De esas cosas de bajar en busca de un asfódelo; por Antonio Arroyo Silva

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Antonio Arroyo Silva profundiza en la obra ‘Hominem’ de Juan Calero Rodríguez

DE ESAS COSAS DE BAJAR EN BUSCA DE UN ASFÓDELO

Decía el escritor latino Tertuliano, en los primeros tiempos del cristianismo: «Respice post te! Hominem te esse memento!». Algo así como: «Mira tras de ti y recuerda que eres un hombre y morirás». Frase que el mencionado escritor amplió del Memento mori. Esta última frase tiene su origen en una peculiar costumbre de la Antigua Roma. Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre.

Parece como si el poeta Juan Calero Rodríguez se hubiese quedado con la palabra hominem o el tiempo hubiera borrado el resto de las palabras, pues este no pretende hacer un alegato moral, como el padre de la iglesia Tertuliano o la tradición pagana de Roma. Sea como sea, este poemario se refiere «al hombre»; es decir, a ese ser individual que, se suponía, era la medida de todas las cosas y el centro de la creación. La visión antropocéntrica queda en entredicho. Si no, observen algún epígrafe que abren este poemario: «Uno es verdaderamente libre cuando deja de sentir vergüenza de sí mismo». Friedrich Nietzsche, no en vano, acompañará a Calero en varias piezas de Hominem. Ahora mismo me viene a la mente aquella obra del filósofo alemán, Ecce homo. Pero no vamos a ir por ahí, no quiero complicar esta apertura mía del presente libro hacia ustedes, estimados lectores.

El poemario Hominem, de Juan Calero Rodríguez comienza y termina con el extrañamiento del sujeto poético a la usanza que proviene de los simbolistas franceses y retoma Juan Ramón Jiménez: Yo no soy yo. / Soy este/ que va a mi lado sin yo verlo. Esto, por supuesto, no supone una anulación de ese yo del poeta, sino un alejamiento de aquel impuesto por cierta poesía romántica que, según el poeta Luis Cernuda y nuestro crítico Jorge Rodríguez Padrón, no son herederas de aquellos romanticismos de Hölderlin o Wordsworth. Calero se reafirma en esta idea desde el primer poema y dice: Juro no ser ninguno de los hombres que he sido. En este caso, no solo extrañamiento, sino desprendimiento, no del autor (quede claro) sino de la tradición poética que se considera nefasta para el desarrollo de una poética mínimamente contemporánea.

El sujeto poético de este Hominem no es sujeto poético sino objeto del poema. De ahí que el título esté en latín y en acusativo (aparte de lo ya dicho). Todo lo más, como dice el título del poema 9, se trata de «Un hombre para sus adentros». Así nos expresa en los primeros versos: Solo vemos la carencia, el afecto/ si rascas aullidos/ en la marca de los cuerpos.

A lo largo del poemario nos encontramos con distintos tipos de hombre. Ninguno un héroe o un modelo a seguir. Al contrario, se trata de personajes despreciados por la sociedad, como el homosexual, en el poema «El último»:

No es fácil amar a un hombre

con pelos en el pecho

aunque los albatros levanten vuelo

y tengamos que cerrar

la puerta

de sombras chinescas.

A continuación, el asesino que, como en la novela de Dostoievski es consciente de su crimen y, por tanto, ha de asumir su castigo. En este sentido, podríamos pensar en Espronceda y aquellas canciones sobre los marginados de la sociedad, como el pirata. Pero Calero lo hace de forma paródica y lo aplica, con total crudeza, al poeta y al mismo proceso físico de la escritura. Vean al final del poema «El asesino»:

Aún espero mi castigo por asesino,

por descuartizar un poema en versos

y tirarlos en algún archivo de Word

como cucaracha que repugna.

Y no será el único caso: todos los hombres marginados, rechazados o ninguneados por la sociedad estarán relacionados con el poeta y su creación poética. Aquí aparecen los borrachos, en el poema 15, «Los amantes de las rocas» que, tras hablar de Vinicius, Neruda, Faulkner y su apego a las rocas (es decir al whisky on the rocks) se concluye con que

Todos sobrevivieron o murieron en otros brazos.

Sin embargo,

inventaron esos locos fragmentos del suicidio

que juegan en plazas como niños de antes.

Esto nos lleva al poema 17, «Error», es decir, al tema de los suicidas, tras la aparición de una cita de Aristóteles sobre el error como un suceso de la mente, el poeta opina que «por eso todos se tiran en avalancha por la ventana/en el país de los suicidas». He aquí otra manera de extrañamiento: el alejamiento paródico y la ironía que, por cierto, tanto practicó en su escasa, pero sublime producción poética, el poeta palmero Leocadio Ortega Hernández. El poeta se aleja del juicio de filósofo griego en forma de parodia. Claro está, como ya dije, en Hominem anda rondando Nietzsche.

En el siguiente poema «Síndrome de Procusto» se lleva a un extremo un tema muy común entre los artistas y, concretamente, entre los poetas: la envidia. O sea, se trata de una envidia extrema por patológica que consiste en el rechazo hacia las personas que sobresalen; es decir, a la incapacidad de aceptar las virtudes de los otros y también de no aceptar el propio complejo de inferioridad. El poema, amparado por una cita de Valery es un alegato en contra de tal síndrome: «Lo que será, pronto ya no será;/ mañana está muriendo en este mismo día». Versos de Valery que, por cierto, mucho le deben a la poesía metafísica de Quevedo. Ante esto el poema concluye con la aceptación de las limitaciones por parte del poeta:

Pero yo solo tengo un punto, ni siquiera una coma

el punto del punto y coma

que escupe

entre quinqué y la espera.

Por si no quedaba claro el tema del hombre desheredado, en sus flaquezas y poca virtud, en el poema 23, «Candados», utilizando el recurso de la anáfora, se enumera al resto de hombres para que no se queden en el tintero, pero de manera muy eficaz: los ladrones, los muertos en vida, los rechazados por el amor, los ateos, los lujuriosos, etc. Es como si el autor, lo mismo que Rimbaud, quisiera bajar a su infierno particular, quizás buscando la iluminación desde las sombras. Como decía el poeta norteamericano William Carlos Williams, incluso en el infierno brilla la flor del asfódelo.

Sin embargo, el poeta no vive en la ceguera y es capaz de ponerse frente al espejo y reflexionar sobre su condición de ser humano. Y entonces, con esa consciencia de los propios fracasos puede que acepte o aceptemos (los lectores también) mejor las circunstancias que nos hacen dudar de todo. Y no nos sentiríamos con esa sensación de frustración constante.

Y he aquí el acierto de Hominem: que esas frustraciones, desgracias y dudas, que hacen al ser humano más imperfecto que los animales, pasen por el tamiz de la reflexión y nunca por la autocomplacencia o el victimismo. He aquí también un alejamiento reflexivo que lo lleva a un pensamiento poético preciso y sin ambages. O más bien, es el propio poema que de la mano de filósofos y grandes poetas como Borges y Valery lo conducen a estos derroteros de la expresión. De todas formas se aprecia claramente que en la respiración del poeta está el ritmo del poema, no como un mero sonsonete, sino como una conjunción entre ritmo y tono que justifica incluso las imágenes de la ensoñación que aparecen en el poemario o, como decía Jung, el REM o rapid eye movement. En este sentido va el aforismo de Jorge Rodríguez Padrón que establece que la sintaxis es la semántica del poema. Pero no estamos hablando ahora de Gramática, pues sintaxis se refiere al movimiento impulsado por el alma, el neuma, el aire de la respiración y la semántica es el verdadero sentido de la vida, sin trabas, sin fronteras. Tirar abajo estos obstáculos, estos límites ha sido la tarea del poeta Juan Calero Rodríguez en Hominem.

Otro hecho que me parece acertado es la conciencia insular. Realmente, cada poeta, con su soledad es una isla de poesía, sobre todo, en ese momento de la creación, cuando el poeta afronta el abismo de la escritura. Otra cuestión es que la isla geográfica sea el límite de su expresión. Calero, en el poema 16, «Juicio» nos dice que la verdad (y por ende, la poesía y la vida) no es solo una graja presa en una isla. Claro que la imagen de la graja se refiere a la Isla de La Palma; pero, desde su experiencia, nos dice que el poeta debe mirar siempre más allá.

Para no extenderme demasiado – pues hay más y le corresponde al lector hallar el resto – aprovecho las últimas palabras de Hominem, o sea, con ese último poema del libro:

Permítanme no seguir escribiendo

las últimas palabras,

en ellas guardo mis verdades.

Antonio Arroyo Silva.

Gáldar, 25 de agosto de 2022.

Equipo de Redacción

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