Selección de poemas del libro inédito «Aporía», del poeta chileno Eugenio Dávalos Pomareda

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Como un regalo en esta primavera, presentamos una selección de poemas del libro inédito APORÍA, del poeta chileno Eugenio Dávalos Pomareda

ABSTRACTO

Te acercas a la nada y aspiras el aire

Pensando, mientras trotas, que

La transparencia es un muro

En el que cada día dejas tu legítima impronta.

Y te preguntas, avanzando entre los árboles,

Si ha valido la pena tanto desgaste físico

Y emocional, para encontrar una respuesta

Y si la respuesta es útil y válida en todo tiempo.

Al doblar por un sendero, el choque con la ciudad

Te saca un instante de tu reflexión. Años atrás,

En plena y vigorosa hormonal juventud, estas

Preguntas eran, sino absurdas, plenamente

Irrelevantes y desviacionistas, la verdad,

Sobre todo, pensabas, puja con una fuerza

Histórica, que se demuestra a sí misma.

Subiendo una loma te adentra otra vez en el bosque,

Miras en tu muñeca el smartwatch, atiendes

En los auriculares los viejos sonidos de «El

Lado oscuro de la Luna». Te detienes unos pasos

Más allá. Bebés el agua isotónica azul, especial

Para deportistas, aguardas a que baje el número

De palpitaciones por minuto, el corazón sigue

Fuerte, no te traiciona, los músculos tensos,

No tendrás que llegar a ninguna Atenas, pero

Te esfuerzas como si de eso se tratase,

Llegar a casa con una gran noticia, que a nadie

Ya importa, el sendero se pierde entre largos

helechos, el frío de la primera hora de la mañana

y la humedad te provocan un gran goce,

y la bruma cuando te acercas al transparente lago,

en tu mente continúan las ideas fluyendo,

se mezclan con tu desorientado sentimiento,

trotar te acerca a esa sensación de la nada,

no la del budismo ni algo parecido, una nada

completamente occidental, lo reconoces, pero

tampoco esa burda nada existencialista,

te acerca a la nada de un montón de ideas

estallando, como huesos blancos las imaginas,

saltando por los aires como 2001, huesos

agujereados, huesos golpeados, huesos

quebrados, pisoteados, hechos polvo

para regar inútiles ríos, inútiles océanos,

los peces en su lustrosa piel te reflejan cuando

pasas por el lago, son muy abundantes, y, al

fin, agotado, inicias la salida hacia tu hogar.


AGUA

Desde que la memoria concibió los cuatro ríos

bajo un cielo irreal, el corazón estaba aplastado,

las fuerzas luchaban para dirigir al cuerpo

como un junco o como a una serpiente,

haciéndose cada vez más incomprensible,

la lucha para controlar el agua,

océano, ¿quién orienta esta guerra? Sofocado,

hundió su cerebro, cuando el mar entraba

a los pulmones y, enloquecido, miraba los

fortalecidos muros, el cuerpo, en diminutos

cuerpos multiplicado, se disolvía, medusa,

hasta asociarse al mundo de las almas

de los protozoos, y, solo el milagro, lo lanzó

fuera, donde brillaba el nácar y los vidrios pulidos.

La lluvia tan solo pudo recuperar las fuerzas

que comenzaron a hilvanar la ira, una cambiante

energía, descontrolada, primigenia, que iba

comiendo la médula y la razón, ¿qué estrategia

utilizar para zafarse de la inminencia del mal?

Pero también la lluvia confundió el llanto,

las horas supremas cuando se ama, cuando

en total soledad aparece el corazón devastando

los mínimos lazos del cuerpo a su entorno,

los seres queridos, sus cosas amadas, su aire.

Perdido, como en un mar de espejos, y sin

contar con dosis de energía, se fue perdiendo

dentro de sí mismo, cada vez más profundamente,

hasta convertirse en piedra en un promontorio.

El jardín de las delicias, con sus cuatro ríos,

sus bellísimos árboles, sus frutos sagrados,

era un oasis extremadamente pequeño, un

lunar en alguna parte que se oculta del cuerpo.

Era también una escalofriante presunción,

aparentemente que obedecía a leyes científicas,

una dialéctica de la verdad y el odio.

Completamente ciego, incapacitado para colegir

elevadas ondas de realidad, escudriñó

en los vertederos, sin linterna alguna, oscuro,

iluminado apenas por esporádicos estallidos de metano,

herramientas con las cuales ir escarbando

su vida, que se agotaba, superfluamente, pero,

solo pudo extraer restos de una maquinaría irrelevante.

Nunca quiso escuchar el lenguaje del agua,

su humilde transparencia, y, aprender, cuando,

modestamente, transcurre entre los helechos

como apenas un insignificante hilillo que, con

calma, y sin artificios, puede generar un oasis,

si no que quiso apropiarse de la tormenta,

sus aguas en monstruosos torrentes instintivos,

y en su ceguez, pretender domeñarla, hacerla

suya para construir fortalezas inexpugnables.

¡Insensato! No puedes crear a Poseidón o Chaac,

Tláloc, Suijin, Amaru, Ngen-Ko, Atabey, Coventina,

Yemayá, Váruna, Mama Cocha, Enki,

la tormenta te pulverizó los ojos,

inutilizó tus manos y fraguó en ti

la embriaguez en medio de las montañas.

Completamente endurecido, rodabas indiferente,

el agua calmaba el roce, humilde, invisible,

y se dejaba llevar entre los canales

y entre los adoquines, arrastrando barro,

ceniza, huellas, arrastrando vidrios quebrados

y diminutos animales, restos de edificaciones

construidas sobre sombras y espejismos


MALOGRADO ORFEO

El olor de la tierra es lo que no quisiste sentir

Sino la carne suave y ligera del aire

Un holocausto silencioso e indolente,

Imperceptiblemente, desapareciendo, ¿dónde estás?

Para que responda vanamente la parina,

En las ácidas aguas el reflejo maravilloso del cielo,

Si, para no perderte definitivamente, se indaga,

En la recurrencia de la ola se encuentra un indicio,

Pero nada más, algo borra y limpia sin escrúpulos,

Mientras los veloces sucesos enceguecen, así,

Los poderosos tifones se convierten en brisa al atardecer,

Fue nada la vida, y fue plena, un leve hogar sobre el hielo,

Iluminando las manos en su fricción, levemente el rostro

Reconcentrado sin dramatismo, adivinando el destino

Hueco en los surcos inanes de la impotencia y el pánico,

¿Qué se demuestra con todo ello? ¿Qué ternura

Quisiste tan intransigentemente? No viste la roca

Que la ola ocultaba ni viste la corneja en tu camino,

El amor no salva sino que hunde más profundamente,

Meditabas, y duele cuando, en toda su belleza, se

Convierte en puñal de obsidiana, en cáncer

Que perdona, pero destruye, en aire para respirar

Y para inmolarse, en ráfaga, en brisa, en viento,

¿conseguiste, al fin, llevar contigo a tu Eurídice

O solo el resplandor del diente de la víbora?


LA TAZA QUEBRADA

no hay continuidad, hay ruptura,
la continuidad es un bello espejismo,
ilusión debiera ser el concepto,
(cómo se produce un temporal en la memoria,)
imaginas la taza sobre tu escritorio,
(todo debiera crearse nuevamente),
el mapa está frente a ti, pero no el mundo,

Qin Shi Huang, perezoso, bebió mercurio,
un solo movimiento sin control, cae la taza,
los soldados de terracota, aún sin movimientos,
no pueden contra la ruptura, la continuidad
les fue negada, los fragmentos de loza
se esparcen, aparentemente azarosamente,
debajo del escritorio, Qin Shi Huang observa

su sexo erecto, la juventud parece renacer en él,
en su mente se produce una tormenta, cinabrio
en los labios, la ilusión acabó con la realidad,
la ruptura es la continuidad, la continuidad
es un fraude, son velas encendidas al santo,
Qi Shi Huang hace el amor, vehementemente,
las guerras se ganan con la mayor crueldad,
la gran muralla es la prueba de todo fracaso,

no hay continuidad, la taza cae y se quiebra,
tú escribes y estudias, los libros por el suelo,
tus apuntes de diversas materias, ilusión,
en esa palabra piensas, si todo continuara,
si no hubiese ruptura, sería lo mismo
infinitamente, pero eso no es así, una taza
quebrada, se termina, y vuelve a comenzar.


PUENTES

Por qué, si tiendes puentes, te quedas a la mitad del camino?
El estado de tus emociones y las reglas del juego
Confunden, pero, todo bien mezclado, con aderezos,
Y cantando de felicidad, abriría una brecha,
La búsqueda principalmente de una efímera estructura
Como base para resignificar tu vida,

A nadie le debes una copa, te las arreglas para que,
Tus incoherencias, sean bien adornadas,
Enfocándote, intransablemente, en tu tarea, el plano,
Sin perder tu brumosa visión periférica,

Los puentes han de unir familias, pero no evitan
La destrucción, más bien la promueven, son los
Primeros objetivos en una guerra luego de los arsenales,
Indagas, calculas, para tomar una decisión precisa,
Pronosticas los efectos negativos,

Cuentas con un capital muy reducido, imposible
Enfrentar otros desafíos, pequeños puentes,
Vas dejando abandonado por el camino
Las cosas cada vez más innecesarias, lápices,
Diversos tipos de escuadras, tintas, sí, tintas
Para tus acuarelas, al atardecer, cuando

Te alejas de todo, te metes a tu cuarto, bebes,
Con alguna música incidental de fondo, sin interés
Ya en nada, complementas tu tarde con júbilo
Al encender un cigarrillo, los puentes te confunden,
Las palabras también, te alegras, eso sí, con tanta
Gente alegre en sus autos, sus motocicletas,
Sus paseos por los ríos con algún puente cimbrando


Eugenio Dávalos Pomareda

Chile. Iquique, 1961. Muy joven llega a estudiar a Santiago. Se recibe de Profesor de Estado en Castellano. Junto a otros poetas, crea dos revistas literarias: Trompas de falopio y Añicos o el espejo armado. Participa en el colectivo de escritores jóvenes en la SECH (Sociedad de Escritores de Chile), y es becario de la Fundación Pablo Neruda el año 1989.  Publicaciones: La copa de Neptuno (1990); Naturaleza muerta (1992); Escrito sobre arenal (1994); El hombre sin misterio (2004); In memoriam: Escuela Santa María de Iquique (2007); Mitos o los ojos de la piedra (2015); Estación Central (2019) y Trazos, (Editora BGR, 2021). Es Codirector de la Revista de Poesía y Arte Nube Cónica.

Equipo de Redacción

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