Tres relatos de Tomás Sánchez Hidalgo

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Compartimos tres relatos de Tomás Sánchez Hidalgo.

El tiempo antes del balón que llegará a ser

Ahora sé que lo que me dicen que afirmó Ginsberg en su última visita a mi ciudad es cierto: la literatura y Alemania están estancadas. Moriré en una tarde de verano. Veo a nuestra selección de fútbol, La Roja, dejando fluir el tiempo en una eliminatoria directa en la Copa del Mundo y sin viento a favor, estoy rodeado de cabezas con cerveza, cabezas gesticulando, y con respiración y eso, también, y que regresan, en el largo y en el corto plazo: con ellas retomo el contacto a intervalos irregulares (pero soy incapaz de parametrizar éstos: ¿deplorable?), refiero en algún momento cómo fue regado el cadáver de Mussolini: ¿la logopedia de la mujer es la del amor?, quizá: el idioma como juguete. Una bici roja se refleja en una de las cristaleras del bar: ha llegado Marco Polo a la batalla de Lepanto. y una caja (ultraplana y) tonta y otra caja (ultraplana y) tonta y otra caja (ultraplana y) tonta: todos observando el mismo escenario, aquí, en la planta de arriba, y lo mismo abajo: en total un mínimo de seis evidentes excesos de respiro: seis artefactos. Entra el señor comisario: ¡esto es una maravilla! Derrota final. El olivo del fondo del bar no tiene dramas. El señor comisario se dirige a mí sin salir de plano y entonces refiere <Pero mira, son miserables>. Todos los demás parecen haberse resignado con el resultado del deporte, como en un espejo negro: nadie nos explicó cómo las cosas son y explotan y ¿son? y desaparecen. Nadie ha escrito la historia de la lluvia*. Este momento ya se está empezando a derretir.

* Carlos Edmundo de Ory dixit.


Dispuestos

Dispuestos a tomar juntos un café en el campus
(los abuelos de Cindy; aquellos felices años 20).
Dispuestos a un viaje indecoroso por el desierto de Nevada.
Dispuestos al intelecto, al foxtrot y a los vendedores de calambres.
Dispuestos a los alunizajes del Imperio.
Sangre. Una corona de espinas: tantos años después: de vuelta a España, es un rodaje, ya en tiempos del otoño del Patriarca.
Dispuestos, también, a cruzar océanos: atletas estadounidenses en las ruinas del templo.
Dispuestos a las fiestas de disfraces.
Dispuestos al bricolaje, al catolicismo, a las bombas de azúcar.
Dispuestos a las boleras, a los naipes, a los patucos.
Dispuestos a cambiarse de sombrero y al Monte Rushmore.
Estos momentos deben de ser para regalárselos a los extremistas: para regalárselos a los reaccionarios.
Dispuestos a hallar el color más antiguo del mundo.
Dispuestos a saltar en cama elástica, a cambiar pañales, al sueño americano.
Dispuestos a ir al psicólogo en un <No compro>.
Dispuestos a piñatas, al mayor espectáculo del mundo, a Truco o Trato.
Una plaza de toros. Dos sonrisas de Cheshire, frente a la cámara, blandiendo aceros sobre las cabezas de unas republicanas, luego las republicanas sin pendientes sin cabeza: Badajoz: el abuelo de Cindy fue corresponsal en el 36. Las paredes del salón están llenas de fotos, de parpadeos en el tiempo de la gente: en conjunto, acaso, no expliquen ni formen nada: apenas, quizá, un mosaico inconexo.


Entrevista

-¿Sabes pilotar un desierto?

– Puedo intentarlo -respondió, en prime time, la estrella del rock, dispuesta, no necesariamente por ese orden,
a caminar sobre el Atlántico, y
a denunciar en público la homosexualidad latente entre los jugadores de ajedrez (<Tocar las piezas del adversario, en el avance además hacia su rendición, es como tocar su falo>, llegará a afirmar),
sentir orgullo de su propia ambición desmedida,
autorecetarse amoxicilina,
o lucir un relieve orgulloso de vapor y libido,
podría incluso, al parecer, reclamar, al respecto de su banda, que <Hemos patentado el mar>, o <Hemos patentado el sur> a bordo de un campanario flotante más largo que una pesadilla kafkiana, esto lo observan mujeres y hombres convertidos en pájaros rojos que atraviesan una nube igualmente roja mientras él, la estrella del rock, recuerda que Bob Marley creció jugando en los campos y calles de Jamaica, los opiáceos y los estudios de grabación vinieron después, y que el propio Marley dijo una vez en público: <El fútbol es una habilidad completa en sí misma. Un universo entero en sí mismo. ¡Me encanta porque tienes que ser extremadamente hábil para jugarlo! ¡Libertad! ¡Libertad! ¡El fútbol es libertad!>,
y esta misma estrella del rock decidió rebelarse contra la pierna que estaba encima de él
y poner música a Los Grandes Hombres y sus respectivas biografías:
y a las fiestas macabras de los dictadores.
Los citados Grandes Hombres seguirían en un tedeum, al tiempo que el Monopolio Mundial del Agua planease volar triunfante, en sus alfombras ¿sobre Persia, o alrededores?, quizá, en la idea de derretir el rocío antes de su primer ataque, y las acciones de Lockheed Martin (y las de General Dynamics, y las de Raytheon, o Boeing, o Northrop Grumman) terminarían entrando en subida libre y se revalorizarían tanto que los value investors, padres y no padres, elucubrarían acerca del tamaño de la Creación, ajenos a los Salmos: ¡es pura ciencia!: Dios representa la voz de una tormenta; y Los Grandes Hombres entonces dirían <No era una plataforma para perder el tiempo>.

Equipo de Redacción

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