Wisława Szymborska o no deberle nada al amor; por Alma Karla Sandoval

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En esta entrega, Alma Karla Sandoval sigue las pistas de un poema de Wislawa Szymborska y la temprana deconstrucción del amor romántico en una de las poetas más importantes que hayan recibido el Nobel.

Wisława Szymborska

Ella también tenía adicción al horizonte, a los ventanales de Polonia y de los países cuyos mapas siempre le parecieron enigmáticos. Pensando en cartografías de tierras imposibles escribió poemas irónicos con una característica como sello de agua: la claridad. Sí, porque los versos de la gran poeta polaca, ganadora del Nobel de Literatura en 1996, se entienden. Son a prueba de distracciones, de prejuicios poéticos, de lejanías. Ella apostó por un discurso auténtico, desprovisto de adornos, de barroquismo o nebulosas.

     Para Szymborska primera iba lo que necesita desvelar el poema: una epifanía sencilla, oriunda del deslumbramiento ante lo cotidiano, ese doblez de la experiencia que los poetas encuentran sin buscar. Por ejemplo: un gato que no debió morirse, terroristas que llevan a cabo su misión, las cuatro de la madrugada como un tiempo oracular, una hermana que no escribe versos, una amante que está demasiado cerca para que el amado sueñe con ella, todo aquello no ocurre dos veces, el libro de los acontecimientos que siempre está abierto a la mitad, el manzano que miran los presos y la gente que se muere sin morirse.

     Esa nómina de temas son ejes que orientan un discurso polisemántico y de esa manera conectan con los lectores. Se trata de una voz que no quiere impresionar con juegos fatuos ni lumbres imaginativas. Incluso lo autorreferencial está medido, bien dosificado en las perlas de una autora que tampoco responde al estereotipo de la poeta maldita, trágica, suicida. Wislawa, con la discreción de la secretaria en la oficina de ferrocarriles que fue, usaba sombreros sin vuelos impresionistas, se movía con serenidad por el mundo, contemplándolo, fumándolo, eso sí, día y noche. El timbre de su voz era como de viola, corran a buscar esos videos donde lee sin escándalo, impostación, con la seguridad de traer consigo el secreto de las musas como un talismán en la cartera.

      Esta semana habría cumplido 99 años.  Admiró a Zbigniew Herbert y Czesław Miłosz, cumbres de la poesía polaca y su tradición a contracorriente del tono de lo que se podía cantar detrás de la llamada Cortina de Hierro en un mundo real y socialista. Durante varios años esta poeta nacida en 1923, escribió con conciencia de clase, participó en el Partido Obrero Unificado de su país, pero con todo, su segundo libro no pasó la censura. Con los años se distanció de esas ideas, tradujo a los mejores escritores franceses, viajó, escribió sin traicionar el ritmo diáfano de sus palabras.

    La leo de asombro en asombro. Constato que deconstruyó el amor romántico antes que ningún otro autor que haya leído antes. Desde hace dos días no paro de pensar en este poema:

Agradecimiento

Debo mucho
a quienes no amo.

El alivio con que acepto
que son más queridos por otro.

La alegría de no ser yo
el lobo de sus ovejas.

Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
y eso el amor ni puede darlo
ni sabe tomarlo.

No los espero
en un ir y venir de la ventana a la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol
entiendo
lo que el amor no entiende;
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.

Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino simplemente unos días o semanas.

Los viajes con ellos siempre son un éxito,
los conciertos son escuchados,
las catedrales visitadas,
los paisajes nítidos.

Y cuando nos separan
lejanos países
son países
bien conocidos en los mapas.

Es gracias a ellos
que yo vivo en tres dimensiones,
en un espacio no-lírico y no-retórico,
con un horizonte real por lo móvil.

Ni siquiera imaginan
cuánto hay en sus manos vacías.

«No les debo nada»,
diría el amor
sobre este tema abierto.

Wisława Szymborska 

Esta lucidez con que acaricia el rostro oscuro del amor romántico neojerarquiza otras formas de querernos, de estar en el mundo junto a los otros sin hacerles daño, sin las torturas de un sentimiento al que Cyril Connolly llamó el intercambio de dos caprichos y el contacto de dos epidermis, un constructo espinoso con el que tejemos las coronas que encajamos en nosotros mismos y nuestras compañías en medio de conversaciones que duelen. El amor, tal como existe en la sociedad, puede ser una bomba atómica del patriarcado, el opio más fresco y apetitoso de las mujeres. Ya lo dijo Kate Millet: «Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban» y no sólo un estado sin Estado, sino nuestras vidas, nuestras decisiones, nuestros horizontes de espera, nuestros espacios de experiencias marcados, destruidos, arrasados por males de amores perpetrados por feminicidas, narcisistas, Houdinis, sociópatas y demás niños mayores que no quieren crecer, pero cuya impunidad está garantizada por la construcción del amor heteropatriarcal mismo, capitalista, neoliberal, judeocristiano y lo que sigue.

      Un amor que bien señala Szymborska con gran puntería, nos convierte en lobos, nos impide perdonar, entender, no eternizar la espera que, como siempre digo, es sometimiento. Un amor que nos arruina los viajes, la música, la belleza arquitectónica del mundo y hasta los mapas porque los países cuando se ama, se desconocen. Los miramos por primera vez, se transforman en territorios nuevos donde ocurre que la arena dramática de nuestras ficciones amorosas es siempre movediza. El amor nos rapta a espacios líricos y retóricos que son más bien territorios comanches, campos minados, subterfugios del ser. El amor tiene las manos tan llenas que se le cae todo aquello que sostiene. Wislawa, con ojos de poeta que son de vidente, de médium que no pretende serlo, puede ver, en cambio, que en aquellos a quienes no ama encuentra manos vacías llenas de lo que importa: nada.

     En esa deuda inexistente se finca la gracia del agradecimiento de la poeta desarmando desde otro polo, el del desamor, nuestra condición como seres deseantes y sintientes, pero también pensantes, no dispuestos a sentir como todo el mundo, bajo el signo de un problema de salud pública, sino con ecuanimidad ante el desencuentro o el hallazgo de nuevas formas de amar al otro en un poema.

Alma Karla Sandoval

Columnista

Equipo de Redacción

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