«La cumbre en blanco y negro», 1 relato de Cristina Cruz

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Publicamos un relato de la escritora Cristina Cruz

-Madre, cuando cumpla catorce me voy. Ganaré dinero y volveré con penicilina y lo que haga falta, pa usted, pa curarla. Se lo prometo.

-Como se están yendo todos, chiquillo. Como se fue tu padre. Y no volverás. No prometas nada.

-Pues claro que volveré. Con todo lo que usted necesite pa estar bien.

Una mañana el cuerpo débil y enjuto de Madre ya no pudo levantarse del catre. El muchacho no esperó a cumplir los catorce. Se calzó los únicos zapatos viejos que tenía, se puso un pantalón que le quedaba corto y una camisa de tela barata con el bolsillo descosido, se echó al hombro un pequeño morral con unas cuantas papas y media docena de peras y empezó a andar. Dejó atrás el caserío, dijo adiós al volcán con una mirada triste, corrió entre los pinos y brezos, bajó laderas, atravesó bancales y, poco a poco, llegó a la costa.

***

Han pasado cincuenta años y nunca se había planteado realizar el camino en sentido inverso. Hasta hace unos días. El grupo de amigos de los viernes daba buena cuenta de una garrafa de vino del norte y de unas costillas en una bodega. Entre risas, chistes y quejas por la gestión del gobierno de turno, levantó los ojos y una fotografía en blanco y negro, vieja y arrugada, clavada en la pared junto a otras imágenes menos deterioradas, se le metió en el alma. Un dolor indefinido le encogió estómago y, sin dar explicaciones, salió de la bodega con paso torpe y precipitado. Entonces supo que tenía que volver. Durante cinco décadas había evitado subir hasta el pequeño caserío situado a mil metros de altitud, una distancia temible para un chiquillo mal vestido y peor alimentado que bajó de la cumbre huyendo de todo, queriendo olvidarlo todo y con el desconsuelo de los que no llegan a tiempo para cumplir sus promesas. Cincuenta años después no esperaba toparse con la fotografía que lo resumía todo y allí decidió que tenía que ser valiente como lo había sido entonces.

Conduce despacio e inspira profundamente en cada curva. Imágenes, frases sueltas, sonidos, olores y sabores van llenando su cabeza y su coche. Los fotogramas de la película sobre aquellos años de hambre y miseria se suceden: la silueta borrosa del padre que subió clandestinamente a un barco fantasma con la promesa de hacer fortuna en Venezuela y que nunca volvió (Madre siempre quiso creer que había sido uno de los encarcelados en La Guaira después haber pagado al armador aquellas seis mil pesetas ahorradas sabía Dios cómo); Madre contenta porque las cartillas de racionamiento iban a desaparecer; Madre desesperada porque el mercado negro no llegaba hasta allá arriba, hasta la cumbre. Y luego estaba él y su mundo de moscas y suciedad, en blanco y negro; solo podía recordarse a sí mismo en blanco y negro. Lo peor no eran las moscas, ni la suciedad, ni el hambre, ni el sabor asqueroso del agua de toronjil con gofio. Lo peor era el olor nauseabundo que evocó con precisión al ver la fotografía.

Entonces era pequeñito y flaco y siempre tenía el pelo revuelto y las manos sucias. Jugaba con cualquier cosa que encontrara tirada por el suelo y a su lado, siempre fiel, igual de pequeñito, flaco y sucio, caminaba Amarillo, el famélico perro que un día apareció para quedarse junto a la puerta de su casucha. Era el único recuerdo bonito que se permitía: Amarillo y su silenciosa compañía. Luego estaba lo otro. El asco, el olor, el sabor y la voz de Madre que le repetía con una mezcla de dulzura y pena «vamos, mi niño, que si no te me mueres, vamos, una vez más».

Lo vio todo en la vieja fotografía. Una mujer vestida de negro de pies a cabeza con un pañuelo blanco atado en la nuca está sentada en un taburete bajo y sostiene en su regazo a un niño con la boca pegada a una teta. Podría ser Violeta, la cabra, el único bien de la pequeña familia, la que lo alimenta. Le da su leche y él vomita, y su madre lo empuja de nuevo hacia la ubre de Violeta y le dice que chupe, que «si no te me mueres, mi niño, que no tengo otra cosa que darte». La cabra lo mira desde la foto con insolencia, con las orejas desplegadas y el cencerro grande colgado del cuello. No es Violeta, no es Madre, no es él (¿o sí?), y sin embargo, la repulsión, el olor y el dolor son los mismos.

El aroma de la laurisilva le da ánimos para seguir. Llega a su destino. El pino gigante aún preside el espacio en que se encuentra el caserío. Un hermoso manto de flores azules, rojas y amarillas cubre los alrededores. El camino que lleva al volcán que escupió su última furia en 1909 sigue siendo una pista sin asfaltar. Baja del coche. El aire es fresco y limpio, los muros del caserío siguen en pie y alojan ahora a turistas que van en busca de paz.

Entonces llora. Llora porque la pena se arrastra toda la vida, pero también llora porque le prometió a Madre que volvería y ha llegado demasiado tarde. Ahora está allí. En la cumbre cerca del volcán, con sus pinos, con sus flores, intentando borrar el recuerdo de la cabra Violeta y con la firme decisión de no volver a bajar a la costa.

Cristi Cruz Reyes

Cristi Cruz Reyes (San Cristóbal de La Laguna) es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de La Laguna, Especialista Universitaria en Traducción Inglés-Español, Máster en Traducción Audiovisual (Universidad de Cádiz) y Máster en Traducción y Nuevas Tecnologías (UIMP). Impartió clases de Inglés en Enseñanza Secundaria Obligatoria y Escuelas Oficiales de Idiomas de Canarias y de Español como Segunda Lengua en Estados Unidos.

En el año 2015, una vez terminada la etapa docente, publica su primera novela, En el centro del viento, dentro de la colección G21-Narrativa Canaria Actual‭ (Ediciones Aguere-Idea). En 2018 se publica su segunda novela, El dueño del barranco (Ediciones Aguere-Idea) y la traducción al inglés de la primera con el título Inside the Wind: An Unexpected Journey (Algani Editorial). El libro de relatos de viajes Entre el agua y el suelo (Ediciones Aguere-Idea, 2020) es su publicación más reciente.

Algunos de sus relatos han sido publicados en antologías como Generación 21: nuevas novelistas canarias (Ediciones Aguere-Idea, 2020) y +de 100 escritos a Padrón (Cabildo de Gran Canaria y Casa-Museo Antonio Padrón, 2021).

En la actualidad dedica su tiempo a la literatura y la traducción.

Equipo de Redacción

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