Una semana, una poeta… Delmira Agustini; por Fran Picón

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Delmira se apropia de elementos culturales de la época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la tradición literaria masculina.

DELMIRA AGUSTINI

Hija de Santiago Agustini y María Murtfeldt, Delmira  nació en Montevideo (Uruguay) el 24 de octubre de 1886. Se educó en el hogar, como solían hacerlo entonces las señoritas de la clase media alta, y recibió clases de francés, piano, pintura y dibujo. No obstante, la dedicación casi religiosa de sus padres para que a Delmira no le faltara nada en la edificación de su cultura, tuvo que ver con la extraordinaria sensibilidad y la inteligencia que desde muy pequeña ella demostró poseer. A los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras.  A lo largo de su infancia, el contacto con otros niños fue escaso, razón por la cual creció en un ambiente introvertido y callado. Pasaba largas horas, a veces días, ensimismada en el placer de la lectura, la escritura, el piano. Incluso siendo ya una adolescente, tuvo muy poco contacto con las otras muchachas de su edad. De acuerdo a algunos testimonios, prefería dedicar su tiempo a actividades intelectuales y artísticas, y no le interesaban las reuniones sociales, que consideraba frívolas. Más tarde establecerá contacto con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, figuras casi todas mayores que ella: Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Manuel Ugarte, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros.

A partir de 1902, a los dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. Al año siguiente, esta misma revista la invita a colaborar en una sección que ella misma bautiza con el nombre de «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, Delmira se ocupa de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que sobresalen en lo cultural y/o lo social. Entre estas semblanzas sobresale una dedicada a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira.

En 1907 publica su primer poemario, El libro blanco, que fue muy bien acogido por la crítica. El éxito literario de Delmira Agustini correrá parejo a la fama de su belleza. Es importante señalar que el ambiente montevideano en el que Delmira vivió y publicó su poesía estaba marcado por fuertes contrastes. Se trataba de una atmósfera ambigua, algo que incidió en la forma en que la crítica acogió su escritura. Aunque su talento fue elogiado, su temática explícitamente erótica no encajaba dentro de los estereotipos femeninos de la época, los cuales enfatizaban el perfil de lo que «tenía» que ser una mujer, especialmente una joven soltera. De esta forma nació, entre sus contemporáneos, el mito Delmira, uno que incluía tanto a la «niña virginal» como a la «Pitonisa de Eros»; un mito que intentaba explicar «el milagro» de su escritura como producto del instinto, pasando por alto su intelectualidad.

En 1910 publica su segundo libro, Cantos de la mañana. Para entonces su prestigio como poeta es considerable e incluso llega a ser elogiada por Rubén Darío, a quien conoce en 1912 durante una visita de éste a Montevideo; el encuentro provoca un intercambio de cartas. Asimismo, en su casa recibe las visitas de varios escritores e intelectuales atraídos por su talento, entre ellos, Manuel Ugarte. Una vez ha despuntado el talento poético de Delmira, su familia apoya su vocación de forma completa; el padre pasa a limpio los poemas tomados de los cuadernos y hojas sueltas de su hija, y lo mismo hará su hermano Antonio.

En febrero de 1913 publica su tercer libro de poemas, Los cálices vacíos, poemario más abiertamente erótico que los anteriores, algo que provoca un escándalo social que luego pasa a la murmuración incesante en torno a la joven poeta y su atrevimiento. Los poemas resultaron especialmente escandalosos no sólo porque su autora fuera una joven soltera, sino también, y sobre todo, porque en ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera sujeto de deseo, es decir, podía ser únicamente objeto deseado. De allí lo excepcional de sus versos: Delmira se apropia de elementos culturales de la época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la tradición literaria masculina. En pocas palabras, subvierte imágenes y conceptos de la tradición modernista para hablar de sus experiencias como mujer. Por otro lado, en Los cálices vacíos, Delmira anuncia, en una nota «Al lector», que está preparando un nuevo poemario que se titulará Los astros del abismo y el cual considera será «la cúpula» de su obra. Estos poemas, los más oscuros y barrocos, fueron publicados póstumamente en la edición de sus Obras completas de 1924 bajo el título general de El rosario de Eros.

POEMAS

Cuentas de fuego

Cerrar la puerta cómplice con rumor de caricia,

deshojar hacia el mal el lirio de una veste…

-La seda es un pecado, el desnudo es celeste;

y es un cuerpo mullido, un diván de delicia.-

Abrir brazos…así todo ser es alado;

o una cálida lira dulcemente rendida

de canto y de silencio…más tarde, en el helado

más allá de un espejo, como un lago inclinado

ver la olímpica bestia que elabora la vida…

Amor rojo, amor mío;

sangre de mundos y rumor de cielos…

¡Tú me los des, Dios mío!

Boca a boca

Copa de vino donde quiero y sueño

beber la muerte con fruición sombría,

surco de fuego donde logra Ensueño

fuertes semillas de melancolía.

Boca que besas a distancia y llamas

en silencio, pastilla de locura,

color de sed y húmeda de llamas…

¡Verja de abismos es tu dentadura!

Sexo de un alma triste de gloriosa;

el placer unges de dolor; tu beso,

puñal de fuego en vaina de embeleso,

me come en sueños como un cáncer rosa…

Joya de sangre y luna, vaso pleno

de rosas de silencio y de armonía,

nectario de su miel y su veneno,

vampiro vuelto mariposa al día.

Tijera ardiente de glaciales lirios,

panal de besos, ánfora viviente

donde brindan delicias y delirios

fresas de aurora en vino de poniente…

Estuche de encendidos terciopelos

en que su voz es fúlgida presea,

alas del verbo amenazando vuelos,

cáliz en donde el corazón flamea.

Pico rojo del buitre del deseo

que hubiste sangre y alma entre mi boca,

de tu largo y sonante picoteo

brotó una llaga como flor de roca.

Inaccesible… Si otra vez mi vida

cruzas, dando a la tierra removida

siembra de oro tu verbo fecundo,

tú curarás la misteriosa herida:

lirio de muerte, cóndor de vida,

¡flor de tu beso que perfuma al mundo!

Equipo de Redacción

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