«Servicio de lavandería», de Begoña M. Rueda; por Sergio González Quintana

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‘El rincón de Sergio’ analiza la obra ‘Servicio de lavandería’ de la poeta Begoña M. Rueda.

Begoña Moreno Rueda (Jaén, 1992) es poeta y lavandera española, ganadora, entre otros, del XXXVI Premio Hiperión de Poesía. Cursó el Grado de Filología Hispánica en la Universidad de Jaén; pero en 2019 abandonó su ciudad natal y se trasladó a Algeciras, donde comenzó a trabajar en la lavandería del Hospital Punta de Europa. El reconocimiento de Hiperión de Poesía se suma a otros anteriores: II Premio de Poesía Joven Antonio Colinas, por Princesa Leila (La Isla de Siltrolá, 206); I Premio Luis de Cernuda de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, por Siberia es un estado de ánimo (Ediciones en Huida, 2017); I Premio de Poesía de la Universidad Complutense de Madrid, por Reencarnación (Ediciones Complutenses, 2019): XLVI Premio de Poesía Ciudad de Burgos, por Error 404 (Visor, 2020); VIII Certamen Internacional de Poesía Joven Martín García de Albox, Almería, por Todo lo que te perdiste por meterte a monja (Difácil, 2020); y XVII Premio de Poesía Dionisia García Ramos de La Universidad de Murcia, por Por mi culpa, por mi culpa, mi gran culpa (Aula de Poesía de la Universidad de Murcia, 2020).

Servicio de lavandería obtuvo el XXXVI Premio de Poesía Hiperión

Yo he tenido la fortuna de leer Princesa Leila y Reencarnación, además de este última publicación y puedo afirmar que cada uno de sus libros es una experiencia poética nueva, genuina e innovadora. Nunca sabe uno lo que deparará el futuro, pero Begoña M. Rueda está llamada a ser (ya lo es) una de la voces más significativas del panorama poético actual.

Sin embargo, hoy nos vamos a centrar en Servicio de lavandería, poemario que se organiza en cuatro secciones, que coinciden con el usual programa de lavado: Prelavado, Lavado, Aclarado y Centrifugado.

El poema introductorio (Prelavado) sirve de presentación del trabajo que la autora realiza en la lavandería de un hospital de Algeciras. En ella, con dos lavadoras industriales, se amontona y limpia la ropa de los enfermos y los muertos (“de los que o regresan de la úlcera / o se dejan amarillear por la muerte”). Esta situación laboral sirve de reflexión a la poeta:

Dos lavadoras industriales

bastan para blanquear la ropa de las heces

y de la sangre que podría ser mi sangre, mi miseria

podría ser, algún día, un camisón

cubierto de vómito

de los que una vez lavados lucen como nuevos…

La crudeza con la que describe este trabajo, el cariño con que lo realiza, la empatía que muestra por el sufrimiento de los otros, no obvia la posibilidad de que sea ella la que, en un futuro, pueda encontrarse entre los enfermos que precisaran atención. Una crudeza esta ante la que se niega la mirada, a la que se da la espalda hasta que la realidad embiste con toda su fuerza y rompe los muros ficticios con los que contenemos el agua de una presa. Así es la vida en un hospital, y así fue la vida durante la pandemia que se padeció en muchos países, hará ahora unos tres años.

Por el momento, la joven poeta se alegra de conservar aún su salud:

bendita sea mi vida, bendita mi salud

porque algún día, quizás, podría ser mi miseria

un camisón.

Lavado y Aclarado tienen la estructura de un diario personal, con la curiosidad de que las fechas de una y otra sección son las mismas, pero con la diferencia de un año. Así, Lavado abarca desde el 21 de marzo al 5 de junio de 2020; y Aclarado, desde 21 de marzo a 5 de junio de 2019. De esta forma, se contrastan los hechos sucedidos en las mismas fechas de 2019 y 2020, antes de la pandemia y durante la pandemia.

Begoña M. Rueda se decide a empezar por la inmediatez de la pandemia y el confinamiento, y rompe de esta manera la linealidad cronológica del diario. Pero tanto una como otra sección se centran en las vivencias del hospital, en los sentimientos y emociones de la voz lírica, aunque en algunos versos se aleje la autora del mismo (y con ella, nosotros), allá donde dejó a su madre y a su gato, a su amor, la universidad…, para venirse a trabajar a Algeciras.

Intencionadamente hemos utilizado en el mismo enunciado voz lírica y autora. Esta circunstancia es esencial en el poemario. Como sucede con los poetas románticos (y no digo que estemos ante una obra romántica), hallamos una identificación entre el sujeto y el objeto en todos los poemas. ¿Habla la autora de sí misma, o bien utiliza aspectos de su biografía y vivencias para presentarnos unos cuadros autobiográficos? El narrador y el poeta siempre escriben de sí mismos, aunque la escritura aparezca con el disfraz correspondiente a otros personajes. Pero lo que es verdaderamente importante es que lo que se nos cuente resulte verosímil, creíble. Y este poemario lo es. Cuánto nos muestra o cuánto nos oculta la autora de sí misma no es relevante; lo es la sinceridad que nos transmite en lo que nos cuenta.

En A 21 de marzo de 2020 asistimos a la monotonía del trabajo y de la actividad diaria impuesta por el confinamiento. Ya en el primer poema que abre la sección nos indica la cifra de muertos y afectados por el coronavirus:

De casa a la lavandería

y de la lavandería a casa, España

hace una semana se declaró en cuarentena

por una pandemia de origen asiático.

Mil noventa fallecidos

y veinte mil contagios más tarde,

yo sigo esperando el autobús…

Y también en el mismo poema aparece el carácter crítico de la autora, que observaremos en otros poemas:

y a las ocho

la gente sale a aplaudir a los balcones

la labor de los médicos y de los enfermeros

pero son pocos los que aplauden

la labor de la mujer que barre y friega el hospital

o la de las que lavamos la ropa de los contagiados

con las manos desnudas.

Por un lado, la invisibilidad de trabajos importantísimos en un hospital o clínica, y, por otro, la discriminación de la mujer, comúnmente encargada de las labores de aseo y limpieza en estos centros; pero no solo en ellos, deberíamos añadir.

Los sudarios se apilan en cajas de cartón

junto a la puerta del cuarto de baño.

Son las únicas prendas del hospital

que no se lavan después de darles uso.

Con estos versos se inicia A 23 de marzo de 2020. Hay oficios que miran a la muerte cara a cara, de frente y diariamente. Para poder realizar estos trabajos con eficacia, es necesario el distanciamiento emocional y aprender a apartar los pensamientos más funestos; no hay deshumanización en ello, ni costumbre a ver el padecimiento y la muerte; al contrario, estos procesos psicológicos son mecanismos de ayuda y facilitan el trabajo de este personal. No obstante, siempre hay quien se beneficia de la enfermedad y de la muerte:

Una se pregunta quién fabrica los sudarios,

qué fría máquina los cose y los empaqueta

listos para cubrir cualquier cuerpo

que yazca mudo en la morgue.

Un poco antes, nuestra poeta se muestra ácida y se duele del mercadeo con la muerte:

Como todo en nuestra época

también vienen dentro de un plástico, [los sudarios]

encontrándose la muerte como la bollería industrial,

envasada y directa al vacío.

Y más adelante manifestará como deseo la realización de un imposible, pero que es la manera por la que opta la poeta para rechazar la realidad, con total desaliento:

Yo por sudario quisiera las manos de mi madre,

morir antes que ella

y engendrarme de nuevo en su vientre,

volver a ser niña y no tener idea

de que en las lavanderías de los hospitales

la muerte se apila en cajas de cartón

junto a los inodoros.

Habrá, además, otros motivos presentes en este poemario de tono melancólico y dramático. Con serena austeridad expresiva se van presentando y desarrollando los distintos temas: el trabajo en la lavandería de un hospital se muestra como un espejo más de la vida, aporta un punto de vista diferente, pues nunca será lo mismo observar la vida desde una privilegiada atalaya que desde los sótanos de un hospital.

Vamos a ilustrar con ejemplos algunos de estos motivos:

  • La nostalgia: “Todo lo dejé / por venir a trabajar a la costa, / abandoné mi tierra… / Dejé a mi madre… / abandoné / la facultad de humanidades… / Dejé de tener pareja… / mi casa, mis zapatos, mi gata… / mi nombre…”.
  • La discriminación laboral: “Nada podemos hacer / sino continuar planchando las batas de los médicos / que cuando se cruzan con nosotras / se creen demasiado dignos / como para rebajarse a darnos los buenos días”; “… una chica en la presentación de mi libro, / me ha mirado tan por encima del hombro / que ha debido de hacerse / daño en las cervicales”.
  • El desaliento: “Me cuesta reconocerlo pero / hace tiempo / que siento que no la soporto. / La vida. / No la soporto”; “Ojalá pudiera dejarlo, / quisiera / volver a la facultad, / terminar lo que empecé / y olvidarme / de la enfermedad y de la muerte”.
  • El activismo y la reivindicación: “Cuatro semanas después del inicio de la cuarentena / se nos hace entrega de la primera mascarilla. / Un bozal de papel / para que no nos ladremos entre nosotras”; “Mientras desayunamos / las cucarachas corretean entre nuestros pies… / La jefa no desayuna con nosotras, las cucarachas / no crujen bajo su zapato…”.
  • La crítica social: “Cómo será la boca / de la enfermera que me pincha el dedo… / Huele a gel hidroalcohólico y tiene / casi tanto miedo como yo… / Mañana podría tocarle a ella, / pienso… / y una compañera de facultad / la reemplazaría al día siguiente”; “Mi compañera Trini es una señora / que ha cotizado cuarenta y siete años a la seguridad social… / Trini es, ante todo, / una señora / de sesenta y tres años a la que llevan / explotando desde los trece…”; “Algunas de mis compañeras / después de cargar / veinticuatro lavadoras industriales / llegan a casa / y preparan la comida para todos, / friegan los platos, limpian la cocina…”.
  • La soledad: “Espero el autobús de regreso a casa / en la parada del hospital. / Absolutamente nadie / merodea el recinto…”.
  • La identidad sexual: “Es vivirlo, / que te gusten las mujeres / siendo mujer / e ir a trabajar con el miedo / a que lo descubran / las compañeras…”.
  • El desamor: “El chico de la floristería trae un ramo de rosas. / Ingenua de mí, pienso que aún me quieres / y dejo cuanto estoy haciendo. / No tardo en advertir que las flores / se las han enviado a otra, a una de las compañeras / que sonríe y se sonroja junto a las lavadoras”.

Escribe el poeta Álvaro Valverde, en su reseña para este poemario en El Cultural (“El Mundo”), que “porque la situación así lo exigía, el lenguaje empleado es sobrio y hasta prosaico. Conversacional. Realista sin contemplaciones. Crudo como cualquier existencia”. Esa situación será la de la pandemia y el confinamiento, las tragedias diarias vividas en los hospitales, la falta de medios y de personal para abordar el número de enfermos y de muertos. Y estamos de acuerdo con él en que, por este motivo, el lenguaje empleado es sobrio, realista, conversacional, crudo… y -añade- “hasta prosaico”.

Pero, ¿en qué consiste el prosaísmo en poesía?, ¿de qué procedimientos se sirve nuestra poeta para que su expresión parezca prosaica? ¿Es que estos procedimientos, utilizados juntos o por separados hacen que el verso sea prosaico? No bastarán por sí mismos los procedimientos y la intención de la autora; serán necesarios también el dominio de la técnica, la intuición y un ritmo respiratorio, una frecuencia acentual, unos latidos que emanan de una música interior. Como escribió Baudelaire en su prefacio a El splín de París: “¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus momentos de ambición, con el milagro de la prosa poética, musical pero sin ritmo ni rima, flexible y suficientemente entrecortada para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la conciencia?” Por supuesto, Servicio de lavandería no es prosa poética, pero en este poemario nos hallamos ante “movimientos líricos del alma”, “ondulaciones de la ensoñación”, “sobresaltos de la conciencia”.

Empecemos por señalar la definición de prosaísmo por Demetrio Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios (Alianza Editorial, 1999): “Defecto de estilo, acusado especialmente en poesía, que deriva de una falta de inspiración y emoción lírica en la expresión de los sentimientos y de una carencia de originalidad en la elección del vocabulario poético. Estas deficiencias conllevan notables defectos de forma: reiteración de hallazgos ajenos, frialdad y racionalización, vulgaridad en el empleo del léxico, ripios en la construcción métrica, etc.”.

Sobre el prosaísmo habla el poeta Rafael Morales en una entrevista realizada en El País (5/10/1979) por Rosa María Pereda: “En el siglo que estamos acabando -recordemos que esta entrevista se realizó en 1979-, la poesía española ofrece para mí bastantes aspectos diferenciados y que tienen que ver con su historia. En primer lugar, hay un período que se inicia con el modernismo, en el que el afán estético predomina en absoluto. Con los novetayochistas hay, simplemente, y contra lo que muchos creen, una preocupación humana mayor. Luego, el 27continúa aquel afán estético, que es primordial en ellos, lo que no es lo mismo que deshumanización, como se ha creído. Y, después, venimos gente que está desgarrada, sangrienta, por la guerra. Unos, como fue la Juventud creadora, se pusieron el vendaje de la evasión del dolor inmediato. Algunos se lo han criticado y yo creo que injustamente, puesto que ya era una valentía no hacer poesía dentro de la situación. A la par surgíamos otro grupo, con la colección Adonais, que también representábamos una preocupación estética en cuanto a la expresión, porque creíamos que la poesía empieza no en sus temas, sino en la emoción artística, pero que, a la vez, llegamos con una tensión más de signo barroco y neorromántico que los neoclasicistas o neorrenacentistas. Esta preocupación humana y romántica nuestra se va cargando poco a poco de contenidos inmediatos, y surge la poesía social, que tuvo por lo general un defecto imperdonable: el prosaísmo. Y no el prosaísmo temático, porque no hay temas prosaicos, sino el prosaísmo expresivo, que es la anulación del poema…”.

No creemos que nuestra poeta haga uso del prosaísmo en los términos recogidos tanto en la definición que aporta Demetrio Estébanez como en las palabras del poeta Rafael Morales. Más bien, Rueda, de forma consciente, acerca la escritura poética a la prosa por las razones que señala Álvaro Valverde.

Vamos a desarrollar un poco más este hecho poético.

Begoña M. Rueda utiliza el verso libre en Servicio de lavandería, y sobre el verso libre escribe Domínguez Caparrós (Diccionario de métrica española, Alianza Editorial, 1999), entre otras cosas lo siguiente: “La característica rítmica del verso libre reside en una segmentación del discurso basada fundamentalmente en la entonación. Esta segmentación aísla unidades de imágenes, de figuras, de pensamiento. En definitiva, se segmenta de acuerdo con una ordenación de las intuiciones que dan salida y forma al sentimiento. El ritmo del verso libre se basa en repeticiones no sólo fónicas, sino también sintácticas y semánticas”. Es decir, la segmentación rítmica del verso libre no viene determinada por la repetición fónica (número de sílabas métricas, acentuación, etc.), sino por repeticiones sintácticas y semánticas. De esta manera, el ritmo respiratorio interno, el latido, los “movimientos líricos del alma” se refuerzan con las recurrencias tanto sintácticas como semánticas: frecuentes recursos de repetición y reiteraciones semánticas, sean estas por sinonimia o antonimia, por imágenes sucesivas y comparaciones, por recursos de acumulación y amplificación.

Prefiere Rueda, en este esfuerzo de naturalidad expresiva (prefiero esta denominación al de prosaísmo) la coincidencia entre los distintos períodos sintácticos de un enunciado y el verso al encabalgamiento, aunque aparezca este en algunos poemas. Por ejemplo:

Nada podemos hacer

sino continuar planchando las batas de los médicos

que cuando se cruzan con nosotras

se creen demasiado dignos

como para rebajarse a darnos los buenos días.

O el verso breve, de una o dos palabras, a veces con un claro valor expresivo y otras como procedimiento que refrena y retoma la idea que se amplía y desarrolla. Una muestra de estos valores es el poema A 27 de marzo de 2020.

En frente de la lavandería se encuentra el tanatorio.

Ayer planché la ropa

del que ahora sacan a cuestas entre cuatro.

Lavé sus sábanas, doblé su pijama, le apañé una almohada.

Esto somos.

Corre el viento de levante y una lluvia fina

repiquetea sobre su ataúd.

En un juego de oposiciones (lavandería / tanatorio, ayer / ahora), la enumeración paralelística de las distintas labores que con cariño se realizan en la lavandería con la ropa, las sábanas, el pijama o la almohada de los enfermos, se cierra con un verso conclusivo: “Esto somos”, tiempo efímero y fugaz, belleza y decrepitud, vida y muerte. La referencia al tiempo atmosférico potencia la tristeza y la desolación: “Corre el viento de levante y una lluvia fina / repiquetea sobre su ataúd”.

En el poema anterior, A 25 de marzo de 2020, usa este tipo de verso como recurso de amplificación temática, como hemos dicho:

Dejé de tener pareja, no pude volver

a encontrar el amor, desde la bahía miro los barcos,

me hubiera gustado mirarlos junto a ella, pienso

mientras miro los barcos y me muero otro poco.

Por dejar,

dejamos de querernos, dejé de quererme…

O el uso de las comas en lugar de puntos:

Dejé a mi madre

mirando el televisor sin ver

nada, la dejé cansada pero joven, como siempre,

a pesar de los años,

la escuchaba pensara, recuerdo

como se escucha pensar al árbol, dejé

a mi madre,

allí,

en aquel tiempo, como dejé mi tierra

y cuanto amaba, dejé a mi madre

como quien se deja

el abrigo en casa, por venir a trabajar

abandoné mi vida…

Son tres recursos que favorecen la naturalidad expresiva (o prosaísmo, si se quiere), con los que la autora consigue transmitir una sensación general de angustia vital. Pero para superar esta sensación de fragilidad humana, de arbitrariedad de los hechos, de tiempo fugado y perdido, de la caducidad de la belleza, del amor, de las relaciones…, nos propone poner amor y entrega en todo lo que hacemos, en la convicción de que nuestros actos puedan servir para mejorar el futuro, o al menos no repetir los errores del pasado, tal como escribe en Centrifugado, la última sección del poemario:

Escribo estos poemas

igual que plancho

el pijama de un niño enfermo,

una los escribe

con especial esmero, como si

estuviera escribiendo los poemas

que quisiera que leyeran mis hijos.


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Equipo de Redacción

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