«Rio Colorado» de Claudia Cortalezzi; por Angélica Guzmán Reque

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Angélica Guzmán Reque analiza la obra de Claudia Cortalezzi, ‘Rio Colorado’, incluida en la Colección Digital de Novela Iberoamericana de la Editora BGR.

La función de un hijo es vivir su propia vida, no vivir la vida que su padre ansioso cree que debe vivir. (A.S. Neill)

La novela de Claudia CortalezziRío Colorado, es una interesante novela, de una novela dentro de otra novela. Una reflexión para un buen lector que va descubriendo lo que la autora, o mejor lo que el yo narrador va insertando en cada página y cada circunstancia de vida que nos plantea.

La obra relatada en primera persona, aspecto que le confiere una mayor verosimilitud, por momentos lleva a la escritora a retrotraerse a la vida junto al padre, porque ella y su hermana perdieron muy niñas a la madre y fueron criadas por el padre y la abuela.

Acaso ese recuerdo permanente la lleva escribir sobre el padre de su personaje, al que llama Ella. El padre de Ella tiene una predilección por esta hija. Mi nena linda, le dice el padre, y no es porque sea única hija ni única hija mujer, de hecho la nena linda tiene una hermana un par de años más grande, pero el padre le dice mi nena linda a Ella porque Ella es la linda linda de la familia (…) y le dice mi nena linda sin preocuparse de lo que pueda pensar o sentir su otra hija a la que él ya sabe no le cae para nada bien que él haga esa diferencia con la chiquita, porque la mayor también es hermosa pero ni punto de comparación; entonces la más grande grrr, (…), y se le revuelve el estómago y quiere estrangular a la nena linda de papá, cada vez. Y la nena linda crece otro poco, su seguridad en su belleza también crece porque a medida que crece, crece también su hermosura, y se anota en un curso de modelaje, en una ciudad cercana al pueblo donde vive”. Y luego en un concurso que, nos dice la autora, no ganará, pero será Primera Princesa, y este será el apelativo de la protagonista de la novela. Nos dice Douglas Coupland, reconocido escritor canadiense: Es un error confundir a nuestros hijos con ángeles, y es muy cierto porque, cuántas veces nos equivocamos y nos cegamos por el amor que debe ser verdadero y sincero, pero no exagerado porque sin darnos cuenta facilitamos un falso consentimiento que no los deja crecer en sinceridad y sabiduría.

Esta realidad se hará patente en el alma de la narradora que al escribir cuentos y novelas, como todo escritor tiene momentos en que parecería que las ideas se hubieran fugado de la mente y se siente un vacío que alarma, es lo que sucede con la escritora que se sienta frente a la computadora, pero las ideas y las frases si niegan a aparecer, es cuando piensa: “aunque me esforzase al máximo, esfuerzo que, por supuesto, no estaba en mis planes, al menos en esa etapa de mi vida, lo de descubrir qué contenían esas carpetas se llevaba el primer puesto, por eso prefería navegar en ese vacío antes que buscar un hilo al que pudiera convertir en historia, pero esto…, cómo imaginar que mis dedos sobre el teclado fueran dejando en la pantalla ante mis ojos un algo, no sabía si sería cuento o novela, ni siquiera sabía si llegaría a ser algo algún día o si simplemente pasaría a una de las carpetas viejas o a una nueva a la que tampoco nunca entraría”.

La autora protagonista vive sola, acompañada por dos perros leales y amorosos con ella; de vez en cuando es visitada por la hermana mayor, Delfina, es amiga y hermana. La escritora da talleres literarios, es la temporada de la pandemia en la que todos fuimos confinados a vivir aislados, por eso da sus clases por zoom, aunque desea volver a las clases presenciales porque se aburre de vivir en soledad, ella nos afirma: 

“Mis días pasaban en una bruma donde hasta leer era la nada, mis días pasaban, uno tras otro, iguales, monótonos, inservibles. Y así me sentía cuando no tenía idea de lo que el futuro tenía para mí y creía que esa sequía temporaria de palabras era la muerte. De verdad así lo sentía, ojalá hubiera sabido. Entonces salía a manejar, agarraba la ruta sin rumbo y solo manejaba durante dos o tres horas escuchando música, pasando los temas en la lista de spotify, buscando alguno que no me llevara a ningún pasado ni me proyectara a ningún futuro, la vista fija en la ruta”.

Como escritora, acostumbrada a escribir permanentemente no entendía por qué no tenía idea de por qué, por más esfuerzo e intento que ejercitara, las palabras estaban mudas, parecía que el vocabulario, su vocabulario estaba de vacaciones, se resistía a aflorar para hacer posible la conformación de frases, de pensamientos, de ideas coordinadas que le ayudaran a expresar lo que su mente tenía previsto, le parecía inaudito que, ella, que había escrito cuentos y novelas, que había ganado concursos, que era buscada y solicitada, que impartía clases con soltura y humildad, ahora se sentía mal: “Yo tenía un doloroso vacío, y para mi vacío no había teta ni mamadera que trajera ese bienestar tibio y agradable, porque mi vacío era de palabras, aunque mi cuerpo estuviera abarrotado de ellas; sabía muy bien de mi vacío de palabras por las larguísimas horas gastadas frente al archivo en blanco, los dedos a un centímetro del teclado, la mirada muerta en la pantalla muerta, la mente cerrada clausurando en mí el oficio más bello del mundo”.

Será un hecho casual el que le ayudará a imaginar el tema que podía incluir en su novela, al fin, luego de una llamada de su amiga Teresa, que se la escuchaba desesperada, entre cortes de llanto le refirió que su marido la engañaba, que lo había descubierto. Este hecho le despierta el interés en el tema y se propone escribir, no desde el engaño, sino que tomaría el personaje de la amante, la llama mina. Dio inicio al primer capítulo de su novela. Y pronto empezó a ver su propia vida a través del personaje: “todo era Ella, podría decir que había caído en un abismo. En el de la Primera Princesa. La Primera Princesa tenía su propio abismo, lo traía de su pueblo, lo guardaba en su memoria; únicamente yo lo conocía y no estaba dispuesta a mostrarlo. Acaso por eso Ella me había arrastrado al suyo”.

De esta manera encontrará el tema de su novela, y en la protagonista una especie de venganza, pero ¿a quién? ¿A la desgracia de su vida? Ese abismo de que habla irá abriéndose poco a poco, hasta derrotarla a ella misma.

Va insertando capítulos, unos en borrador, que pide ser incluidos en los anteriores, así pasa del capítulo tres al nueve, luego vuelve al cuarto, del diez al trece. De manera que va escribiendo conforme va armando la trama, como una especie del subconsciente que sale a la luz, un fluir de la conciencia que da a entender, conforme piensa, y las ideas se presentan de manera caprichosa y autoritaria. De alguna manera es la forma en que se puede conformar la trama de una novela. Lo esencial, para luego ir insertando otras tramas que no distraen, solo ordenan y conforman los distintos capítulos.

Por momentos ella no entiende qué le pasa, no se siente íntegramente satisfecha con el personaje, que se le ha ido metiendo en el fondo del alma, por eso escribe: “Pero no estoy feliz, me grité, esa vez tener un personaje en la cabeza no me ponía feliz, no entendía qué tenía esa Primera Princesa pero sí entendía que no la quería más en el pensamiento, iba a abandonar esa historia, eso era lo que iba a hacer, quería volver a mi vida normal de clases y quería volver a participar en los chats de escritores y quería salir sin ver a la primera princesa en cada chica rubia linda y con cara de mosquita muerta pero puta que se me cruzase, ¿puta?, ¿dije puta?, basta de vivir el odio de mi amiga, ¿o sería que acaso yo la odiaba? ¿Yo la odio? Por favor, ¡bastaaaaaaaaaa!”. Esta intranquilidad no la dejará ser ella misma; tanto que lo notarán las personas de su entorno, como Felipe, el amigo y amante ocasional, como ella lo llama. “Terminado el vino él me besó y dijo vamos a la cama. Hagámoslo acá, le dije. Tener sexo con Felipe era algo natural, una piel amiga, un sentirme cuidada y mimada, ningún compromiso, siempre se daba así, sin proponérnoslo y sin preguntarnos. Se daba, simplemente. Esa noche fue como siempre, como siempre pero distinto para mí, porque yo no fui yo, fui Ella, actué como Ella, sentí como Ella. Felipe me miró raro después del sexo, me miró raro y sonreímos”.

Esta narrativa que, por momentos te obliga a retroceder para entender mejor es interesante, porque, es concebir y, acaso, poner mejor atención en la lectura. Hay momentos en que se confunden protagonista y narradora que, aunque busca aclarar no puede porque, en el intento lo aclara más: “todo era Ella, podría decir que había caído en un abismo. En el de la primera princesa. La primera princesa tenía su propio abismo, lo traía de su pueblo, lo guardaba en su memoria; únicamente yo lo conocía y no estaba dispuesta a mostrarlo. Acaso por eso Ella me había arrastrado al suyo”.

Esta novela interesante tiene cuarenta y cinco capítulos que más que capítulos son partes numeradas con números del 1 al 45, y la novela insertada, de la que solo incrusta trece, pero solo algunos. Los que le interesa describir, por eso va de un capítulo a otro, más adelante o retrocede.

En un primer capítulo, la narradora es un ser desesperado, con intenciones de suicidarse, quizá, lo demuestra cuando escribe: “Me sentía mareada, no sabía si de hambre o de cansancio o por eso que acababa de pasar, eso que no dejaba de darme vueltas por la cabeza. Cuánto tendría que esperar para que llegaran dos o tres camiones pegados uno al otro y al otro, (…) y cuando vinieran los camiones juntos, un par de pasos, nada más. Ya veía los pedazos de mí saltando de rueda en rueda, enroscándose en los ejes que unen y separan las duales del acoplado o los acoplados, veía enseguida las ruedas del camión de atrás que ayudaban en un aplastar más y más y trituraban lo que quedaba entero (…), donde otros camiones o autos hacían su trabajo para que nada quedase de mí, (…) porque era evidente que no era un perro, y pensé que mejor sería ir desnuda, es más difícil deshacer la ropa, el cuerpo tiene que estar libre.” Pero desiste, aunque la idea seguirá envolviéndola, aunque quiere distraer su mente, su imaginación, pero no puede porque quisiera borrar, inclusive de internet, todo ese embrollo que no sabe cuánto tiempo la tiene cautiva: “que me recordase esta noche negra por el resto de mi vida, ni sabía todavía que al final decidiría dormir, algo que haría de a ratos, ni que la próxima vez que me despertara prendería el teléfono para borrar mi foto de WhatsApp y también la de Facebook, como para ir desapareciendo ya de ahí”.

Se da cuenta de que debía retomar el trabajo que había dejado estático, pero no lo desechó, solo esperaba que retomara, aun con la sospecha de que no le iría bien. Por eso decidió abandonar el tema del abandono y la traición del marido de su amiga Teresa. Para poderse despejar sale a caminar porque vivía cerca de la naturaleza, era un bosque que le devuelve las ganas de vivir y sentir, dice: “El bosque tenía ese embeleso difícil de encontrar que suele guardar tras las lluvias, un algo que se da muy de vez en cuando; había estado lloviendo creo que durante tres o cuatro días y si bien no había charcos, nunca los hay, conservaba la humedad justa que hace que los pasos se vuelvan fantasmas, ni un ruido más allá de los pájaros y los grillos, ni las hojas al caer se delataban por el mínimo chasquido sordo que tanto me gustaba. Me senté en un tronco y cerré los ojos y como siempre la oscuridad me tragó y yo me alejé de mí en un leve y placentero mareo, entonces oí la primera gota de savia y luego otra y otra, una en mi brazo otra en una pestaña, y el silencio del que yo podía elidir a los pájaros ya no era silencio sino una llovizna acompasada y constante. El aroma venía y se iba con la intensidad puntual de los sitios que me gusta llamar secretos”. Una hermosa descripción de cómo la placidez de la naturaleza y el aroma del mismo le devuelve la vida que ella prodiga con esperanza y amor. Esta y su convivencia con sus perros, son los momentos en que, la protagonista-autora, se adhiere a la vida natural: “Los perros juegan y corren y se persiguen y se encuentran y se revuelcan y se mordisquean y se entretienen rompiendo el trapito del que ya no quedan sino hilachas. Y yo, sola.” Aunque su soledad no la abandona.

Desde el capítulo 5, la escritora inserta la novela, su novela, de Primera Princesa, la describe como una mujer liviana, una ¡puta!, la llama y, decide nominarla con el nombre de Ella. En este primer capítulo describe su viaje a Buenos Aires, que será el espacio donde la haga actuar. Ella irá con la intención de estudiar modelaje, está también su vida posterior, ya con sus hijos, dos adolescentes, que los quiere muchísimo, pero son los interrogadores acerca de su vida, escribe: “Piensa en su viaje sola en tren, piensa también en el miedo a la gran ciudad, en cuando ya estudiaba para mannequin en AMA y que aquel otro profesor, el de pasarela…, en que jamás pensó que extrañaría tanto a su familia, en que ni imaginaba que se iba a casar y tener hijos, que finalmente conseguiría un buen trabajo, pero que nunca, por más trabajo y marido e hijos que tuviera, dejaría de disfrutar del sexo grupal, porque si Ella ha estudiado algo es el kamasutra, de pe a pa lo ha estudiado, y de pe a pa lo practica, cambiando y cambiando para siempre sorprender”. Y la narradora retrata a la Primera Princesa, ya no es rubia y engordó bastante: hace un siglo que no se arregla por culpa de esta pandemia de mierda que la tiene encerrada entre cuatro paredes trabajando virtual, hay algo que nada ni nadie puede sacarle: su belleza”. Ella atiende a sus hijos, pero no deja de chatear y concertar citas entre los amigos de su círculo. Ella aprende a maquillarse y tener las actitudes propias de toda modelo, será también, en esa oportunidad donde el profesor de modelaje, que la adula y le hace ver y sentir la vanidad femenina. Se acuerda del orgulloso padre y de cuando la inscribieron en el concurso de belleza, único del que participará: “Ella sabe que es la más hermosa. Pero algo, nunca en su vida entenderá qué, porque ese certamen es de belleza y nada más que de belleza, algo hace que le gane otra. Entonces y para siempre va a ser segunda, así lo siente en ese mismo momento, como si supiera lo que le depararía el futuro. Aunque jamás se llamará segunda en nada, porque después de todo Ella es seleccionada primera princesa., y en la ficción la narradora añade: “Y le enseñan a mantener la postura erguida y a estirar bien la pierna de atrás en cada paso y le enseñan a comportarse en la mesa, y la hacen leer un apunte de te invito a comer, para que sepa también cómo atender a las visitas y cómo poner la mesa y todas esas cosas que todavía no sabe que jamás pondrá en práctica, pero que estudia ilusionada con la vida de reina que ahora ve más cercana y posible”. Pero también la conducen por el manoseo machista del hombre, aquel que le atrae su belleza, pero al deseo, al sexo que Ella cree es la vida de la ciudad y con su ignorancia o inocencia o, quizá insensatez, se deja conducir. Lo terrible en Ella es que le agrada esa forma de vida, de comportamiento y seguirá, no con Uno, con Dos, con Tres, como los enumera.

Esa primera princesa se apodera de la escritora, que se entusiasma, tanto que su fiel amigo Felipe lo nota: “Cuánto entusiasmo, me dijo él, te veo muy bien. No estaba bien, no, para nada, mi entusiasmo tenía que ver con ese soltar algo de mi Ella, y soltarlo sin que se supiera a qué me refería me aportaba un alivio sanador”.

Ese alivio sanador podría también aprovecharlo su personaje, la Primera princesa, que tenía marcado, sellado en el recuerdo, cuando en la escuela de modelaje, donde le había crecido el gusanillo de la vanidad de ser triunfadora de las pasarelas en el mundo, lo que consiguió fue la violación del profesor, violación que nunca pudo, ni puede olvidar, por eso se pregunta si: “Podría Ella ir a la justicia. Y a los medios, si no, no sería Ella —otra de las líneas podría ser que Ella piense en volverse mediática y acaso famosa: que se imagine participando en el Bailando, ¿por qué no?—. Porque esos delitos no prescriben.Entonces la escritora reflexiona: No prescriben, me digo. Yo también guardaba un recuerdo que podría desenterrar y llevar a la justicia. Ya no sabía si quería o no hacer que mi primera princesa revolviera ante todo el mundo ese pasado de desfile desnuda ante su profesor”.

La vida para la protagonista, también para Ella, es un torbellino de ser o no ser. Muchas veces tiene que experimentar antes de escribir, hacer lo que quisiera que pasara por la vida de Ella. No solo piensa, sino que actúa. 

“Yo estaba fija en un sitio, esa era mi oscuridad, y pronto caería a esa sima sin fondo. No debía dejar que eso sucediera, necesitaba avanzar ya con la novela, y el mismísimo sueño del abismo acababa de acercarme mi manotazo de ahogado: salir a buscarla, ya mismo mientras fuera de noche. Un short con una blusa suelta fue mi elección, (…) Averigüé en internet dónde encontrar un bar abierto toda la noche, por suerte habían flexibilizado las restricciones horarias. Antes de salir les puse alimento a los perros y llené de agua los bebederos, cómo saber hasta dónde querría mimetizarme con Ella, era posible que volviera a casa ya entrada la mañana o a media tarde”.

Estas expresiones son las que, de alguna manera, muestran cómo el personaje se va tragando la vida de la escritora: “Con la segunda copa en la mano fui a mezclarme con el mundo de la primera princesa, ese que todavía no le había ofrecido a Ella en la novela pero que ya sabía era su mundo, y ahora el mío, al menos por esa noche. Y vi una cabellera rubia y supe que era Ella, no mi Ella sino una Ella que sería para mí mi Ella esa noche. La vi y me vio y bailamos juntas y separadas sabiendo la una de la otra, a punto yo de decirle no me importa lo que hagas, es tu vida, vivila, viví, pero no lo hice, bailamos sin hablarnos. Sabía que lo escribiría al día siguiente, no sabía que al escribirlo lloraría, ¿por cuál de nosotras dos lloraría?, acaso por las dos”.

Como podemos advertir la novela es un verdadero río colorado porque no solo es agua que corre sin permiso, corre libremente, buscando, siempre buscando espacios donde avanzar, porque eso también es la literatura, una ficción interminable, libre, pero con la intencionalidad de buscar e indagar una verdad; y es colorado porque hay sangre en ese recorrido humano. Es la sangre que corre de generación en generación, porque es la sangre que tiñe y la hace visible ante los demás, lo mismo que hace esa voz en primera persona, no solo acusa, sino que analiza los males que nos aquejan, seres humanos que seguimos en la sempiterna búsqueda y, entre el ir y venir, encontramos esas rutas diferentes, pero que confluyen que son el bien y el mal. 

Nos dice Fernando Savater: “La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No”.

La mujer, siempre la mujer, unas veces aparece como culpable de los males que arrastra consigo, y, para hallarla culpable, se debe escudriñar esos senderos de culpa que la obligaron a acercarse a su río colorado: “Eso es, me dije, ahí está la culpa. Y por qué no puede Ella también sentir vergüenza en algún momento de su vida, con alguna persona —reunión familiar o de parejas amigas del matrimonio—. Ay… sí, ya está: que se sienta avergonzada, aunque sea solo por un segundo, en medio de una conversación sobre infidelidades e intimidades de las parejas, (…) porque ¿no será que se toca ese tema porque alguien sabe que ella…?, ¿no será que alguien la vio entrando en ese o aquel edificio de departamentos?, Escudriña por qué no, después de todo ella es hermosa, ni punto de comparación con esas otras mujeres que comparten tan elegante mesa, las esposas de ellos”.

¿De qué era culpable la Primera princesa? ¿Por ser hermosa? ¿Por ser mujer? ¿Por haber sido criada de manera nada equilibrada? ¿Por despertar, en ella, la vanidad? Por haber sufrido el engaño y el maltrato. Sin embargo, Ella es feliz, le agrada tomarse fotos y enviarlas: “Me adoro, dice. Y arranca el día con esa foto: al número Uno, al Dos, al Tres y al Cuatro se las manda”. Y siente satisfacción de poder vivir conforme Ella quiere hacerlo, sin importarle lo que otros piensen sobre lo que hace o piense. La escritora sigue narrando: “Ella se sumergiera —horrible ese verbo, pero me servía para recordar bien a qué me estaba refiriendo— en ese juego y amara esa verdad que no era verdad, pero sí otra verdad de Ella misma, y mostrar también que le gustaba ser esa nueva Ella. Esa nueva Ella que es la misma Ella que ya había ocultado otras “relaciones” —de alguna manera debía llamar a su vínculo con los coprotagonistas de sus andanzas, porque Ella los mantenía en el tiempo; nunca cambiaba, siempre sumaba— y en esos ocultamientos le había salido bien”.

Sin embargo, la escritora, la creadora de su personaje, no está íntegramente satisfecha porque así como la divierte y le distrae, al mismo tiempo le provoca insatisfacción, temor porque se va dando cuenta que no es ella la que dispone u organiza la trama, es su personaje la que la maneja, es como si su ordenador trabajara solo, que las páginas en blanco se fueran llenando de palabras, no hacía falta que moviera los dedos en el tabulador: “Y yo armé un personaje tan hermoso, ay, no sabés lo que me gusta, lo que me gusta y lo que me asusta este nuevo personaje, ya sé, antes de que preguntes te digo por qué me asusta: me asusta porque desde hace unos días me persigue, no me deja ni respirar, tengo que abandonar cualquier cosa que esté haciendo, lo que sea, y sentarme a escribir, nunca me pasó, quiero decir que así tan fuerte nunca me pasó”.

Este desasosiego que vive, quizá producto del encierro al que debió acostumbrarse, le va oprimiendo el corazón y se siente en la soledad que no siempre es buena consejera. La escritora se da cuenta, lo percibe, pese a que comparte el zoom con sus amigos, que no es suficiente. “Y cuando cortamos el zoom, sola. Otra vez sola. Sola hasta la noche cuando intentara volver a la novela de la primera princesa y no pudiera agregar ni una sola palabra y me pusiera a leer desde el comienzo, como siempre salteando los capítulos de chat, esos que no sabía por qué no podía digerir, y me fuera a la cama sin haberles abierto a los perros para que salieran dos minutos al jardín y sin cenar y sola. Sola”. Y esta soledad influye en la escritura, su escritura que le hace ver que puede añadir o quitar partes y corregir capítulos, lo que se manifiesta en la composición de su novela, los capítulos no tienen coherencia, solo va insertando lo que le viene a la mente, por eso no están todos los capítulos, solo algunos, por eso expresa: “No más capítulos, que se uniera como fuera saliendo, después vería. Ya no pensaba en Ella, Ella pensaba por mí, hacía lo que se le antojaba. Y yo la dejé. (…) Tendría que renumerar toda la novela —a lo mejor con hacer un solo capítulo con el tres y el cuatro alcanzara—, pero sería el cuatro”.

La compañía que le agradaba a la escritora era la de su hermana Delfina, con ella podía rememorar los días de su infancia y mejores recuerdos que deja la añoranza de la familia, la de los padres y abuelos. Sabe que su hermana le proporciona esos momentos en que la edad y la compañía de sus seres queridos le recuerdan que hubo vida y sentimientos de amor y gratitud: “Calladitas y a dormir, eh, calladitas, peroraba la abuela, que la mente necesita buen descanso, como mi finada madre nos decía a mí y a mis diez hermanos, que la mente necesita buen descanso y que el descanso le da alas a la creatividad, y que el crear es de los hechos más bellos del ser humano, algo que no pueden hacer otros seres vivos”. Esos recuerdos la llevan a pensar en ella misma, en su padre. La escritora quiere a su padre porque se crio junto a él, pero no lo tiene con ella, le paga una pensión en un geriátrico, donde lo visita muy ocasionalmente. Y piensa también en el padre de su personaje, el de la Primera princesa: la terrible verdad a la que la condujo el exagerado mimo del padre que la veía como alguien diferente porque solo alababa su belleza que pensaba la podría conducir hacia el éxito. El reflejo de su imagen le hace recordarlo: “Reina, se dice, qué iluso papá, pensar que sería una reina. Hoy ni siquiera se ve princesa. Chequea el celular. Mensaje del Uno, por fin”.

Su vida, como escritora, ya no es la misma porque ha decidido darle un final a su novela, ya no quiere pensar más y se propone terminarla, aunque después de ejercitar distintos finales, al fin se decide por uno. Pero antes de escribirlo, en sueños se siente agobiada y despierta con miedo, llama a la hermana y le cuenta: “Sí, claro que sí, hermana, dije, no podría vivir si no la termino. Cómo saber entonces que no solo la terminaría, sino que iba a pasar el resto de mis días tratando de desescribirla”. Ya no tendrá más paz porque debía darle el punto final a esta novela que le producía desvelos y pesadillas, por eso se propuso abrir la pantalla del ordenador y buscar alguna canción que podría conducirle hacia la consecución del final. Lo primero que se le presentó fue la canción “Mi princesa” de David Bisbal, se sintió satisfecha, además debía buscar otra más para que pudiera contrastar con el título, en seguida se decidió por “Me haces tanto bien” de Amistades peligrosas; con estas dos canciones armó la trama de una fiesta con karaoke, donde Ella interviene en un dúo con compañeros de trabajo, de la oficina donde trabaja como recepcionista.

Esta situación no deja dormir a la escritora, muchas veces despierta antes del amanecer y prefiere salir al jardín de su casa, junto a sus dos perros, fieles compañeros. Piensa en las palabras del padre de su personaje: “—No llores, hijita, no llores. Lo que digo es que vos no vas a ser joven/vieja como mamá. Vos vas a ser reina, y las reinas no tienen tiempo para hacer las cosas de la casa y cuidar a los hijos. Ella lo mira fijo a los ojos. Él le seca las mejillas, y se abrazan. — Yo soy tu princesa, papá. —Nada de princesa. Reina”. 

Unas páginas más adelante, la narradora está feliz porque ha puesto la palabra FIN y se echa a dormir, sin embargo, escucha un sonido suave, como de un siseo y piensa que viene del vecindario, la modorra del sueño le impide abrir los ojos. Y cuando vio lo que vio pensó que se estaba enloqueciendo, que debía hacer algo. “De verdad me estoy volviendo loca. Yo la quiero a la primera princesa, la quiero como a todos mis personajes, y me parece hermosa, pero hermosa porque es hermosa, nada más. ¡Nada maaás!”. Pitágoras, el gran filósofo griego, nos legó la frase: “Economizad las lágrimas de vuestros hijos a fin de que puedan regar con ella vuestra tumba”.

La escritora decide viajar, alejarse de su casa, y busca una región es el poblado de San Martín, toma su coche, no sin antes encargar a la hermana y a su amiga el cuidado de su casa. Alquila una cabaña y se pone a descansar. Y su viaje de alejamiento se convierte en pesadilla.

Creo que la autora Claudia Cortalezzi, en esta su magistral novela Río Colorado, en el recorrido de la escritura de una novela dentro de otra, hace, entre otras cosas, un llamado a la conciencia de padres e hijos, esa relación de armonía y de respeto que debe vivirse y sentirse en todo hogar, en toda relación familiar, donde el amor y la justicia en el respeto se manifieste en todo momento. De esta manera podremos crecer en nuestro propio desarrollo de bienestar y salud mental y emocional. Nos dice Judy Garland, actriz y cantante estadounidense: “Siempre sé una versión de ti misma de primera clase, en vez de una versión de segunda clase de alguien más”.

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