París, crónica en tres tiempos; por Homero Carvalho Oliva

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Homero Carvalho Oliva, tras una reflexión sobre la importancia cultural para el escritor hispanoamericano de París, nos hace una crónica de su reciente viaje a dicha ciudad.

Homero Carvalho

 “No es el hombre que camina la ciudad, es la ciudad, la que entre la multitud de sus dioses ha inventado una imagen, un semidios de la marcha”.

Edgardo Scott

Pasado

Noche de celebración. Año del Señor de 1980, meses antes del sangriento golpe de Estado de Luis García Meza, de la desaparición de algunos amigos y del exilio. En una cantina, fría, oscura y maloliente, de un barrio conocido como zona roja de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz de Ayacucho, un grupo de jóvenes, que soñaba convertirse en los escritores que cambiarían la literatura nacional, celebraba la aparición de una revista literaria, impresa en rudimentario mimeógrafo, pretexto para festejar antes y después del lanzamiento. El té con té (sultana con alcohol), especialidad del tugurio, les quemaba las gargantas y les calentaba el cuerpo, la conversación se deslizaba fluida como el aguardiente barato.

Esa noche, alguien puso sobre la sucia mesa del bar la novela Rayuela, mítica obra de Julio Cortázar y sentenció que todo aspirante a escritor debía leerla, luego contó de París, la ciudad cuyas calles y cafés recorre Horacio Oliveira en busca de la Maga, inolvidables personajes de una novela que marcó a un par de generaciones. El comentario desató los recuerdos acerca de escritores y artistas que eligieron la Ciudad Luz para vivir. Cada quien aportó los nombres de pintores, escritores y poetas que vivieron o viven allá, un destino que, desde el siglo diecinueve, fue el preferido de muchos inconformes que llegaron por su cuenta o exiliados de sus países. Algunos de los parroquianos contaban anécdotas parisinas de los poetas Rubén Darío y César Vallejo, otro recordó la incendiaria pluma de José María Vargas Vila, por ahí saltó el nombre de Leopoldo Lugones hasta llegar a la famosa generación del Boom latinoamericano con los nombres/estrellas de Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y, por supuesto, Mario Vargas Llosa, el único sobreviviente de esa gran pléyade de narradores y poetas. Recuerdo que, también, mencionamos a nuestro Augusto Céspedes, el autor de ese gran libro de cuentos Sangre de Mestizos, que, por esos años, aún vivía en algún barrio de la capital francesa.

Vargas Llosa relató en una entrevista: «En 1959 llegué a Francia. Creía haber llegado a un país de ensueño, y no me decepcionó. La cultura era omnipresente (¡hasta en la televisión!), y allí vivían Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Jean Vilar, se representaba a Ionesco, se leía a Beckett… El debate político era muy intenso, pero era un debate de altura. Me sentí como un bárbaro entre civilizados. (…) «Francia me hizo reconocerme como escritor latinoamericano y me permitió descubrir a Cortázar, Carpentier, García Márquez…», recordó el escritor en la Sorbona. «París fue, durante unas décadas, la capital de la literatura latinoamericana, tal y como la describió Octavio Paz, y fue gracias a este país, que descubrió a Borges, que otros países fueron sumándose a ese reconocimiento»[1]. Vargas Llosa, al igual que otros escritores, descubrieron la literatura latinoamericana en los años que les tocó vivir en la ciudad de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Antoine de Saint-Exupéry, Julio Verne y muchos otros escritores y poetas.

Por supuesto que, esa noche de mi arrinconada juventud, alguien recordó de memoria la primera estrofa de un popular poema de Vallejo: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París – y no me corro –/ tal vez un jueves, como es hoy de otoño”, y esos versos se convirtieron en un conjuro para confesar nuestros deseos de irnos a vivir o, por lo menos, estar unos meses en una buhardilla de Montmartre, barrio preferido de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Celine, François Villon y otros poetas. París, al igual que otros aprendices de las letras impresas, era nuestra Meca, la ciudad literaria preferida por todos. En la madrugada, ebrios de alcohol y de palabras prometí que yo iría a Paris cuando mi obra ameritara que me invitaran a algún encuentro literario, que no quería ir como turista y he aquí que, cuatro décadas después, Calíope (musa de la poesía) se transformó en una gestora cultural de nombre primaveral: Flor María Muñoz Bañales y me hizo llegar una invitación al VI Encuentro de Literatura Hispanoamericana en París, con el apoyo del Instituto Cervantes de la capital francesa, a realizarse el 28 y 29 de septiembre del presente anno domini.

Cuando recibí la invitación la leí varias veces, hasta estar seguro que era verdad y, fue entonces, solo entonces, que París vino hacia mí desde el olvido; lo comenté con mi esposa y mis hijos y empecé a soñar con la ciudad cuyos barrios, calles, plazas, museos, monumentos, librerías, bibliotecas, cafés, en fin…, la ciudad misma, ya me era conocida por novelas, cuentos y poemas, por películas y documentales, por fotografías y por pinturas, además de los apasionados testimonios de las amigas y amigos que la visitaron en algunas o varias ocasiones. Incluso mi esposa, Carmen Sandoval, la Amada, había pasado el año nuevo de 1988 en la urbe de todos los tiempos, ocasión que yo no pude acompañarla y, por eso ahora, decidimos viajar juntos para que yo cumpliera la promesa de estar con ella en Ville lumière.

El viaje antes del viaje: En las semanas que antecedieron al viaje recordé, entre otras lecturas, los cuentos de Guy de Maupassant, las novelas de Víctor Hugo, Dumas, Balzac y los poemas de Baudelaire y vino a mi mente esa “noche boca arriba” extraviada en un bar paceño cuando, al final del fuego, comentamos la novela más simbólica de Cortázar; sin embargo, yo no iría a París a buscar a la Maga, porque ella viajaba conmigo con el nombre de Carmen, yo iría a encontrarme a mí mismo, al joven que soñó ser escritor y que ahora participaría en un encuentro en el que su país era el invitado de honor y él sería el escritor homenajeado. Los meses que faltaban para llegar a la cita no me alcanzaron para recordar los recuerdos que tengo de la urbe literaria por antonomasia y, evoqué ¡cómo no! que el viaje se inicia cuando dices que vas a partir.

La fascinación por París se inició en la belle époque: “El mito del París moderno alcanzó su cenit en la llamada belle époque (más o menos entre 1900-1914), pero su prestigio se había gestado en el siglo anterior”[2].  Aunque París no siempre fue una fiesta para todos los escritores, porque algunas la pasaron mal, hambre, frío y soledad, el fracaso y la desesperación también son parte de la historia de las ciudades y de los seres humanos, porque los unos son semejanza de la otras y viceversa.  Guiño al libro París era una fiesta, de Ernest Hemingway, que consolidó en América la fama del París ilusorio, hermoso, disoluto, fascinante, mágico, en el que el escritor americano fue «muy pobre pero muy feliz».

A propósito de este tema, el periodista Nicolás Pernett, en un artículo titulado: “Gabriel García Márquez en París: la miseria dorada”[3] afirma: “Allí también se dio cuenta de las realidades del otro lado del mundo, cuando sufrió en carne propia la discriminación, pero no por ser latinoamericano sino por parecer árabe en una Francia que, igual que hoy, veía con sospecha el crecimiento de la población musulmana en su territorio (especialmente en momentos en que Argelia luchaba una guerra para liberarse del dominio colonial francés). Más de una vez fue perseguido y acosado por la policía y una noche terminó preso con otros argelinos en una comisaría de París. Se puede decir que García Márquez sufrió entonces casi todas las exclusiones posibles: ser latinoamericano, ser árabe, ser pobre y ser poeta”.

Presente

Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle el 26 de septiembre, después de viajar casi doce horas ininterrumpidas desde São Paulo, Brasil, la mañana estaba lluviosa, nos recogió Pedro Justiniano, un amigo boliviano que tenía el encargo, de un grupo denominado “Mamás bolivianas en Francia”, de llevarnos a Radio Francia Internacional para la entrevista previamente pactada con el periodista Jordi Batallé, en su programa “El invitado”, “un magazine donde Batallé recibe de lunes a viernes en los estudios de Radio Francia Internacional a un personaje destacado del mundo del arte, la ciencia o la política”[4]; Jordi, como buen periodista, sabía de mi vida y de mi obra y sus preguntas me permitieron hablar de los temas que me apasionan, durante la conversación sentí que, aunque aún no conocía la ciudad, la larga espera de décadas había valido la pena porque la ciudad de mis sueños me recibía como escritor. Con Jordi recordamos París no se acaba nunca, novela autobiográfica de un joven Enrique Vila-Matas.

Después de la entrevista llegó a RFI Ingrid Zabala, quien se convertiría en nuestro ángel de la guarda y nuestra guía; gracias a ella pudimos acceder a nuestro hospedaje después de cumplir una serie de pasos y descifrar claves y códigos.

El día martes 27 salimos con Carmen a recorrer las calles, como si fuéramos flâneurs irredentos experimentando la ciudad, vinieron a mi mente los grafitos del Mayo francés de 1968 y decidimos iniciar nuestro recorrido por los lugares clásicos: Torre Eiffel, Museo Rodin, donde encontré algunas de las esculturas que me impresionaron desde que la vi en fotografías, entre ellas: El pensador, El Beso y La puerta del infierno, cuyas representaciones escultóricas nos remites a La Divina Comedia de Dante o a los poemas de Baudelaire. En el Museo de cera pude imaginar que conversaba con personalidades del mundo del arte, la ciencia, del cine y la política. De allí nos fuimos a Notre Dame y a caminar por las orillas del mítico río Sena, en un costado encontramos la librería Shakespeare & Co. y en otra orilla a los vendedores de libros antiguos, paseamos por la Île de la Cité, descubrimos cafés encantadores y evidenciamos que, por fin, estábamos en París.

Cerramos el día en la galería de la UNESCO guiados por Yoselín Rodriguez, una joven y extraordinaria profesional boliviana cuyo talento y esfuerzo la está haciendo triunfar en una ciudad difícil para cualquiera.

El país y el ladrillo: El día miércoles 28 fue la inauguración del VI Encuentro de Literatura Hispanoamericana en París, en el Instituto Cervantes de París, cita literaria anual fundada por Flor María Muñoz Bañales, una hermosa e inteligente mujer que, orgullosa de sus raíces latinoamericanas, decidió promover y difundir la nuestra literatura en la capital de las artes; la programación fue impecable. La experiencia y simpatía de Claudia Moriamé, maestra de ceremonias, contribuyó al éxito. Los escritores y escritoras invitados se lucieron en sus exposiciones. Me deleité escuchando a la dominicana Ibeth Guzmán leer sus microficciones; reflexioné escuchando Armando Valdés-Zamora contarnos de la aventura de ser un cubano en París, coincido con él de que, en la actualidad, París, sigue siendo la meca para los poetas y escritores.; me sorprendí con los poemas digitales del salvadoreño Wills Méndez; el argentino Mariano Rolando Andrade nos hizo participar del hallazgo dichoso de la poeta Luisa Futoransky, todo un portento su obra, pude hablar con ella acerca de varios escritores bolivianos. La mesa redonda acerca de gestión cultural evidenció la poca importancia que le dan nuestros países a la cultura.

 Llegó el turno del país homenajeado, Bolivia, que comenzó con una conferencia del escritor nacional Carlos Antonio Carrasco sobre Literatura infantil en Bolivia, en la que repasó los nombres de los más importantes escritores y escritoras de este género. En mi caso Flor María me había dado la posibilidad de elegir el tema y, como siempre lo hago, decidí hablar de la literatura boliviana en general, porque al igual que el poema de Bertolt Brecht, “me parezco al hombre que llevaba consigo un ladrillo, para mostrar cómo era su casa”. Empecé hablando de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela y terminé destacando a los escritores y escritoras de Bolivia que en los últimos años ganaron importantes premios. Los últimos minutos leí mi poema Los abuelos y el público se emocionó hasta las lágrimas.

Pese a que Bolivia era el país invitado de honor, la Embajada de Bolivia, para variar, brilló por su ausencia; el vino de honor lo brindó, solidariamente, la Embajada de Panamá y los bocadillos la asociación cultural de mamás bolivianas residentes en París (había hasta cuñapés) Mi agradecimiento eterno a todas ellas en los nombres de Ingrid Zabala, Nathaly Vázquez, Yandira Bissonnier Peñarrieta, Sonia Leaños, Marysol Jáuregui, Carmiña Ayoroa, Norma Molina, Gladys,  Divina Oña,  Ceci Díaz, Ericka Miranda, Diego Limaco, Silvia Soruco, Beatriz Villca, Patricia Chabanne, Andrea, Verónica Vargas, Zoraida Terceros, Matilde, Cristina, Yoselín y muchos anónimos bolivianos que en Francia trabajan en Pro la cultura boliviana, gracias, muchas gracias.

Después de mi conferencia y de ver la emoción de la gente, recordé unos versos de José Martí: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos?” y lo parafrasee: Dos patrias tengo yo: Bolivia y la literatura y para confirmarlo esa noche, me disculpé de ir a una cena y me di tiempo para participar virtualmente de una conferencia sobre la microficción con la escritora Ibeth Guzmán.

Leer la ciudad con los pies: El día jueves 29, Ingrid nos llevó a la Iglesia del Sagrado Corazón, Basilique du Sacré-Cœur de Montmartre y de allí, de su mano y sus palabras de experta, recorrimos las simpáticas calles de este emblemático barrio parisino que no se parece a ninguno en cualquier otra ciudad, Montmartre, es París y París es Montmartre, sus cafés, los artistas, las artesanías…

 De allí nos fuimos al Museo del Louvre, caminamos, miramos, nos extasiamos frente a algunas de las pinturas y esculturas más hermosas de todos los tiempos. Por la tarde no fue imposible llegar al Instituto Cervantes a escuchar a los otros escritores, nos confundimos de trenes, un taxista se cansó de las trancaderas provocadas por manifestaciones y nos dejó muy lejos de nuestro destino, nos perdimos, caminamos como veinte cuadras y, al final, decidimos disfrutar de la caminata porque lo mejor que le puede suceder a un viajero es perderse en una ciudad y porque ya se había hecho tarde para llegar al destino fijado.

Breve historia de una ilusión: Así como mi sueño era ir a París como escritor, el de Carmen era visitar Lourdes y la Divinidad quiso que los cumpliéramos. El viernes 30 nos fuimos a Lourdes, arribamos y nos fuimos directo a la “gruta de Massabielle», también conocida la «gruta de las apariciones», lugar en el que, en1858, la Virgen María se le apareció a Bernadette Soubirous. Uno de los sitios sagrados más icónicos de los católicos. Allá, frente a la gruta, Carmen se conmovió y lloró recordando a todos sus ancestros, bebimos del agua de los milagros, nos lavamos la cara y llenamos un bidón de dos litros para llevar hasta Bolivia el agua prodigiosa que Carmen distribuiría entre sus amistades en pequeñas botellitas.

            A propósito de este tema, debo reconocer que me gusta visitar iglesias, lo hago en cada ciudad que visito porque en el interior siento cierta energía que me revitaliza y disfruto de la arquitectura, de las naves, los retablos, los púlpitos, de las imágenes, de las efigies, de los cuadros, de los altares, de la bóvedas, de los coros, órganos y cúpulas y, por supuesto, que siempre rezo sentado en algún banco de madera. En París visitamos siete templos, algunos de las más simbólicos y hermosos que nunca hayamos visto y, en todos ellos, busqué las misteriosas gárgolas, que allá supe sirven para recoger el agua de lluvia que cae sobre el techo y evacuarla lejos de las paredes para protegerlas, aunque en el imaginario popular sirvan para alejar de esos edificios sacros a los demonios.

“Leer la ciudad con los pies”: El sábado, Divina Oña y su cariñosa familia nos invitaron a almorzar en el restaurante Chartier, hicimos cola durante media hora, pero el menú valió la espera. En la tarde, con Patricia Urquieta y Varinia Taboada, fuimos al famoso Café de Flore en el Boulevard Saint-Germain, en este café se reunían algunos de los más connotados intelectuales y artistas del siglo pasado, me llamó la atención que era el lugar preferido “del poeta Jacques Prévert y sus amigos del «Grupo Octubre», porque con mi agrupación política del mismo nombre, Grupo Revolucionario Octubre, nos reuníamos en un café de la ciudad de La Paz. Luego ingresamos a un templo en cuyo interior había instalado juegos de luces y performances porque la famosa “Noche blanca”, Nuit Blanche, que se celebra cada primero de octubre desde hace 20 años, ocasión en que el arte contemporáneo toma las calles y monumentos de París. Esa misma tarde/noche Varinia, arquitecta, nos llevó a conocer edificios emblemáticos y el hotel donde se hospedaban Oscar Wilde y Jorge Luis Borges. No está demás aclarar que nos dimos tiempo para visitar los lugares preferidos de artistas y escritores. Y mientras caminábamos recordé a Alejandra Pizarnik: “Voy por la calle mirando el sol recién nacido y las pequeñas nubes sobre el reloj de Saint-Germain-de-Prés y doblo, el cuerpo dobla una esquina (nada más simple) y de pronto lo que en ti siempre estuvo a la espera, lo que siempre fue en ti espera, se justifica”.

 En fin, el poeta uruguayo Quintín Cabrera afirma que “Las ciudades son libros/ que se leen con los pies” y tiene razón París fue un libro abierto para nosotros y comprobábamos los déjà vu frecuentes y previsibles; en realidad todo París es un déjà vu. El poema Pies que dejé en París, de Enrique Lihn: Pies que dejé en París a fuerza de vagar/ religiosamente por esas calles sombrías. / La ciudad me decía no eres nada/ a cada vuelta de sus diez mil esquinas, / y yo: eres bella”: París es la ciudad de los cafés, la gente vive en las calles, la camina, la disfruta en las aceras donde se puede cruzar con personas de todo el mundo.

En París recordé que Julio Ramón Ribeyro, uno de mis escritores favoritos, también había vivido allá cerca de cuatro décadas y que el Instituto Cervantes, en el que brindé una charla sobre literatura boliviana y mi propia obra, había trazado una ruta para visitar doce lugares que el peruano amaba, uno de ellos el cementerio Père-Lachaise. Una vez más confirmé que todo viaje al exterior es también un viaje a hacia uno mismo.

Después de leer París no se acaba nunca, novela autobiográfica de un joven Enrique Vila-Matas, que cuenta la época en la que vivió en París, en una buhardilla que le alquiló la gran Marguerite Duras (que tuvo la compasión de anotarle en un papel algunos consejos sobre cómo encarar el proceso creativo), imaginé qué hubiera sido de mí si hubiera vivido en esta hermosa ciudad, recordé las historias de escritores que si lo hicieron y llegué a la conclusión de que, sin necesidad de París, había tenido mi época de bohemia desenfrenada, mis mayos franceses bolivianos, borracheras escandalosas y otras cosas innombrables, quizá sin el glamour de la Ciudad Luz, pero mi obra no hubiera sido la misma, no sé mi mejor o peor, pero es lo que tengo y estoy satisfecho con lo que escribí, no fui a la ciudad de Albertine Sarrazin “À la rechecherche du temps perdu”, En busca del tiempo perdido, porque intento que el libro que ahora escribo sea mejor que los anteriores y así sucesivamente…

Futuro

Luis Martí asegura que “en definitiva, París no se acaba nunca porque cada uno de nosotros tiene su propio París, aunque no hayamos estado allí jamás”, y así es porque a esta ciudad nunca se viene por primera vez, siempre se vuelve, yo seguiré regresando a ella en cada conversación, libro y/o película que la nombren, Cortázar tenía razón cuando dijo que “en el fondo, París es una enorme metáfora” o al decir de Roger Callois: “París encarna el mito de la urbe moderna”.

Al igual que a Carmen, la mujer que amo, a París la amaba antes de conocerla personalmente, y a semejanza de Vila-Matas que, en la novela mencionada, escribe sobre muchos escritores, entre ellos Kafka, Borges, Rilke, a Rimbaud, Hemingway, Duras, Unamuno y juega con la intertextualidad de citas y anécdotas literarias, yo intentaré seguir escribiendo fiel a mi pasado: “André Gidé decía que un artista no debía contar su vida tal y como la había vivido, sino vivirla tal y como la iba a contar”.

Al retornar de París comprobé, una vez más, que la literatura y los viajes (escribir, leer y caminar) son lo mismo; allí se juntan nuestra imaginación con nuestros sueños y pesadillas. Mientras escribo este párrafo final sé que tengo que alistar maletas para viajar a Ciudad de México, ese megápolis en la que hace cuarenta años decidí ser escritor. En el vuelo de retorno a nuestro hogar, recordé los nombres de cada una de las personas que hicieron posible este viaje inolvidable. Gracias, muchas gracias.


[1] https://elpais.com/cultura/2013/05/31/actualidad/1369953340_602130.html

[2] https://cuadernoshispanoamericanos.com/la-atraccion-de-paris-y-los-escritores-espanoles/

[3] https://razonpublica.com/gabriel-garcia-marquez-en-paris-la-miseria-dorada/

[4] https://redtal.tv/novedades/415/el-invitado-de-rfi-en-las-pantallas-de-america-latina

Equipo de Redacción

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