Una semana, un poeta: José Albi Fita
«¿Oyes el mar?
Eternamente estaremos escuchándolo».

Valencia, 1922. – Jávea (Alicante), 2010.
Aunque nacido en Valencia, el centro de su vida ha sido siempre Jávea, localidad de La Marina Alta en la provincia de Alicante, de donde procedía su familia paterna. Vive unos años en Cullera y en Sueca, donde inicia el bachillerato. Cursa estudios de Derecho en Valencia y en Deusto, pero comprueba que no le atrae y se decanta por Filosofía y Letras en Zaragoza, en todos los casos en régimen de libre, es decir, sin asistencia a las aulas. Se doctora con una tesis sobre Juan de Juanes y empieza su fugaz carrera docente en el Instituto de Alicante, que finalizó pocos cursos después.
Es en Alicante donde inicia su andadura poética, en los comienzos de la década de los cincuenta.
Primero, con la creación de la revista Cuadernos Literarios y después con Verbo, de gran calidad por las importantes colaboraciones y con varios años de existencia, desde 1946 hasta 1953 y que alcanzó los 39 números, cifra elevada para el momento. En ella publicó las bases del “Introvertismo”, movimiento poético del que fue su principal promotor. Aunque ya antes había publicado varios poemarios, es a partir de 1970 cuando se lanza a una frenética creación poética y, como él mismo dice, “obsesionado por la búsqueda de la belleza”. Ha sido durante tres años, presidente de la Asociación de escritores valencianos en lengua castellana y, más tarde, de la Asociación Valenciana de Arte y Pensamiento (AVARPE).
Ha recibido el premio “Gabriel Miró” de Alicante, en 1958, por El Silencio de Dios; “Valencia” en 1958 y 1977, por Vida de un hombre y Odisea 77, respectivamente; “Miguel Ángel de Argumosa” de Santander, en 1979, por Elegía Atlántica. Y ha obtenido accésit en el premio “Leopoldo Panero”, en 1973, por Picasso azul; Premio Internacional “Ciudad de Melilla”, en 1984, por Domenikos, ego; y “Rafael Alberti”, en 1994, por Ensayo sobre un parque en noviembre.
En 2002 recibió el Premio de las Letras Valencianas.
Obras
A orillas del Júcar
Poemas del amor de siempre
Elegía al hombre europeo de postguerra
Septiembre en París
Antología del surrealismo español
Vida de un hombre
El silencio de Dios (novela
Bajo palabra de amor
Elegías apasionadas
Piedra viva
Guadalest, amor
Picasso azul
Odisea 77
Elegía Atlántica
Juan de Juanes y su círculo artístico
Domenikos, ego
Ágatas para Ágata van Schoenhoven
Antología Poética, vol. I. 1949-1981 y vol. II. 1982-1990
Jávea o el gozo
Ensayo sobre un parque en noviembre
El temps ombrívol de les roses
Improvisaciones a cuatro manos
Góndolas y otras adivinaciones
Monólogo para una celebración
Desde un otoño inevitable
Adagio para una sinfonía inacabada
Fuente: https://dbe.rah.es/biografias/70532/jose-albi-fita
POEMA
Definitiva soledad
¿Oyes el mar?
Eternamente estaremos escuchándolo.
Lo llevaremos dentro como la sangre, como la paz
como te llevo a ti misma.
Todo, todo irá acabando: la tristeza, la vida,
la soledad tan grande en que me has dejado.
Sólo el mar, amor mío, el mar sigue existiendo.
Me asomo: lo contemplo desde esta tarde lenta,
desde esta fría y herrumbrosa baranda
adonde no te asomas.
Amor, no estás conmigo. ¿Ves el silencio en torno?
Baja como las olas,
me roza como el río de tu piel,
se aleja para siempre.
Tú, mar, eterno mar de mi sueño,
sueño ya tú, lejana, irremediable.
El viento te acaricia. Yo soy el viento.
Pero estoy solo.
Y tú, tú estás lejana.
Sólo el mar te recuerda, te vive, te arrebata.
Siento tus labios, que es sentirte entera;
siento tu carne, calladamente mía.
Mis manos en el aire te dan vida,
y la playa, ya inútil sin tu huella,
deshabitada y torpe se aleja como el día.
Sólo la tarde existe;
existe y va muriendo. Unos dedos de espuma
me agitan los cabellos;
unas hojas doradas por el sol van cayendo.
Quizá son tus palabras,
quizá el cerco ya inútil de tus brazos.
Escucha, amor, te voy nombrando
como te nombra el mar. Algún abismo
se quiebra no sé dónde, y este mar que respiro
no es el mío
con capiteles rotos y con mirto.
Es tu terrible mar, tu ecuatoriana selva,
como tú, tormentosa; como tú, quieta, insospechada, dulce,
y otra vez angustiosa y arrebatada. Amor,
me vas muriendo. Este mar que era nuestro
me mira indiferente. Quisiera levantarme
como un viento tremendo
y sacudir las velas, descerrajar los brazos,
morirme a chorros.
Pero sólo el silencio. Yo, acodado en en el aire,
contemplo tu recuerdo.
No hay más que arena.
La ciudad, a lo lejos, se desdibuja.
Es un humo borroso como el olvido.
Ahora estiro los brazos y te busco.
Aquí están nuestras rocas. El mar se mira en ellas;
también te busca.
Una estrella de mar va acariciando mi sombra:
mi sombra que, sin la tuya, no es más que un pozo seco.
Esta tarde es como media vida: la media que me falta.
La que tú te has llevado.
No, no has venido.
Eternamente no vendrás. Caerán constelaciones,
se hundirán montes, siglos, tempestades,
y no vendrás. Y yo estaré mirando
lo que nos une todavía: el mar.
Un buque remotísimo buscará el horizonte;
pasará un pescador con sus cañas al hombro.
Sólo tú no vendrás.
No vendrás nunca.
Soneto de la ausencia
¿Me oyes, amor? Hay un fragor de trenes,
o quizá de batanes o de espigas
que te aleja de mí. No, no me digas
que te irás para siempre. Los andenes
se despoblaron. Yo, regreso. Penes
por donde penes, corazón, no sigas,
no te sigas marchando. Más fatigas
y más amor perdido si no vienes.
Ay, dolor, que yo sé lo que me pasa.
Que mi casa sin ti ya no es mi casa,
y el aire ni respira ni madura.
Que estás dentro de mí, pero no basta
aunque te lleve hasta los huesos, hasta
la misma pena que hasta ti me dura.