«Ruta Obligada», de Gaby Vallejo; por Angélica Guzmán Reque

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Angélica Guzmán Reque nos acerca a la obra «Ruta Obligada», de Gaby Vallejo

La vida es un viaje de autodescubrimiento, atrévete a explorar”

Anais Nin

La novela de Gaby Vallejo Canedo Ruta Obligada, como ella misma nos dice es “Constatación de la humildad del cuerpo, ruta obligada, / de la fragilidad de la carne, ruta obligada, / de la inutilidad de los huesos, ruta obligada. / Pronto la soledad se instala.”

Como bien podemos comprobar la obra es ese auscultar la vida de los seres frágiles por su naturaleza de miseria, de ignorancia, de miedo, de incomunicación en la familia, la sociedad, de un mundo que vive por vivir, que no comprende el porqué está ahí y menos lo que puede y debe hacer. Una desorientación absoluta, de no saber el rumbo de sus vidas porque seguir una Ruta, es eso seguir un camino, previamente orientado por los progenitores, como aquellos primeros pasos que, todos los seres damos, de la mano cariñosa de los padres, la eterna búsqueda del amor, de la aceptación, de las interrogantes que nos aquejan y conmueven: “Yo sé que has estado buscándome. Yo te gané. Te he buscado antes, te he elegido antes. Pero todavía no sé si merecerás recibirme. Te beso y te acaricio la espalda, dulcemente, largamente«.

Los personajes son diferentes, hombres y mujeres, todos viven en la misma ciudad, en Cochabamba; todos llevan en sus hombros una difícil carga de inhumanidad. de miseria humana, como la de Martha Julia, una muchacha que confía su secreto a Marcela, son sus secretos de niña violada, de madre a los trece años, con la anuencia de la madre, abuso que se repite por todos los rincones de nuestro país, esas pobres niñas que nunca más conocen la felicidad, menos el respeto de sus padres: “Pero ella nunca supo si el callado fabricante de cielos era su padre, su padrastro, su tío. Su madre había construido un silencio de años alrededor de aquel hombre que a veces vivía con ellas. Si era su padre, ninguno de los dos, madre/padre querían que ella y los demás lo supieran. Si era su padrastro, no ejercía en la casa ningún poder de marido o de suplente de padre. ¿Era el hermano de su madre?”

Otra niña que crece en la orfandad, sin saber nunca quiénes son sus padres, es Tomasa, “hija del viento” la llaman, víctima del abuso inmisericorde de la gente que le rodea, criada en un orfanatorio, donde no conoce el amor, solo el castigo cruel, tanto físico, como psicológico. Es adoptada por una familia que tampoco le brindan el mínimo respeto, menos el amor que requiere un ser humano; la acusan de robar y la expulsan. De esta manera, será una niña que deambula por calles, plazas y lupanares, de hombres que la poseen como un objeto cualquiera. Se embaraza, tiene al hijo, que pronto lo asfixiará en unos de los tantos momentos de borrachera, circunstancia que no la dejará vivir en paz. Aunque conoce la bondad de un hombre que la acoge, sin embargo, muere en un accidente del bus donde viajaba, junto a los otros personajes de la novela; una imagen literaria, de un viaje sin retorno, como si se los hubiese reunido, al igual que en un aquelarre, víctimas de la vida, marchando necesariamente hacia la muerte, esa Ruta Obligada a la que se refiere la autora, un féretro de metal anticipado; “¿Qué los seleccionó para encontrarse sentados, juntos, metidos en ese aparato de metal? Quizás como en un tablero de ajedrez se estaban moviendo para encontrarse, para pelear espacios, para ser reina o peón. ¿Quién construyó ese tablero con personas que se trasladaba por una carretera? ¿Qué fuerza los congregó a los pasajeros a ese espacio raro que se movía sobre ruedas? ¿Será que Dios organizó ese tablero, ese bus, ese encuentro?”

Ese infierno de fierros retorcidos y cuerpos fragmentados y ensangrentados, desparramados por todo el largo recorrido del barranco profundo en que cayó el bus era un episodio dantesco, donde se confundían todos ellos. Lo mismo los amantes, como el “aprendiz del amor”: “¡Cómo es la vida! Está acabado. La vida se encarga de cobrar. /- ¡Ay, no hables! También nosotros hemos hecho cosas que no estaban bien – se calló/- Pero, Lupe, lo nuestro fue distinto. Fue porque nos amábamos. ¿No nos hemos amado toda la vida? ¿No estamos juntos ahora? ¿No hemos vencido a todos? ¿Acaso no nos han perdonado los parientes, no nos han aceptado con los años?” Fue lo último que hablaron, luego se vieron envueltos en la desgracia y rodaban sin rumbo.

Igual suerte corre Fabricio, un joven enamorado que iba en pos del amor que jamás había manifestado. Solo escribía cartas de amor a un ser existente, quien ignoraba el amor que sentía aquel joven enamorado. Tenía sobres dirigidos a Verónica, que la desgracia hizo que se perdieran embarradas y sin el interés de nadie: “Cerca al cuerpo de un joven que quedó mutilado de la pierna y que murió desangrado, estaba un sobre con muchas cartas. A nadie le interesó recogerlas. Fueron escritas para el viento, para la tierra, para el agua. Quizás en el misterio del tiempo sin tiempo, una muchacha que toca violín las encuentre. Fabricio deambula buscándola. / Insistiré. Insistiré. Insistiré. El amor no se da como un día de sol, gratuitamente. El amor cuesta, porque en él se juega todo el cuerpo y el alma.” y, como él, todos los personajes sienten y viven el amor, quizá un amor equivocado, no el amor retribuido.

Los hechos circunstanciales, pero aciagos se desarrollan en Cochabamba, una ciudad de Bolivia, una ciudad que alberga a ciudadanos de distinta naturaleza, una sociedad a la que analiza Gaby desde la profundidad de las vivencias de personas que sienten y viven sumidos en la incertidumbre, preguntándose si esa podrá ser la verdadera transformación que toda sociedad busca. Si la mujer, ese ser maltratado e infravalorado podrá reivindicar a la sociedad, y me pregunto ¿Será una sobrevaloración de su importancia? Es necesario precisar si solo se trata de un barniz en el proceso de construcción de la historia o, por el contrario, nos encontramos ante una situación singular que modifica dicho proceso de forma radical e irreversible. La autora mata a todos sus personajes, que son parte de una sociedad inmoral, inhumana, como diciéndonos esa sociedad debe morir, para resucitar otra, aquella que hace falta para una mejor reconstrucción, para que: “La ciudad de Cochabamba, por el lado del Cementerio, era triste. Casitas pobres, tierra, basuras.” tenga un mejor aspecto, donde la tristeza se convierta en optimismo y alegría de vivir y, será la mujer quien pueda con esa transformación porque ante el dolor que le causaba la muerte del padre, que era el chofer del bus, ella llora, pero se siente fuerte para proseguir una lucha que ya había emprendido: “De pronto ella atravesó el enorme silencio para decir – Gracias – y darle un beso en la mano. Era la respuesta, para ese día. Tal vez para el día siguiente, para lo que quedaba. Una minúscula sensación de vivir su propio nacimiento se fue alojando en ella, en él. Se fue apoderando de la totalidad de sus cuerpos. No necesitaban mirarse para saberlo. Estaban vivos. Juntos.”

Amigo lector estás frente a una obra que te moverá las entrañas por la narrativa descarnada que hace la autora frente a hechos y vivencias que son reales y que, necesariamente debieran cambiar, así como ella mata a esos personajes. Buena lectura. Repetir con el escritor irlandés George Bernard Shaw: “La vida no ha de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo”.

Equipo de Redacción

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