Julia de Burgos

0

¡Feliz año nuevo! 🎉

En el día de hoy, no hay mejor manera de celebrar que recordar la vida y obra de la icónica poeta puertorriqueña Julia de Burgos. Desde su nacimiento en Carolina, Puerto Rico, en 1914, hasta su impactante legado literario, Julia de Burgos ha dejado una huella imborrable en la historia de la literatura hispanoamericana. Su poema «Agua, vida y tierra» refleja la fuerza y la pasión que caracterizan su obra, mientras que «Armonía de la palabra y el instinto» y «Canción desnuda» revelan la profundidad de sus emociones. Descubre más sobre esta figura fascinante que desafió las convenciones de su tiempo y sigue cautivando a lectores de todas las generaciones. Te invitamos a seguir nuestra sección de poesía: «Una semana, una poeta», por Fran Picón.

Julia de Burgos - Feliz Año 2024

UNA SEMANA, UNA POETA; POR FRAN PICÓN

Conoce a Julia de Burgos

Julia de Burgos – Imagen libre de derechos tomada en Google.

(Julia Constancia Burgos García; Carolina, Puerto Rico, 1914 – Nueva York, 1953)

Poeta puertorriqueña. Julia de Burgos se graduó de maestra normalista en la Universidad de Puerto Rico en 1933. En 1934 trabajó en la PRERA (Agencia para la Rehabilitación Económica de Puerto Rico, por sus siglas en inglés) en Comerío, como empleada de una estación de leche, lugar en que los niños de familias pobres recibían desayuno gratuito. Contrajo nupcias con Rubén Rodríguez Beauchamp en ese mismo año. En 1935, al cierre de la PRERA, ejerció por breve tiempo como maestra en un barrio de Naranjito.

En esa época escribió su famoso poema Río Grande de Loíza. Durante ese año Julia de Burgos también conoció e hizo amistad con Luis Llorens Torres, Luis Palés Matos y Evaristo Ribera Chevremont, entre otros poetas boricuas, y en 1936 publicó en una hoja suelta su poema Es nuestra la hora, con el que empezó a darse a conocer en el ambiente literario. En octubre de ese año pronunció el discurso La mujer ante el dolor de la Patria en la primera asamblea general del Frente Unido Pro Convención Constituyente, en el Ateneo Puertorriqueño. Escribió los dramas breves Llamita quiere ser mariposa, Paisaje marino, La parranda del sábado y Coplas jíbaras para ser cantadas.

En 1937 coinciden dos hechos significativos en la vida de Julia de Burgos: la ruptura de su matrimonio con Rubén Rodríguez Beauchamp y la edición privada de Poemas exactos a mí misma, que representa una de sus primeras manifestaciones líricas, cuyo paradero actualmente se desconoce. Al año siguiente conoció al médico y sociólogo Juan Isidro Jimenes Grullón, quien habría de convertirse en su más acrisolado amor.

Publicó además, en 1938, su obra Poema en veinte surcos y, en 1939, la Canción de la verdad sencilla, obra premiada por el Instituto de Literatura Puertorriqueña. Un año después viajó a Cuba, en donde conoció a múltiples intelectuales, entre ellos Juan Marinello, Juan Bosch, Raúl Roa y Manuel Luna. A partir de ese momento residió alternativamente en La Habana y Nueva York, dedicándose al periodismo y a la creación literaria.

El 18 de enero de 1940 llegó a la ciudad de Nueva York. A los quince días de su llegada concedió una entrevista al periódico La Prensa, que se publicó bajo el título «Julia de Burgos, poetisa puertorriqueña, en misión cultural en Estados Unidos». El 5 de abril de 1940 la Asociación de Periodistas y escritores Puertorriqueños rindió un homenaje público a Julia de Burgos y a Antonio Coll y Vidal en el Wadleigh High School Auditorium, en Nueva York.

En 1941 regresó a La Habana; en la universidad de la capital cubana se inscribió en cursos sobre variadas materias que despertaban su interés (griego, latín, francés, biología, antropología, sociología, psicología, higiene mental, didáctica). La relación con Juan Isidro Jimenes llegó a su final en 1942. Tras esa decepción amorosa, Julia de Burgos se estableció definitivamente en la ciudad de los rascacielos, en donde deambuló en busca de empleo. Durante algún tiempo trabajó como inspectora de óptica, empleada de un laboratorio químico, vendedora de lámparas, oficinista y costurera.

Julia de Burgos falleció en la ciudad de Nueva York, el 6 de julio de 1953. Todavía hoy su muerte sigue rodeada de misterio: fue encontrada inconsciente y sin identificación alguna entre la Calle 106 y la Quinta Avenida y falleció al ser trasladada al Hospital de Harlem. Ante la falta de identificación, su cuerpo fue enterrado en una tumba anónima; posteriormente sus restos serían trasladados a Puerto Rico y sepultados en el Cementerio de Carolina, el lugar más cercano posible al Río Grande de Loíza, que tanto la apasionó.

Póstumamente se publicaron El mar y tú y otros poemas (1954) y Yo misma fui mi ruta (1986). Bajo el título de Obra poética, el Instituto de Cultura Puertorriqueña recogió su lírica en 1961. Una muestra de sus versos figura en la Antología de la poesía cósmica puertorriqueña, publicada por Manuel de la Puebla en 2002, y en las grandes colecciones de poesía hispanoamericana, en las que suele ocupar una posición tan prominente como Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y otras grandes poetisas del siglo XX.

La obra de Julia de Burgos se caracteriza por su singular fuerza expresiva; su apasionado romanticismo la llevó a desarrollar de una manera mística y metafísica temas como la naturaleza y el amor. La hondura y calidad de su producción poética, su extraordinaria capacidad para reflejar los problemas de la mujer de su tiempo, así como las excepcionales circunstancias que rodearon su vida y su muerte (envueltas en un halo de dolor, enajenación y desarraigo que la habían llevado a considerarse como una «desterrada de sí misma»), han hecho de ella una de las figuras más fascinantes no sólo de las letras puertorriqueñas de la primera mitad del siglo XX, sino de toda la literatura hispanoamericana contemporánea.

Fuente: Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Julia de Burgos». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/burgos_julia.htm [fecha de acceso: 22 de noviembre de 2023].

POEMAS DE JULIA DE BURGOS

Agua, vida y tierra

Yo fui estallido fuerte de la selva y el río,

y voz entre dos ecos, me levanté en las cuestas.

De un lado me estiraban las manos de las aguas,

y del otro, prendíanme sus raíces las sierras.

Cuando mi río subía su caricia silvestre

en aventuras locas con el rocío y la niebla,

con el mismo amor loco que impulsaba mi sueño,

lejos de sorprenderlo, me hospedaba en las sierras.

Pero si alguna sombra le bajaba a los ojos,

me repetía en sus aguas hasta dar en la arena,

y era mi grito nuevo como un tajo en el monte

que anegaba las calles y golpeaba las puertas.

A veces la montaña se me vestía de flores

e iniciaba en mi talle curvas de primavera.

Quién sabe en qué mañana se apretaron mis años

sobre senos y muslos y caderas de piedra!

Se treparon mis ojos al rostro de los árboles

y fueron mariposas sus vivas compañeras:

así es como en los prados voy buscando las flores,

y alas pido en las almas que a mi vida se acercan.

Mis dedos arañaron la fuerza de los riscos,

y juraron ser índices de mis futuras vueltas;

por eso entre los cuerpos doblados de los hombres,

como puntales puros de orientación se elevan.

Yo fui estallido fuerte de la sierra y el río,

y crecí amando el río e imitando la sierra…

Una mañana el aire me sorprendió en el llano:

ya mi raíz salvaje se soltaba las riendas!

Pálidas ceremonias saludaron mi vida,

y una fila de voces reclamaron la prenda…

Mis labios continuaron el rumor de las fuentes

donde entrañé mis años y abastecí las venas.

De ahí mi voz de ahora, blanca sobre el lenguaje,

se tiende por el mundo como la dio  la tierra!

Armonía de la palabra y el instinto

Todo fue maravilla de armonías

en el gesto inicial que se nos daba

entre impulsos celestes y telúricos

desde el fondo de amor de nuestras almas.

Hasta el aire espigóse en levedades

cuando caí rendida en tu mirada;

y una palabra, aún virgen en mi vida,

me golpeó el corazón, y se hizo llama

en el río de emoción que recibía,

y en la flor de ilusión que te entregaba.

Un connubio de nuevas sensaciones

elevaron en luz mi madrugada.

Suaves olas me alzaron la conciencia

hasta la playa azul de tu mañana,

y la carne fue haciéndose silueta

a la vista de mi alma libertada.

Como un grito integral, suave y profundo

estalló de mis labios la palabra;

Nunca tuvo mi boca mas sonrisas,

ni hubo nunca más vuelo en mi garganta!

En mi suave palabra, enternecida,

me hice toda en tu vida y en tu alma;

y fui grito impensado atravesando

las paredes del tiempo que me ataba;

y fui brote espontáneo del instante;

y fui estrella en tus brazos derramada.

Me di toda, y fundiéndome por siempre

en la armonía sensual que tu me dabas;

y la rosa emotiva que se abría

en el tallo verbal de mi palabra,

uno a uno fue dándote sus pétalos,

mientras nuestros instintos se besaban.

Canción desnuda

Despierta de caricias,

aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo.

Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen.

¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo…

!De mí se huyeron horas de voluntad robusta,

y humilde de razones, mi sensación dejaron.

Yo no supe de edades ni reflexiones yertas.

¡Yo fui la Vida, amado !

La vida que pasaba por el canto del ave

y la arteria del árbol.

Otras notas más suaves pude haber descorrido,

pero mi anhelo fértil no conocía de atajos:

me agarré a la hora loca,

y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron.

Me solté a la pureza de un amor sin ropajes

que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano,

y hube de verme toda en un grito de lágrimas,

¡en recuerdo de pájaros!

Yo no supe guardarme de invencibles corrientes

¡Yo fui la Vida, amado !

La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo

para darse a mis brazos.

Poema de la íntima agonía

Este corazón mío, tan abierto y tan simple,

es ya casi una fuente debajo de mi llanto.

Es un dolor sentado más allá de la muerte.

Un dolor esperando… esperando… esperando…

Todas las horas pasan con la muerte en los hombros.

Yo sola sigo quieta con mi sombra en los brazos.

No me cesa en los ojos de golpear el crepúsculo,

ni me tumba la vida como un árbol cansado.

Este corazón mío, que ni él mismo se oye,

que ni él mismo se siente de tan mudo y tan largo.

¡Cuántas veces lo he visto por las sendas inútiles

recogiendo espejismos, como un lago estrellado!

Es un dolor sentado más allá de la muerte,

dolor hecho de espigas y sueños desbandados.

Creyéndome gaviota, verme partido el vuelo,

dándome a las estrellas, encontrarme en los charcos.

¡Yo que siempre creí desnudarme la angustia

con sólo echar mi alma a girar con los astros!

¡Oh mi dolor, sentado más allá de la muerte!

¡Este corazón mío, tan abierto y tan largo!

Equipo de Redacción

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *