«Restituta no quiere sonreír» de Juan José Toro Montoya; por Angélica Guzmán Reque

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Angélica Guzmán Reque nos presenta la obra «Restituta no quiere sonreír» (Colección Digital de Novela Iberoamericana, Editora BGR)

Muchos de ellos, por complacer a tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno están traicionando y derramando la sangre de sus hermanos”.

Emiliano Zapata


La novela Restituta no quiere sonreír del escritor Juan José Toro Montoya es un análisis del hombre y la mujer y del porqué su comportamiento en una determinada sociedad. Lo interesante es que, el narrador o voz literaria se pregunta muchas veces sobre la importancia o la intervención directa de esos dos seres que conforman una sociedad, pero ¿Qué sociedad?: El hombre y la mujer, que los identifica con la actitud, no solo desde la significación de un femenino o masculino, sino desde la actuación misma: Ella, Él. La estupidez que, en su significado literal es: Torpeza notable en comprender las cosas, representada por el personaje femenino de Restituta, nombre desconocido y sorpresivo, que se la define como: “Ella había sido así desde siempre, desde bebé, desde wawita, cuando se resistía a llorar para pedir alimento y pasaba horas sin recibirlo. (…) cuando ya estaba al borde de la inanición, esperaba que la chola se durmiera para succionar sus pezones con el mayor de los disimulos. Se alimentaba sola y, así, no cedía terreno con nadie (…).” Indiferencia que no le permite ser miembro activo de una sociedad estancada y fría, como Ella.

Y, Él, El estupor que se define como asombro o sorpresa, que impide reacción de una persona. Es el personaje masculino, al que se lo describe como: “Aniceto Quispe Alvarado no sabía leer. Había abandonado la escuela ni bien comenzó a pelearse con las letras y su padre Polión tampoco le pidió que vuelva porque sabía que su hijo viviría tranquilo con lo que le dieran sus tierras, las mejores del pueblo. Flojo hasta la exasperación, (…) se reía de los que estudiaban porque, según él, Bolivia es un país en el que no es necesario tener un título para ser presidente.” , en alusión directa a la política y la ignorancia en la conducción del país. Otro ser que será manejado como una marioneta, con hilos de corrupción y el poder malsano.

Son los dos protagonistas de la novela, Aniceto Quispe y Restituta Villanueva, a fuerza de insistencia de la madre de ella, llegan a ser marido y mujer. Él es un acaudalado del pueblo y, ella una cholita muy agraciada, pero difícil, jamás aceptó el marido impuesto, jamás sonreía y trataba a las personas con la más cruel frialdad de una mole de hielo. “Ella había mirado siempre así, inexpresivamente. De esa manera miraba a su padre que se retorcía por la tuberculosis. De esa manera miró a Aniceto cuando éste la despojaba de sus polleras en la ribera del río. De esa manera miró a su hijo cuando éste nació hacía veintisiete años, tras una cesárea, ya que ella se había negado a pujar por no cambiar su expresión dura y acerada”.

Ella, no ha salido de ese lugar de encierro, no ha atravesado ese cerco de espinas, que son el emblema del maltratado humano, hieren el entendimiento, cierran el sendero del desarrollo y el avance del conocimiento: “hasta la polvorienta buhardilla de su casa de hacienda ubicada en las tierras más grandes de Tincurisa, aquel ignoto lugar en el que vivía desde aquel 27 de junio en que vino al mundo”.

Aniceto encontrará la muerte en el intento de cambiar el rictus de menosprecio de su mujer, que tiene en la frente una especie de cruz, que piensa que es una maldición. Su ignorancia no le permite un análisis mejor y, hace todo lo posible por desaparecer aquella cruz, pero no puede y culpa al marido de sus males, sin apenas darse cuenta que, ella misma, es la única que podría resarcir sus males: “Es que, obcecada como era, no quería aceptar que la cruz era una lógica respuesta facial a sus estados de ánimo. Si ella estaba molesta, refunfuñona, entonces la cruz estaba ahí, como la más clara advertencia de que ninguna mosca debía acercarse a esa olla hirviendo.” La mujer, el centro de un desarrollo posible, pero ineficaz, mientras no despierte de su ostracismo.

Esta singular pareja tiene un hijo. Leandro, que, pese a la oposición del padre, pero también del inmenso cariño que le profesaba, admite que asista clases universitarias en Potosí, la ciudad del departamento del sud del país, Leandro estudia derecho y, ya formado, ante la muerte del padre vuelve a Tincurisa. Advierte la frialdad de la madre, pero la enfrenta. Además debe afrontar los negocios sucios que rodean a la familia, como la del gobernador que alquilaba un terreno amurallado, lejos de la visión de los demás y sembraba “la plantita”, piensa embaucar al hijo, como lo hacía con el padre, pero no puede: “—Como nuestra plantita, Ausberto. El detalle es que no podemos perder la oportunidad de seguir plantando en los terrenos de este hombre y ahora tendremos que convencer a la mujer o al hijo«.

El manejo ambicioso de gente poderosa, muy lejos de los intereses de la masa ignorante, la política y la falta de justicia “La vida de las personas no importaba porque todo formaba parte de la lucha, aquella que se libraba desde el gobierno o la oposición, desde el Parlamento, la Universidad, el sindicato o la junta vecinal. (…) la verdad era que los políticos mantenían un estado de confrontación permanente: los del Gobierno para mantenerse en el poder y los opositores para encaramarse en él.”

Al paso de un mes de la muerte de Aniceto, éste se presenta en forma de energía y será un suplicio para Restituta, que no sabe cómo evadirse de esa sombra que no la dejaba en paz, le dijo que volvía porque no descansaría hasta no verla sonreír. Ella acude a una vidente y, ella, le aclara las causas. Era una maldición que lo arrastraban por generaciones, desde la época de la independencia: » —Este es otro Aniceto… es un Aniceto antiguo… es hijo verdadero del hombre triste pero la gente no sabe quién es su padre (…)… Era su hijo, pero nadie sabía… era un secreto… vergüenza de hombre blanco era tener hijo con india… (…), pero igual le acompañaba a todas partes…”. De esta manera El fantasma de Aniceto se entera de su descendencia y solo repite: «Después de toda una vida de humillaciones por parte de la gente que lo creía hijo de indios, en su muerte vino a enterarse que, en realidad, era tan descendiente de español como aquellos seres que, ubicándose en el último escalón evolutivo, ponían la raza por encima de la humanidad y la utilizaban como instrumento de medición de la calidad humana.”

¿Acaso, la calidad humana se mide por el apellido?

Restituta no entendía cuál era la maldición y la respuesta fue clara: “—La maldición es un número… el número veintisiete. El hombre triste nació un día 27 y su hijo, el doctor, empezó a traicionar cuando tenía veintisiete años…” y toda la obra está enmarcada con este número. Todo sucede un 27- le recalca que la maldición es para todo el pueblo porque Aniceto fue el fundador del pueblo. “Sí… el veintisiete estaba en todas partes, en todos los lugares, en todas las personas y en todas las vergüenzas”. De esta manera se entiende que, la obra, alude a la patria, la tragedia que sufre por la traición de que fuera objeto, desde el momento de su creación jamás ha tenido paz, está, casi siempre envuelta en desacuerdos políticos y la traición presente, en todo momento. Es la traición del general Pedro Antonio de Olañeta Marquiegui, caballero de la Real Orden de San Fernando, que la historia le conoce como traidor a la patria y al rey de España. “—No. No la lanzó, pero la provocó. Este hombre traicionó a todos, a sus amigos, a su padre… a sus dos padres… este doctor a todos sonríe, a todos les hace creer que es amigo, pero después engaña, traiciona, golpea por atrás…”

El cerco de espinas que rodea a Tincurisa, es la simbología de los enredos y problemas que no dejan percibir la ignorancia del pueblo que se debate entre la miseria de vida y la superstición que los cobija, más la ambición del poder del dinero. Sin embargo, vislumbra una esperanza, la frialdad de su gente solo podrá vencerla una sonrisa, que es el amor y la alegría de vivir. La aceptación del otro y la empatía y, lo mejor, el estudio, el desarrollo intelectual que forma mentes claras. El hijo de la pareja es abogado y se casa con una doctora en medicina y, precisamente en la boda de ellos, sucede un hecho importante, la carcajada de Restituta, que viene a ser la restitución de la armonía en el lugar.

El escritor premio Nobel de literatura, Maro Vargas Llosa, se queja de la época de impostura en que vivimos, cuando expresa: “Está llegando la época en que la honorabilidad es la excepción y la traición la norma”. Esperemos en que esté equivocado. Gracias.

Equipo de Redacción

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