El amor en la poesía de Odalys Interián: Dos apocalipsis que se tocan

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Abel German reseña la obra «Que el amor les responda» de la poeta cubana, Odalys Interián.

(CONSIDERACIONES SOBRE «QUE EL AMOR LES RESPONDA», ODALYS INTERIÁN, EDITORIAL DOS ISLAS, 2023)

Siempre leo con atención los exergos que los autores eligen para sus obras, no solo porque suelen ser ideas interesantes, sino porque generalmente dan alguna pista sobre la obra. En el caso de «Que el amor les responda», Dos Islas, agosto de 2023, el libro más reciente de la poeta Odalys Interián, que cuenta con un hermoso y esclarecedor prólogo de José Hugo Fernández; éstas —me refiero a las pistas— son por lo menos dos: una, la procedencia de esa cita: La Santa Biblia; la otra, la idea en sí.. Dice: «…porque el amor es tan fuerte como la muerte, y la devoción total, tan exigente como la tumba. Sus llamas son un fuego ardiente, la llama de Jah». Cantares 8:6.En mi Biblia —y es el porqué menciono la procedencia—, publicada en 1927 para la Sociedad Bíblica Americana de Nueva York por La sociedad Bíblica Británica y Extranjera de Londres, según la antigua versión de Cipriano de Valera, ese mismo fragmento se traduce del siguiente modo: «…porque fuerte/ es como la muerte el amor; duro como el sepulcro el celo: sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama». En la versión que utiliza Odalys, como puede verse, la «fuerte llama» se traduce, pues, como «llama de Jah» . Una precisión importante. En ambos casos se habla del amor en oposición a, y como salida de la encerrona que es la Muerte, pero en la versión utilizada por la poeta se introduce explícitamente a Jehová. Y cabe suponer —aunque, no lo olvidemos, hablamos de un libro de poemas— que de eso va el libro: del amor, de la muerte, de Jehová. Y de la Poesía. Veámoslo.

En conjunto «Que el amor les responda» es, realmente, un poema dividido en seis partes que, a su vez, se fragmenta en lo que formalmente también son poemas. Lo es —un solo poema— por su atmósfera, por su enfoque, por su tono… Amor, Poesía, Muerte, Dios, aparecen como un todo. El Amor, a veces un tanto ambiguo —¿Amor al «amado»? ¿Amor a Dios?—; la Poesía, siempre una meditación sobre la Poesía —¿qué es el poema? ¿Cómo y con respecto a qué?—; la Muerte, un objetivo o trámite a abatir —¿Puede algo contra el Amor? ¿Es real?—; y Dios, el círculo que los implica o encierra —¿Puede concebirse algo sin Él? ¿Puede algo, incluso el Amor, quedar fuera de ese círculo?

Vemos, en fin, la poesía confundiéndose o co-fundiéndose con «la llama de Jah»: un hecho, por tanto, ontológico, que se aproxima mucho a cómo yo me explico el ejercicio de la literatura. Odalys lo aborda, eso sí, con la visión de su fe.

«Amor y poesía en su gemela vibración / el eco impar de la belleza/ luciendo siempre un desgarre /(…) donde se posa el ala severa de la muerte». O: «Pero tú eres el enigma/ un enigma que habla del futuro./ Tu rostro es el rostro de la verdad/ y yo me adhiero al musgo de tu cuerpo/y soy el pájaro el eco repetido del pájaro /que rueda en las tormentas». Donde «verdad» solo puede ser sinónimo de Dios, y Dios de ese círculo que encierra Todo, también —y en primer lugar, porque en realidad es de él de quien habla— al amado.

O, sí, de la Poesía que, en esa estela casi sacra, produce imágenes de una belleza heladora: «Y viví como el pájaro que traza un círculo en el aire/ y encierra en él /el cielo y el abismo». Y versos como estos: «Ahora ando sin palabras / sin qué decir.» que, así, incrustados en la frondosidad selvática de su —para decirlo con su voz— «verbo apocalíptico», suenan como una curiosa ironía. Porque todo apocalipsis, qué duda cabe, es una cantidad abrumadora. Lo es el de la Biblia, y lo es el de la poesía de Odalys. Dos apocalipsis que se corresponden y, a veces, fusionan. Aunque hay momentos en los que el amor desciende, por así decirlo, a ras de tierra, y el interlocutor se sitúa al alcance, fuera de la devastación: «…el largo pozo de luz que hay en tus ojos/ esos jazmines que purgan la noche/ que despiertan el fiero relámpago / de las claridades».

Monólogo —porque es un monólogo—, que me recuerda un poco esa voz que parte de una soledad a un Otro total que, en razón de ésa, su totalidad, la acompaña como el silencio del laberinto al que nos asomamos en el instante mismo que —de conformidad con Heidegger— fuimos arrojados a lo fáctico. «Hay algo tuyo / siempre en el aire/ en mí». Y gracias a eso —a ese «algo»— podemos coger, como se dice, un respiro: «Algo balanceándose / armónico como la luz / abriendo el arco de esperanza». Una cosa que intuimos, quizá erróneamente, como el Dios de la fe, y que curiosamente Odalys, con una sabiduría extraña precisamente a esa fe —que, como sabemos, tiene una sabiduría sui generis—, atribuye a su creación. La de ella. «En tus intimidades estuve/ ninguna penumbra me expulsó./ Y construí una sombra para tu cuerpo/ un almenaje para tus manos frescas./ Hueso de mi hueso/Polvo de mí./ Yo construyo tu paz y creo tu guerra.» Idea o imagen que repite al concebir la posibilidad de la pérdida. Una posibilidad esta que tiene la virtud de complementar y explicar la casi herejía. «Qué diré cuando te pierda / qué silencio pondré en qué cuerpo/ qué palabra».

Lo que se percibe, en sostenido, de principio a fin, a través del particular uso que la poeta hace de la simbología bíblica: «Todo el desgaje de la luz / en esos ojos/ que vienen por mí /que siempre me encuentran / en la alta noche de la crucifixión». Incluida la visión apocalíptica de ese sistema o entorno: «Ahora el amor/ como el pájaro sin ojo de la neblina/ picotea los restos /las pequeñas / miserias que van exhibiéndose / los tiempos del odio tan bien zurcidos».

Hasta llevarnos a una definición del amor que, si bien entra en el canon, tiene un indiscutible acierto personal: «El amor es (…) / la guillotina donde pone su cabeza/ la muerte», que, como vemos, nos enfrenta otra vez a ese núcleo que diluye el ser desde, y hacia, su cero, al tiempo que vertebra la poética en cuestión. Un cero —es necesario precisarlo— no absoluto, sino con el contrapeso de —y así, con estos versos, termina por cierto esta gran aventura— «la palabra certera que inicia el diálogo/ que dice el amor que recorre el largo exilio de las eternidades/ esas destrucciones que arman el milagro».

Pero antes nos ha aportado un dato aún más esclarecedor. Al hablar del Amor se refiere a «Todo el cuerpo del amor de Dios /que sigue goteando». O sea —a ver si hemos entendido—, ¿habla de ese amor? ¿Solo de ése? ¿O es que en él —y en Él— Odalys encierra la generalidad del concepto? Respuestas: sí, sí y también. Creo que ella, al ser la gran poeta que es, asume plena y humildemente —solo dentro de este juego «libre» que es la poesía— su papel de Dios. Y Dios, como se sabe, es todas las preguntas y, también, todas las respuestas a la vez. Incluso las que no han sido ni serán concebidas jamás. Cuestiones éstas que se justifican por la curiosa ambigüedad con que hasta ese momento el poema se ha movido a propósito de «el cuerpo del amor de Dios». Digo «hasta ese momento», porque a partir de ahí esa ambigüedad se atenúa, o desvanece por completo. «Ahora di sí/ y apóstate como un señuelo/ esposo mío / (…) Hombre al que cedí mi costilla/ acóplate con este ojo que mide el pulso / de las grandes estaciones /el germen plural de la vida.» Aunque, como se ve, enseguida ese amor próximo, palpable…, a ras de suelo como se dice, adquiere también universalidad, en armonía con el Todo. Hasta que, en su devenir heraclitano, ambos —el amado y ella—, se hallan, ya sin ambigüedad —arrojados, sí, pero— frente a Dios: «Y voy llena de ti de tus voces/ de ese espacio del aire que lleno /con tus ojos /de ti /de tu rosal de sombra / encendida /de la promesa /de esas verdades /que nos hacen tan libres». Subrayo: frente a «esas verdades que nos hacen tan libres». La clave quizá de todo el «mensaje» encriptado en este largo, tenso y apasionado canto, que ya nos anticipaba el exergo bíblico.

ABEL GERMAN

València, fines de agosto, 2023

Equipo de Redacción

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