Vivian Gornick, los libros como prueba de fuego; por Alma Karla Sandoval

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Cuentas pendientes, reflexiones de una lectora reincidente, el más reciente libro de la mítica escritora estadounidense, Vivian Gornick; esta obra fue finalista del Premio Nacional de la Crítica de su país. Alma Karla Sandoval esboza una opinión en torno a esos asuntos en el tintero.

Se sabe que un libro te estrujará antes de las veinte páginas. Al comienzo de Cuentas pendientes (2020), doy con esta frase: «Leía siempre y con la única intención de sentir el poder de la Vida con mayúsculas, tal y como se manifestaba (y con qué emoción) en el combate del o la protagonista con esas fuerzas externas que escapaban a su control». Buen gancho y de ahí en adelante subrayar de capítulo en capítulo, aunque en momentos discrepando con esta autora estadounidense nacida en 1935. Sus 87 años le permiten decir en charlas a propósito de esta, su más reciente obra, finalista del Premio Nacional de la Crítica, que ha visto muchos cambios y tiene esperanza en la juventud. Sobre todo, en las jóvenes como ella, activistas por los derechos de las mujeres.

     Gornick, efectivamente, ha visto de todo, pero también releído con frenesí, con pasión de arqueóloga tratando de encontrar líneas como raíces fósiles de letras. De eso se trata Cuentas pendientes, de los libros que la transformaron en la persona que es, esos libros que terminan de contar lo que tenían que decirle. El contagio de tal búsqueda se expande y a las lectoras nos toma con el carisma de quien se refiere a Colette como un referente que en la primera juventud la cegaba con el brillo de su prosa erotizada, pero que luego de varios años reencuentra egoísta, portadora de un narcisismo que no celebra. Le ocurre igual con el estilo sobrio, un tanto frío, de Doris Lessing con quien ya no comparte la radicalidad de la inglesa cuando habla de los hombres, pero sí la ternura con que la premio Nobel escribe sobre gatos. Gornick admite el paso del tiempo desde la relectura y explica que los libros también cambian desde la receptividad, que en ello radica su poder. Así que cuando habla de Marguerite Yourcenar comprende por fin qué significa la nostalgia por la pérdida de la inocencia o cómo, gracias a los ensayos de Natalia Ginzburg, ha aprendido a amar la vida.

       Durante una semana abracé esta lectura como una estudiante presta atención a una gran maestra, como autora que busca refinar el uso de la herramienta de la autobiografía al servicio de un libro. Marqué páginas con separadores, rayé los bordes con tinta negra, azul y roja. Me estremecí con sus opiniones sobre el amor, la soledad de las mujeres, el ensayo, la incapacidad para vernos a nosotras mismas, las relaciones tóxicas y sus misterios, trozos de la historia de la lucha encarnizada por defender nuestro lugar en el mundo. Aprendí, no lo niego, a ir de la glosa de una novela a una confesión valiente, personalísima.

    Me enteré de que la periodista tuvo dos gatas, de que va a terapia, de lo difícil que fue o, mejor dicho, de lo feroz de su relación con su madre; de que fue pareja de un sociópata, de que necesitó mucho arrojo para comenzar a escribir. Supe cuándo y por qué ciertos libros le revelaron, como prueba de fuego u oro, su vocación literaria. Pero no solo eso, también su estar en el mundo admitiendo matices hasta mucho después de los cincuenta años: «Pero la libertad sin matices no es libertad ni es nada. Son los matices lo que nos hacen actuar como seres humanos civilizados, incluso cuando nos sentimos como seres humanos civilizados. Si eliminamos todos los matices, nos queda solamente la vida animal; en otras palabras, la guerra». Y pues sí, muy bien dicho, muy bien pensando. Pero a medida que el libro iba acabándose, empecé a notar el tufo de Vargas Llosa volviéndose un anciano conservador contento de andar en yates, aceptar un título nobiliario, dejar a la mujer de toda la vida y reírse con ganas del lenguaje inclusivo.

      Esa, la feminista de los sesenta y setenta cuyos artículos, cuyo activismo poseía mucha garra, relee los libros que la marcaron y en un ejercicio, sí, muy humano, reniega de algunos de esos tatuajes. Los más vistosos, claro. Entonces me pregunto si Vivan Gornick no se convirtió en una representante más de la femigerontocracia, la cual, según Esther Pineda, es el grupo de feministas con edades comprendidas entre los 60 y 80 años, en su mayoría blancas, pertenecientes a las clases medias y altas, cuya experiencia profesional ha transcurrido entre la academia, la ocupación de cargos políticos, gerenciales y ministeriales, así como el lobbismo para la obtención de contratos o financiamientos con organismos internacionales. Estas feministas se caracterizan por mantener una narrativa melancólica, añorando sus otroras glorias y su pasada influencia en la opinión pública y mediática, la cual han perdido ante su imposibilidad de convocar y dar respuesta a los múltiples intereses dentro de la diversidad del feminismo. Lo primero sí, pero lo segundo, no sé. No quisiera ser injusta con Gornick porque no cae mal, porque es abierta, inteligente, compasiva. No obstante, es verdad que su nostalgia por lecturas anteriores la lleva a un punto del camino que no tiene nada que ver con lo que Susan Sontag, su contemporánea, llamó tomar partido sin que eso signifique dejar de ver el bosque completo. La autora de Ante el dolor de los demás nació en 1933, dos años antes que Vivian, y su argumentación aguda en torno a seguir viviendo como se ha pensado, se relaciona con lo que en París no se acaba nunca, Enrique Vila-Mata explica sobre los escritores ya mayores que no abandonan la poesía, que son tercos, que se aferran a ese género porque son verdaderamente inteligentes. La poesía entendida no sólo como la construcción de poemas, sino como una mirada que nada tiene que ver con la de los animales o los soldados en la guerra, más bien con la de los hechiceros, los músicos, las hadas o las adivinas. Ahí tiene Gornick otro matiz. De ella me quedo con la vida subrayada para que no descienda a las minúsculas.

Alma Karla Sandoval

Columnista

Equipo de Redacción

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