La poesía es un llamado del ángel que se esconde en la memoria, es un exorcismo de los sentidos, es una soledad que espera ser habitada por el duende de la pasión, por el duende de la lluvia o por el duende de la trashumancia. Carmen Nozal escribe porque sus duendes son exageradamente traviesos y la enferman de belleza, de irrealidad o de música, y mucho más que una reflexión sobre la vida o la muerte, su trabajo literario es un largo viaje hacia sí misma, hacia los bajos fondos de su alma. Escribe con denuedo el mantra de todos los sonidos, escribe para dejar de sucumbir a la realidad y sus trajines, escribe para darle de comer al lenguaje un alimento nuevo: tal vez logre para su emoción lingüística esa metáfora donde todas las voces se levanten del papel en blanco y se vuelvan una sola voz. Todos los misterios del lenguaje la visitan, también los incesantes recuerdos que van y vienen como un mar de los Sargazos.