«Proserpina no viene esta primavera»; por Antonio Arroyo Silva

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Nuestro Jefe de Redacción abre el número de Primavera para hacer alusión a los últimos acontecimientos del mundo. Para ello menciona el supuesto poemario de un poeta gafe.

«La primavera ha venido/ nadie sabe cómo ha sido». Estos versos de Antonio Machado se cumplen a rajatabla en las zonas subtropicales donde algunos gafes nos movemos. En Canarias, los veranos y los inviernos son suaves, primaverales. El otoño, tanto de lo mismo. Precisamente la primavera es la estación más extraña. Por eso estar aquí a quince grados supone frío y nos abrigamos con rigor invernal. En La Península, todo se cumple según lo establecido. Allí bien se sabe cómo vino la primavera, después de sufrir el rigor invernal. Pero, claro, también hay que tener en cuenta aquello de marzo ventoso, abril lluvioso

Como decía un poeta de cuyo nombre no quiero acordarme (el más gafe que he conocido, por cierto), Proserpina no viene esta primavera. Después de años de confinamiento por el COVID 19, el pensamiento «ilustrado» nos ha traído una guerra que podría acarrear consecuencias nefastas para el resto del planeta. La cosecha de trigo de Ucrania está teñida con el rojo de la sangre de sus habitantes; nuestros bolsillos adolecen de crisis existencial y, por ende, nuestras manos que escriben y que buscan la moneda salvadora en lo más recóndito de dichos bolsillos son absorbidas por el absoluto agujero negro del hastío.

Es muy fácil decir que la poesía nos salvará. No comemos poesía. Eso sí, la poesía y nosotros tenemos hambre de paz, de justicia, de igualdad y de calor. La poesía es nosotros, tiene la misma cara de quien la escribe, los mismos sentimientos, venas, sangre, respiración… La poesía tiene cara de hereje, tal como escribe Quevedo refiriéndose a la pobreza. Y la pobreza en estos tiempos que corren pertenece a los desposeídos de todos los rincones de nuestro planeta: desposeídos de sus derechos inalienables a la paz, a la vida, a un trabajo para vivir dignamente.

La poesía no nos salva, no. Pero es peligrosa porque habla de los sinsabores (y de las alegrías) por los que atraviesa la humanidad. Y esto no gusta, porque crea conciencia. Tan solo con que cante una calandria ya presupone una inmensidad, aunque estemos en una jaula o en medio de una guerra, que es peor. Matómela el ballestero/ déle Dios mal galardón: así reza uno de los romances líricos medievales más hermosos. De absoluta actualidad. Nos están matando la risa, llenan sus páginas de ponzoña para que cuando las pasemos nos envenenemos tal como en El nombre de la rosa, del sabioUmbertoEco.

Como soy gafe, cuando voy a salir a la calle y veo nubarrones en el cielo, llevo conmigo el paraguas. Y nunca falla: no llueve. Por eso digo con aquel poeta que no quise mencionar: que no venga la diosa esta primavera para que se enfurruñe y venga por fin con su lluvia de amor. Y, de paso, nos traiga la cosecha amarilla de la paz.

Así qué, tratándose de paz y poesía, olvidemos los paraguas y cantemos con Pablo Guerrero (y con Bob Dylan): Tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros.

Feliz Día Mundial de la Poesía.

Antonio Arroyo Silva

Jefe de redacción

Equipo de Redacción

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