Del hielo y el arte involuntario; por Alma Karla Sandoval

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Si la materia miente, Alma Karla Sandoval reflexiona sobre el arte involuntario en el Ártico.

La materia miente. La naturaleza es el teatro de las historias imposibles. Si bien la creatividad humana concibe esculturas de hielo como existen castillos de arena, la serendipia de algunos fenómenos naturales nos deslumbra.

La materia hace pactos con el diablo.

Leonardo da Vinci escribió en sus notas que nuestro cuerpo está sometido al cielo, y el cielo está sometido a la mente humana. Por eso hallamos flores donde no existen vegetalmente, pero sí hechas de otros elementos: lumbre o hielo. Así de charlatán es el golpe de dados de la tierra.

Fue en la base San Martín, a finales de julio de 2021. El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) mostró imágenes de lo que parecía ser un campo de flores congeladas en la Antártida. La postal era de cuento, pero no de Navidad, sino de un planeta bizarro que algunos directores como Daniel Kwan y Daniel Scheinert imaginaron en la delirante Everything Everywhere All at Once, un multiverso donde todo en todas partes al mismo tiempo es posible debido a rupturas infinitas del tiempo y el espacio. Entonces surgen prodigios dignos de admirarse, tal vez no de celebrarse.

Autoridades argentinas y expertos del SMN explicaron que las flores de hielo se debían a un fenómeno que se produce por evaporación del agua. La frase para tranquilizar a las redes sociales y quizá para frenar de súbito al turismo espontáneo fue: “Este evento ocurre cuando se originan pequeñas fisuras en el hielo marino, por las cuales se evapora agua que se congela rápidamente al encontrarse con aire muy frío”.

Eso fue todo.

Pero no puede ser. Todo es una palabra estúpida. Cada vez que alguien la escribe o la pronuncia está renunciando a leer entre líneas, por debajo, de la vida que nos queda. No tanta. En esta historia el hilo del cual tirar son las fisuras en el hielo marino, éste se rompe, literal y metafóricamente hablando, cuando la temperatura cambia debido a un giro climático. No en balde las condiciones necesarias para que brote un jardín congelado, es decir, para que el agua cambie de vapor a sólido, son viento escaso y sal dentro de hielo poroso, lo cual desencadena el proceso de cristalización, la forma de racimo, la romántica forma de las flores.

En otra película más entretenida que potente, Contact, Jodi Foster interpreta a una astrofísica a quien le permiten ir al espacio exterior luego de lograr comunicación con seres extraterrestres que la conducen a un lugar supuestamente arcádico. Al llegar, las primeras palabras de la astronauta son: “Esto es hermoso, debieron enviar aquí a un poeta que pueda describirlo”. Tal y como Anna Ajmátova, en los años duros del estalinismo, haciendo fila bajo la nieve para ver las listas de los muertos en la guerra, para saber si su esposo o su hijo seguían vivos. En Réquiem, la poeta responde a una señora si alguien podría describir ese horror: “Sí, sí puedo. El resultado, una obra alabada por la crítica».

¿Quién fue a ver el jardín de hielo de la Antártida y escribió algo al respecto?, ¿nos bastaron las fotografías?

Sí, sí bastaron.

Pero bastar es un verbo insulso si admitimos que la materia traiciona cuando es gris, negra o es otra clase de materia que todavía nadie comprende. La alquimia de los elementos forma nubes imaginarias, un mar de vapores frente al cual, el caminante de Caspar David Friedrich desafía a la naturaleza. Romántico y viajero, un reporter de la emoción que le da la espalda a la cámara, no la acomoda para tomarse una selfie.

¿Qué hacer en un jardín congelado más allá de tomar fotos? No se tendría que recurrir a la meditación para poner la mente en blanco, el paisaje obligaría igual que el mar de leche en las córneas de los personajes de Ensayo sobre la ceguera. ¿Qué hacer luego de cinco minutos de contemplación del milagro, buscar otro? Es verdad que hay lugares menos calientes adentro del infierno, pues cierta ética demanda: “Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”, escribió Italo Calvino.

Volvamos a las flores de hielo, a su arte involuntario, ¿a una tentativa de hacer durar la música de un ángel? Esas extrañas formaciones de nieve en el suelo de la Antártida exigen que no las olvidemos, pero tendríamos que volverlas un cuadro subrogado, capturarlas como dispositivo de la memoria. Probar, ingenuamente, que existieron porque no habrá más realidad que una foto y toda foto contiene un grado de sospecha. Hay filtros, programas que intervienen. Imágenes falseadas.

Una flor de hielo es un síntoma de la catástrofe climática. Seguimos ciegos como en la epidemia de un libro. La materia juega y pierde. El Antropoceno manda, no le importan los jardines árticos.

Equipo de Redacción

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