de la Cerda con sus personajas (lo escribo con a propósito) “malas o perras” que, en su momento, a Xavier Velasco con Diablo Guardián, a Jorge Franco con Rosario Tijeras, a Pérez-Reverte con La reina del sur, novelas cañonazos de ventas y premios porque no cae mal que un hombre retrate a mujeres fuertes, problemáticas, criminales, interesantísimas, a ellos sí les creen. En contraste, cuando una escritora inventa o rescata de la realidad perfiles lésbicos, bisexuales, autónomos, muy libres; poliamorosos, crueles, enfermos, psicopáticos o vengadoras que se salen con la suya, se le tacha de feminista, se le reduce, se minimiza o estigmatiza su obra. Uno de los casos más sonados es el de Cristina Rivera Garza con El invisible verano de Liliana, un libro que no se entendió al comienzo ni por mujeres dizque muy lectoras acostumbradas a otro tipo de narrativa, al proceder canónico, academicista, a la pureza narrativa hegemónica y supuestamente neutral porque si eso es el eje de los parámetros, pues ni tan objetivo, ni tan justo.

Samanta Schweblin

Me contaban hoy que a Paty Laurente Kullick o a Samanta Schweblin suelen tacharlas de hacer literatura “fantástica” y no literatura sicológica (Paty) y literatura de crítica ambiental o social (Schweblin). A ellas se les suele regatear los aciertos o la calidad expansiva de sus propuestas. Ya Rosa montero decía que cuando un hombre escribe una novela excepcional, la crítica lo celebra porque ha entregado “una certera radiografía de la condición humana” y otros clichés que nadie cuestiona. Frente a libros excepcionales de escritoras, se dice que son muy buenos estudios o análisis profundos de “el eterno femenino” o “la condición de las mujeres” como las obras de Cristina Peri Rossi, Margaret Atwood, las de Ursula K. Le Guin.

En cambio, si la autora dice que lleva dentro un señor, incluso ahonda en la masculinidad cómoda e incómoda, se aplaude de pie. Ahí tienen otro rasgo misógino del cual no puede deshacerse la crítica. México, en su literatura, es uno de los países más machistas del mundo. Bueno, en Inglaterra J.K. Rowling puso sus iniciales (borró el Joanne), para que Harry Potter viera la luz. Muchas sabemos que es muy probable que le vaya mejor a una obra con seudónimo unisex o masculino que con el nombre de una chica. Dirán que no, que ahora se están publicando como nunca a las mujeres y por eso son los hombres quienes sufren de una discriminación editorial sin precedentes. No lo creo. El supuesto nuevo boom de las escritoras o los libros sobre género y feminismo no compensa una realidad en la percepción ni recepción, en el apoyo de la crítica que aún no celebran ese tipo de publicaciones. Venden, sí, porque esos libros los compran mujeres, pero eso no quiere decir que se aplaudan, que se tomen en cuenta, que se reseñen en medios famosos, que se consideren literatura de verdad.

De hecho, dos best sellers rompedores de ventas: Boulevard de Flor M. Salvador y Las hipótesis del amor de Ali Hazelwood, por más revolucionarios que parezcan, siguen siendo obras canónicas en su vértebra argumentativa, pues es la historia romántica entre dos personas heterosexuales la cual sigue orbitando, la que se lee con gusto, con interés, por la que se paga. Estas dos autoras no es que escriban como hombres, sino que cuentan lo mismo de siempre, se ubican al centro del relato del patriarca por más que describan cambios en la subjetividad de una época.

He dicho que en la poesía resulta peor o más difícil para una autora. Lo es porque si alguna propuesta poética respinga un poco temáticamente hablando, se entiende como panfletaria y eso no, no es poesía. Los censores de este género prefieren el erotismo a lo Gioconda Belli, el paisajismo interior de Louise Glück, la reflexión ensimismada y ególatra de Ida Vitale, el lirismo enciclopédico o grecolatino de Anne Carson, que los poemarios de corte más social, más sucios lingüísticamente hablando. A las poetas las siguen prefiriendo “albas, de espumas, de nácar.” No me digan que no hay un canon.

Anne Carson

¿Cómo reaccionar ante estas inercias editopatriarcales? Pienso que podemos hacer un esfuerzo rompiendo con ellas desde el poder, ejecutando realmente una política de la presencia femenina y leyendo, pero sobre todo escribiendo o haciendo crítica desde una mirada en deconstrucción, inteligente, muy profunda, que cuestione todo lo que aprendimos de los discursos dependientes de una idea de calidad hegemónica, lo cual ayuda a despatriarcalizar nuestro horizonte. He ahí una pista que deben seguir las mujeres con espacios, las publicadas en grandes editoriales, las que gozan de enorme visibilidad, trayectoria. Las invito a revisarse, a quebrar por dentro los parámetros de sus papás o abuelos del boom y de Bloom. Desaprendan, escuchen a las jóvenes, siéntense en el piso con las demás, lean a las anónimas, a las desconocidas, a las que no tienen premios ni becas. Arriésguense, renuncien al privilegio de la palabra venal.

Equipo de Redacción

2 pensamientos sobre “El filtro “neutro”, variante editopatriarcal; por Alma Karla Sandoval

  1. Excelente punto de vista. Creo que es necesario que se haga todo lo que decis para que la mujere tenga el lugar que debe tener. Que Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant no deba ser George Sand y que Joanne Rowling no deba ser J.K. Rowling. Saludos desde Argentina

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