#brevesycontundentes «El secreto del Cantarano» de  Consuelo Jiménez de Cisneros

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Consuelo Jiménez de Cisneros nos presenta dos microrrelatos de su obra «El secreto del Cantarano» (Colección Digital de Microficción Femenina Breves y contundentes, Editora BGR)

UN SUSTO DE MUERTE

La niña era endeble y enfermiza. Los hermanos varones se reían de ella y la asustaban siempre que había ocasión. Inútil que la madre dijera: «Dejad en paz a vuestra hermana.» Ellos siempre tenían que inventar algo para acongojarla.

Lo último que se les había ocurrido era contarle que debajo de la cama había un muerto. Ella todas las noches se arrodillaba para comprobar que no había nadie y ellos se reían desde el otro lado de la puerta.

Una noche, uno de los hermanos, más atrevido, decidió perfeccionar el susto. Ya se había convertido en una rutina eso de que ella levantara el faldón de la colcha para dormir segura de que no había ningún cadáver yacente bajo su cama de niña. Había que inventar algo mejor.

El hermano se acostó bajo la cama decidido a hacerse el muerto. El otro hermano acechaba desde la puerta, conteniendo la risa. La niña se agachó, extendió la mano, profirió un grito terrible… Y tras el grito, el silencio. El hermano escondido la había agarrado del brazo, que al principio se resistía y de repente cayó flácido.

El hermano gimió de terror y pesadumbre cuando se dio cuenta de que el muerto no era él, sino su hermana.


EL SECRETO DEL CANTARANO

El cantarano era ese mueble viejo, mitad cómoda mitad escritorio, donde el abuelo almacenaba cosas inverosímiles, solo aptas para la evocación melancólica. Por eso nadie entendía que cuando lo llevaron a la residencia de ancianos, esas salas de espera de la muerte, el viejo insistiera en llevarse con él su cantarano. «Ocupa demasiado espacio», «para qué quieres ese trasto»… Eran los comentarios que escuchaba. Un día me llamó y me dijo que guardara su mueble como recuerdo y que si en algún momento de la vida estaba desesperada, que lo destruyera por completo, pues eso me haría sentir bien.

Prometí hacerlo así. El abuelo falleció y su mueble quedó en un trastero de mi casa. Nunca llegué a la desesperación y casi habría olvidado la historia por completo si no fuera por culpa de la carcoma. Una de las raras veces en que bajaba al trastero, observé que una de las columnitas de madera que sustentaba la parte superior del mueble se tambaleaba peligrosamente. Traté de recolocarla y se me quedó en la mano. 

Entonces el cantarano crujió con la queja de madera de un ser vivo. Comprobé que la columna estaba hueca y que en su interior había un brillo opaco de monedas de oro.

Equipo de Redacción

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