Una semana, una poeta: Ana Inés Bonnin

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Poeta nacida en Ponce, Puerto Rico, en el año de 1902, hija de padre español y madre portorriqueña con ascendencia escocesa.

Poetas del mundo

Ana Inés Bonnin (1902-1969).

Poeta puertorriqueña.

Poeta nacida en Ponce, Puerto Rico, en el año de 1902, hija de padre español y madre portorriqueña con ascendencia escocesa. Desde muy pequeña fue llevada a Mallorca y posteriormente a Barcelona, donde cultivó intensamente la música y la pintura, pudiendo decirse que llegó a la poesía escalando esos peldaños para constituirse en una feliz cantadora del milagro de la vida y del amor. Cultivó también el teatro y el ensayo, habiendo sido destacada varias veces por el Instituto de Artes Teatrales de Puerto Rico. Entre sus obras merecen destacarse: «Fuga» en 1948, «Poema de las tres voces» en 1949, «Luz de blanco» en 1952, «La calle», inédito y «Compañeros de ruta». Obtuvo los premios «Juan Alcover» en 1963 y el «Ciudad de Palma» editado por el Ayuntamiento de Mallorca.

Fuente: http://www.poemaspoetas.com/ana-ines-bonnin

POEMAS

Vergüenza

                                                                        (Ante una muerte)

Cae tu muerte en mi corazón, llenándolo de vergüenza.

Le grito a mi corazón: «¡Nunca!»

Pero él levanta una nota y me contesta:

«Siempre», murmuro. «¡Siempre!»

El eco repite sobre el mundo: «¡Siempre, siempre!»

y todos los poetas,

con tu muerte doliéndoles, avergonzándolos,

responden: «¡Siempre!»

Porque, mientras tú morías,

mientras tus manos que morían aún intentaban volar

todos los poetas abrazaban su canción.

¡Y oyeron su vergüenza!

La oyeron viva, con sangre y nervios,

como humana criatura

contra humana criatura.

Y esa vergüenza gritó señalándonos:

«¡Vosotros!»

No, no pudimos huir:

espigas, árboles, flores, se desbordaron,

una pared de alas se amontonó.

Senderos y caminos,

el mar,

enredaderas azules,

el agua de las fuentes,

luchaban, se oponían.

¡Amor! ¡Amor!

«¡Vosotros!»

Fue inútil; no, no pudimos huir:

notas, notas, notas, cubriéndonos, amarrándonos.

Nuestra muerte diaria,

¡qué parecida a la tuya!

¡Perdónanos!

Ya que como tú, mientras morimos,

aún nuestras manos intentan morir.

 Y la pequeña sombra se hará más descuidada

Seré para mí lo que otros fueron.

Y mi mano impiadosa no me mitigará.

Ni mis ojos sabrán verme.

Ni dulzura me daré sin regateármela.

Y me arrancaré toda moneda y toda luz.

Me haré pobre con el designio milenario

de la maldad del mundo.

Apretaré mis manos que lucharán por desasirse.

Cerca, el mar, acechará algo muy querido.

Y soñaré que grito y no gritaré.

Y gritaré más hasta romperme el corazón de angustia,

hasta poder ver mis manos cómo salen de sí mismas.

Muchas manos veré mientras las mías quedan atadas.

Y con tremenda lentitud volveré a quererlo.

A querer mis manos dos y libres,

dispuestas a mi voluntad, obedientes.

Cerca, el mar, por primera vez sin horizonte y sin color,

Su color estará en las manos que me dejan.

Que las que queden conmigo no tendrán color,

                                                              como el mar.

Y las convertiré en ávidas e impiadosas,

en capaces de ahogar algo muy querido.

Una pequeña sombra blanca y sumisa

seguirá junto al mar.

El mar me pedirá su color y yo se lo negaré.

Y la pequeña sombra se hará más descuidada.

Volveré a querer mis manos dos y libres.

Y ellas seguirán atadas como las manos de los muertos.

Pero las manos de los muertos se liberan.

Las libera Dios que retrocedió el mar.

Así liberará Él las mías,

que quedarán dos y libres.

Y aquellas que salieron de mí me perdonarán

porque serán perdonadas;

por toda moneda que les robé,

por toda luz que les mentí.

Y sonreirán ante las manos suyas obedientes

que sufrieron atadas hasta que Dios las separó.

Lejos, el mar.

Lejos, el designio milenario

de la maldad del mundo.

Cerca, mis manos, dos y libres,

generosas, azules, obedientes.

Y, otra vez, ¡el horizonte!

Y nunca sin amor fueron los nidos

Amor llena mis ojos,

que con amor yo quiero mirar todas las cosas.

Yo sé que si las miro con amor resplandecen;

yo sé que si las miro con amor se me entregan.

Jamás donde hubo amor los mundos se agotaron;

jamás donde hubo amor cesaron las palomas.

Y nunca sin amor fueron los nidos,

y si el nido no fuera la vida no sería.

¡Oh, qué gozo, los nidos, por tan desamparados!

¡Qué alegría saberlos, muy cerca de nosotros,

alzándose en el alba!

¡Qué alegría saberlos! 

Amor llena mis ojos.

Iré dándote, amor, como a río invencible,

y nunca gota a gota, a manantiales.

Llegarás a lo seco,

llegarás a lo árido;

recorrerás la sed viva y eterna;

florecerán contigo las raíces

y del surco se dará lleno de flores.

Esmaltarás la tierra ¡toda! sin mesura,

y hasta el rincón más mísero y pequeño

tendrá el amanecer que le otorgaron.

Amor llena mis ojos;

que en la inmensa amapola de tu luz me derrame

sobre el reseco nido, y así los nidos sean.

Equipo de Redacción

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