José Hugo Fernández

Lecciones para huir de la grandilocuencia, por José Hugo Fernández

Rainer Maria Rilke dijo alguna vez que cuando descubrió a Paul Valéry, se descubrió a sí mismo. Supongo que al poeta canario Antonio Arroyo le gustaría decir otro tanto respecto a Rilke. De hecho, lo desliza en clave de evocación mediante su poemario Las horas muertas, cuya ascendencia rilkiana más obvia, aunque no la más definitoria, remite desde el título al Libro de horas, del gran praguense.