Bardo o el limbo que no fue; por Alma Karla Sandoval

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En esta reseña se explora «Bardo, crónica de unas cuantas verdades», la más reciente entrega del director mexicano, Alejandro González Iñárritu.

 

Pensé que vería una película en verdad arriesgada por ser una propuesta que el director y productor, Alejandro González Iñárritu, calificó como “un pozole de imágenes”. Dispuesta no a comprender, sino a sentir, a dejarme llevar por la ilusión cinematográfica, compré el boleto para “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades”. Advierto que con todo y algunas secuencias de antología, al final comprendí el mecanismo del engaño, el truco de feria. Si bien la historia alude a los sueños dentro de otros sueños en una suerte de matrioshka borgiana; si merecen aplausos algunos aciertos visuales con guiños a Magritte, Dalí, Fellini, incluso los homenajes velados a Cortázar o a Fuentes, pero uno muy directo a la obra de Paz; la historia no termina de ser lo que andan vendiendo: una cinta onírico delirante, única porque abreva de la autoficción, del balance existencial de uno de los mejores cineastas de los últimos tiempos. Sin embargo, decía, “Bardo” no despega como el avión (referencia alfonsocuariana) o el águila, símbolo azteca, que aparece en la película, ya que el guion insiste enatar cabos y los rompe. Se nota que al director le dio miedono ser comprendido, ¿subestimó al público? Almodóvar no lo hace, no le importa tanto si lo entienden.

    Lo explico con calma: esa sucesión de eventos sin sentido que dice un personaje que es la vida, se narra con prótesis que justifican el absurdo de la existencia, en este caso el sueño o un estado de coma. Mal. Eso no ocurre en Esperando a Godot, ni tan explícitamente en “El gabinete del Dr. Caligari”“8 ½” o en “Inception”. Es como cuando vas a un taller literario y el maestro por más malo que sea, por más mediocre escritor sin becas ni premios (o con ellos),te dice que no cuentes nada “extraño” si al final le dirás al lector que toda esa aventura sobrenatural, fantástica, ocurrió antes de que el protagonista despertara, antes de que explicáramos que este se había vuelto loco o, de plano, había sufrido un derrame cerebral. Plof. Burbuja rota. 

     Claude Bremond habló de los posibles narrativos, es decir, la lógica que conviene no subvertir en un relato. Los críticos alemanes como Jauss o Iser definieron espacios de indeterminación, puntos ciegos en guiones, cuentos o novelas que debe completar el otro gracias a esa agradable idea llamada pacto de lectura. Supongo que Iñárritu sabe a qué me refiero, así que no debió ceder por más Netflix ni que nada. Máxime porque dijo que este largometraje es el más importante de su carrera, el que denuncia habernos quedado sin verdad por culpa de periodistas venales, de comunicadores de poca monta que participan en montajes y luego son exculpados, incluso vistos como héroes en el coliseo de Twitter, en la arena podrida y dramática de otras redes sociales. Gente con medios y en los medios que concede, se va por lo fácil o por lo difícil con pinta de “obra maestra” en la cual desde el privilegio se reniega de la fama, la fortuna, de la toxicidad del éxito cuando hacer cine resulta hoy cada vez más complicado para los jóvenes y los cineastas maduros en Latinoamérica. 

   Por si lo anterior fuera poco, con empatía o compasión dudosa por la situación migrante, González Iñárritu compara la marabunta o el éxodo de los que abandonan su lugar de origen con la muerte. Dice que la realidad de Estados Unidos está pasteurizada o que al menos acá, donde nos tocó vivir (diría Cristina Pacheco), sí sabemos a qué le tiramos porque nos queda claro el infierno de 130 mil desaparecidos en democracia. En contraste, la gran mayoría del país de las barras y las estrellas, con cincuenta millones de adictos a la cocaína u otras drogas, ni se dan cuenta de la dimensión de su averno. Coincido, pero no sé si en la forma de contarloporque incluso lo metaliterario parece forzarse cuando se habla de esta obra dentro de la obra. 

     La secuencia de la que seguramente más se hablará ocurre en la Plaza de la Constitución donde una inmensa pila de indígenas muertos sostiene en lo alto a Hernán Cortés recitando a todo pulmón fragmentos de Octavio Paz y dialogando acartonadamente con Silverio Gama, el alter ego de Alejandro González. En todo caso, lo que sí funciona es la referencia a La brevísima historia de la destrucción de Las Indias firmada por Fray Bartolomé de las Casas en donde se describen montañas de cuerpos tal y como en Bardo se filman. Conquistalidad y neolocolonialismo, dos términos que esta película mira pasar. También la alusión al duelo suspendido que atraviesa México por nuestra gente desaparecida, los que “no están estando”, se dice y se acusa; se muestra y nos duele. 

     Como antes se señaló, muy bien por los planos, por los enfoques que distorsionan la imagen, por las tomas abriéndose y el movimiento de la cámara bailando cumbia o narrando el delirio replegándose en un desierto metáfora o en una metáfora desértica del limbo. Por cierto, los diccionarios en la red enseñan que bardo significa literalmente «estado intermedio» también traducido como «estado de transición». En  sánscrito, el concepto se llama antarabhāva. El bardo más conocido es el que se produce en el proceso de la muerte de un individuo, el cual equivale a un estado en el cual se produce una elección y/o“juicio personal» derivado de su propio karma, que en última instancia es «realizado» no conscientemente por el propio individuo a través de las visiones que sufre en este estado, previo a su próxima reencarnación. Eso es lo que ocurre en esta película, una sucesión de imágenes que no son pozole, sino un ceviche de axolotl con raíces identitarias en lugar de cilantro fresco y bien picado, bien actuado. Daniel Giménez Cacho cumple su cometido. 

   Gastronomía aparte, algo me molesta en el esquema familiar heteropatriarcal excluyente de esta historia. Entiendo que es parte de la biografía de un director lo que se cuenta y se le debe ser fiel. No obstante, las mujeres se muestran apegadas, contentas con sus roles de género. La esposa pide permiso para irse de viaje y existe en tanto que acompaña, contiene e intenta dar a luz a un hijo que no quiere salir de su cuerpo y que, como a una tortuga, termina soltándose en el mar no sé si pordebajeando la condición humana. Ninguna mujer en esta historia es independiente ni autónoma de veras. En un mundo delirante hasta el derecho a soñar le pertenece al hombre.

En fin, el desenlace se torna predecible, cierra lo que pudo dejarse abierto, amarra lo que de por sí está atado alentretenimiento con palomitas en medio del horror y la desigualdad. “Bardo, falsa crónica de unas cuentas verdades” concede desde una mirada canónica, sin riesgo a perder un solo dólar de taquilla.

 

 

 

 

 

Equipo de Redacción

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