Barbie filósofa; por Alma Karla Sandoval

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Mientras la crítica cinematográfica destroza «Barbie», el más reciente trabajo de Greta Gerwig, esta columna ahonda en su fundamento existencial.

Greta Gerwig incomoda otra vez con una autopsia bizarra del empoderamiento femenino. En su más reciente entrega, “Barbie”, la cinta mundialmente esperada para ver a la mítica muñeca en su versión mujer que no se atreve a ser una existente, es decir, una persona con proyectos más allá del confort del mundo utópico en el que vive; la joven directora de Sacramento suelta una bomba nuclear: abre con una diatriba de la maternidad impuesta, da por hecho que, en un universo rosa, las mujeres serían propietarias de sus casas, mandarían en las cortes, serían presidentas y todas las noches serían de chicas que sólo quieren divertirse, diría Cyndi Lauper. Pero ahí no termina el asunto, hablamos de un universo donde los hombres no son necesarios, aunque nos amen, nos deseen, nos necesiten, pues la Barbie estereotípica se presume tan completa que un monigote le estorba. Con todo, eso no basta, pues la rubia descubre que piensa y por eso un buen día reflexiona sobre la muerte.

Esa conciencia, ¿diríamos ese angst?, es la causa del pie plano o la celulitis que la joven busca erradicar de su cuerpo para seguir reinando perfecta en un horizonte de diamantina. El camino del héroe en este caso se invierte para mostrar a un personaje que se equivoca en soledad, por lo que se suma a la revolución junto con otras también expulsadas de ese paraíso maquillado. ¡Quién lo diría, la Barbie más blanca y fascista de todas se rinde!, ¡no lidera la lucha que habrá de liberarla! Como es de esperarse, la crítica sesuda, conservadora, muy frígida, ha destrozado sin leer a profundidad la propuesta de la directora de “Mujercitas” y “Lady Bird”.

Si bien el guion se resuelve con lagunas imperdonables, apunta a la última frontera del feminismo: el amor romántico como arma de destrucción masiva, cortina de humo o fardo, ya que en la subjetividad de nuestros vínculos se juega lo irresoluble, lo que duele porque ata si no sabemos entenderlo, si insistimos en un trabajo de juguetería, no en relaciones desafiantes que exigen una labor de herreros donde lo líquido es una carcajada.

Gerwig comprende que la verdadera emancipación es interna y lo dice mofándose de la muñeca más vendida de la historia y su Ken accesorio,

derrotado por un amor que lo aleja de él mismo como si tratándose de un hombre precarizado emocionalmente se convirtiera en una mujer como todas, con el cerebro lavado a punta de adoctrinamiento histórico para que ese mismo cerebro no se use.

Por eso vemos a una Barbie vencida cuando ellos toman el poder y a un muñeco que hace la guerra a otros juguetes porque se siente despojado de su mercancía más preciada, su mujer pero no cualquiera, “una novia sin compromiso, a largo plazo y con distancia” tal y como denuncia el personaje principal que se revela existencialista, toda una Beauvoir de plástico y tacones que se pregunta por la muerte que da proyecto, diría Heidegger, no por la necesidad de seguir siendo la estrella de un mundo rosa, muy alejado del real, donde los hombres ahora disimulan que ceden y ellas se autoengañan creyendo que son libres, que en verdad mandan en algunas esferas de la vida social e, incluso, en el espacio privado donde Greta señala que las mujeres tienen negado el viento desde niñas. No en balde es en la casa donde las violan, las embazan, las golpean, las explotan. Me refiero a la misma arena dramática donde juegan con la muñeca que a cada una se la da a falta de pene.

De ahí que un juguete imposible por liberado, una Helena de Troya con automóvil y nubes que bailan a su arbitrio, sea urgente en el sueño novelado de la condición humana antes de que las niñas crezcan para convertirse en “buenas mujeres” alejadas de una Barbie supuestamente estúpida, una antiheroína sin genitales que descubre la disonancia cognitiva del patriarcado y se deprime, ¿podría tratarse de cualquier mujer que abre los ojos sin subrayar El segundo sexo?, ¿es precisamente esto lo que no soporta la crítica, lo que se dice más allá de la estrambótica manera con que el mensaje se enuncia en “Barbie”?

No, no es una “película de culto”, pero arrasa en taquilla porque si en “Frozen” se elige a la hermana y no al príncipe, Barbie va un paso adelante. Bien advirtió Margaret Atwood, “abandona la idea de ser amada y serás libre”. Gerwig, en una película “muy mediana”, describe a un ser que no necesita amar para existir, de hecho, existe desde la incertidumbre de un hueco que ni la belleza, ni el dinero, ni el triunfo, ni la juventud, ni el amor de otro, logran llenar. Las mujeres como muñecas rotas (Beauvoir otra vez) lo son porque aprenden a fingir que son felices o porque sufren en nombre del amor o de los hijos, entonces se reconocen y son valoradas como sujetos que sólo sirven, cuidan, se entregan, que son para los otros y no para sí mismas, para el derecho de perderse en sus vacíos.

Equipo de Redacción

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