Una semana, un poeta: Alberto Ángel Montoya
Una semana,una inmersión en los versos profundos de Alberto Ángel Montoya. Hoy, dejémonos llevar por la lírica envolvente de sus palabras.
ALBERTO ÁNGEL MONTOYA
Biografía
Poeta colombiano nacido en 1903 y muerto en 1969 en Santafé de Bogotá.
Perteneció al grupo literario de Los Nuevos.
Estudió en el Gimnasio Moderno. Compartió su vida poética con el amor a los pinceles, al deporte y al placer. Con el tiempo su vida cambió y cuando se acercaba a los 50 años de edad, decidió no volver a salir de su casa.
Sus poemas se distinguen por su carácter erótico, y destacan por su lirismo, con un tono dramático y sentimental y algunos rasgos modernistas.
Sus libros de poesía fueron:
El alba inútil (1932)
En blanco mayor (1935)
Las vigilias del vino (1938)
Límite (1949)
Hay un ciprés en el fondo (1956).
También fue autor de algunos ensayos como Barba Jacob, Guillermo Valencia y Eduardo Castillo.
Fuente: https://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=angel-montoya-alberto
POEMAS
El alba inútil
A los labios del hombre taciturno, la aurora
trajo un ebrio recuerdo de olvidados cantares.
El alba en las pupilas noctámbulas había
sorprendido la angustia de las viejas saudades.
En los círculos hondos de las mustias ojeras
se azulaba un exceso de veladas sensuales.
Vertió el vino de Francia en la copa vibrante.
-La noche prolongaban los grises cortinajes-.
Miró la flor marchita
de su frac un instante,
y evocó vagamente:
Casi estaba desnuda
en la fiebre del baile.
El breve seno apenas
velaban los encajes.
Oprimía la espalda
la caricia insinuante
que vagaba furtiva
de deseos. El talle
cedía entre su brazo
como un junco ondulante.
Después… aun más desnuda
la tuvo que en el vals,
y pensó vagamente:
Flor y mujer, vosotras
sólo duráis un baile.
-En la mano brillaba la heráldica sortija
herencia antigua y noble de un tiempo inmemorable.
Trémula entre los dedos fatigados, la copa
despertó una añoranza de mujeres fugaces-.
El rito
He hallado un rito antiguo, dolor, para que oficie
tu orgullo su venganza.
Asiática molicie
sobre cojines blandos. Mágico sueño de opio.
Edén imaginario que a la tristeza engañas,
colores imposibles y figuras extrañas
como si fueran vistos en un caleidoscopio.
No saber de los odios, envidias y rencores.
Creer estar tendido sobre un tapiz de flores.
Dejar de ser, o acaso ser todo y no ser nada.
Oh sueño que simulas roce de manos de hada
sobre los ojos puestas. El mundo qué pequeño.
Qué corta la existencia para vivir un sueño.
Frágil entre una nube de túnicas flotantes
pasa un desfile eterno de cuerpos insinuantes
que yo jamás amé.
Y todo en un pesado silencio de nirvana,
mientras que, suavemente, de la mesita enana
se difunde el aroma de las tazas de té.
Y ella lejos, muy lejos. Tan lejos, tan lejana,
que fue un milagro el lecho con ella esta mañana.
La voz apenas
Yo me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-
como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la tierra.
Y sin embargo yo algún día
pude ceñir la fácil hembra
y así ganar en dulce viaje
la costa azul de sus ojeras.
Y beber pude entre sus manos
el agua amarga de las penas,
por sólo hundir entre sus senos
mi ansia de onda y de sirena.
Yo amé mujeres como islas
entre amplios lechos de marea
donde las olas de los linos
alzaba el gozo de la entrega.
Y vi penínsulas de brazos;
playa al amor del beso abierta
para llevar el labio lento
hasta una rada de sorpresa.
Y hallé las cóncavas marismas,
-que son lo mismo alga y guedeja-
y hacia ellas iba la pasión
como hacia el norte va la vela.
Pero la voz de esa mujer
era la única sirena
para el oído turbulento
en las sensuales odiseas.
Y me he quedado con la voz
de esa mujer -la voz apenas-
como se quedan los marinos
oyendo el mar desde la arena.
Cuán tristes son los marineros
que ansiaron muerte en la tormenta,
y junto al mar, un cualquier día,
la muerte encuentran en la tierra.