Dos clases, una grieta; por Alma Karla Sandoval

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No escribas porque dijeron que te salva. A lo sumo, haz una lista de todo aquello que implica no escribir.

Hice algo con el miedo, permanecí sentado y escribí.

Rainer María Rilke

No hay escritura, hay imposibilidad de la misma.

Si un escritor es quien tiene problemas para escribir, la mujer de las gafas de pasta gruesa bebe café sin pausas, se limpia el sudor de la tarde, del sopor luego de la lluvia de verano que alborota a “la calor”, como dicen De la pandemia le quedó andar en sandalias, maquillarse menos, esperar hasta el último minuto para mandar el link de Zoom y comenzar esas clases que siguen siendo en línea. En la primera, habla del ensayo literario, de las barreras invisibles que no posee la novela donde se debe fundar un reino, como La Mancha, para que lo atraviesen personajes y habitándolo comprendamos, si es posible, algo oculto que al no ser sigue siendo. 

No escribas para vender ni agradar.

    La mujer no se refiere a una epifanía, aunque trate de explicar a esas diez personas conectadas que la temperatura de lo literario es una fiebre que se cuela en los textos descriptivos o simplemente informativos, un síntoma, una enfermedad de la psique porque ya sabemos que este mundo no es suficiente o que la expresión necesita de otros caminos, tal vez un cauce con agua abrillantada donde habitan peces rojos. No lo sabe, pero trata de explicarse con emoción. Si no la entienden, los estudiantes la perdonan por la pasión con la cual habla. Al último, si hablamos de aprendizaje significativo, eso será lo único que importe, lo que retengan, lo que recordarán.

Escribe porque de lo contrario te destruyes. 

     No se aprende sin sentir de veras, el conocimiento es una marca del goce. Por eso los centauros en su inmensa pradera acotada donde galopan a todo lo que dan, pero también donde encontrarán la orilla al precipicio, donde se les acaba la tierra, donde el ensayo no puede seguir siendo lo que es. Luego, pocos minutos más tarde, habla de las escrituras del yo y escucha a otros alumnos exponer a Georges Gusdorf, a Paul Ricouer, a Philippe Lejuene. Lo hacen bien, mucho mejor que ella a su edad con el ansia de escribir poesía, nada más, ninguna otra cosa que simples saltos al vacío, eso era vivir luego de amables renuncias porque pudo ser peor, mucho peor, dejarlo todo como las monjas o los curas en nombre de una vocación artística. Eso no lo quiere enseñar, pero es algo que los aspirantes a escritores más ingenuos o insensatos, por desgracia, sí aprenden: a dejarlo todo en aras de convertirse en “grandes autores”, es decir, en personas, muchas veces, con el mal tino de publicar lo que escriben. Sin embargo, sin ese fervor es difícil abrirse paso. Cierta dosis de inconsciencia es necesaria para aprender el oficio, incluso para aferrarse a él.

No escribas porque te dijeron que te salva.  A lo sumo, haz una lista de todo aquello que implica no escribir:

  1. Dejar de ver los cielos estrellados, renunciar a comprenderlos.
  2. Dormir bien o mal, pero nunca acordarte de tus pesadillas.
  3. Callar, evadirte hasta que la tristeza clama.
  4. Renunciar a la imaginación. 
  5. Una metodología del aburrimiento.
  6. Una serenidad impostora. 
  7. La frustración y la envidia en las mesas de las novedades.
  8. La certeza de que otro está escribiendo ahora mismo mejor que tú.
  9. La confirmación de que otros escriben mejor que tú, tan sólo porque no lo haces.
  10. La amargura de la impotencia. 

Equipo de Redacción

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