«Librerías» por Maurizio Bagatin

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Maurizio Bagatin reflexiona sobre la magia de las librerías.

Aún nos acordamos donde hemos adquirido cada libro de nuestro paraíso.

Antes de un viaje a Francia, en la librería Acqua alta en Venecia, encontré una hermosa edición de Paradiso de José Lezama Lima. Ahí, cerca de donde Gustav Aschenbach se hizo llevar por la belleza de Tadzio y la muerte, existe una librería a la cual se puede acceder desde un canal. Hay un lugar adonde las letras se encuentran, el barroco que nos deja engatusar por su lenguaje va mareándose apenas oye un pecado de la literatura. En las librerías está encerrado un mundo hecho de las millones de historia que viven adentro de sus libros, custodia del tiempo y memoria de una siempre irrequieta humanidad.

En la librería Macondo en Quito tuve el primer acercamiento a un autor del cual ahora desearía leer toda su breve pero intensa obra, el Pablo Palacio que en Vida del ahorcado demostró cuál era su iluminado alucinamiento. El precursor maldito que escribía con el humor deshumanizado y serio que recordaba a Buster Keaton. Macondo, un mundo de libros que es ya un realismo mágico, le deberían seguir Comala, Sapukai y Tocaia Grande, Santa María, Tirinea hasta llegar a sus precursoras, Yoknapatawpha, ayer, por siempre Ítaca.

Los nombres de las librerías son tomados de los libros y de sus personajes, de Samarcanda y de La última Thule, de la cueva de Lascaux y de Gilgamesh. De la feliz imaginación de algunos seres fantásticos y de héroes e intrépidos aventureros.

Los espejos de Borges, los heterónimos de Pessoa y la muerte en Canetti, los fantasmas en Shakespeare, las telarañas de Valéry y las máscaras de Pirandello, el juego de azar en Dostoievski, las citas de Walter Benjamin, todas las obsesiones que entran en los jardines de una librería y salen con nosotros”

Dejaron el signo en la adolescencia de muchos, desaparecieron en Alejandría, reemergiendo en el Hospital para el alma fundado por Plotina en el Foro de Trajano, dejaron sombras en Babel y silencio en aquella librería del Boulevard Michelet de Paris, donde una de las siete estrellas de Las Pléyades invitaban a la lectura de El amante de Marguerite Duras, y una voz fantástica en la librería del Barrio Gótico de Barcelona en la cual Álvaro Mutis logró encontrar la Enquête du prévôt de Paris sur l’assassinat de Louis, duc d’Orléans, libro del 1407 de Paul Raymond. La magia del libro impostura que estaba preparando el abate Vella, el Archivo de Egipto y el primer libro en África, el Paraíso de Gurnah, La más recóndita memoria de los hombres de Mohamed Mbougar Sarr, las librerías de estado en Cuba, en China, las jurásicas que nadie conoce en Corea del norte. Sino el fuego, Auto de fe, Fahrenheit 451 o la miserable librería de Charleville donde sufría el poeta voyant.

Nuestro primer estado de lectores furtivos, un libro sustraído inocentemente…la imagen que se dilata, los nervios vibran, el corazón se ilumina, la adrenalina sube…y al salir regalamos el botín de nuestra empresa.

Son algunos de los frutos de la ilustración, Voltaire y Diderot, el sueño rousseauniano, Marx. Hoy librerías imaginarias del internet que ofenden el aleph borgeano y nos distancia de las obsesiones de Kafka.

Equipo de Redacción

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