Poesía nicaragüense contemporánea: Marta Leonor González

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Ha llegado el mes de julio con la primera entrega de poetas invitados por nuestra editora. Presentamos a la poeta nicaragüense Marta Leonor González.

El tiburón que merodea los cielos

Sobre mi cielo hay un tiburón,
navego en sus círculos
a él le debo lo que amo,
a la bestia que, presa, es devorada.

Eso el amor no puede curar
como un violín en jaula
elefante que claudica en pantanos
agitado plancton de la vida,
y esa pastosa luz que ciega pelícanos.

No definir la belleza del escualo
es mejor tarea para matemáticos
calcular la tristeza del mar que somos
animal y ojal, una odiosa definición
un sentimiento de listones amarillos
un ramo de girasoles muertos como don
un inventario de teléfonos que borrar.

En descampadas horas el cartilaginoso
de iluminados grises, es alimento
placer que es miedo en orillas
y entre escamas le crece angustia
porfiada vida de rocosos instantes.

Esa puerta que cerrás en el fondo del mar
a la que solo puedes hundirle llaves perdidas.


La ronda de las aves

La noche es una paloma travestí.
Paloma mujer, paloma gato azul,
perezosa paloma de bocas rojas,
pantera paloma y tigresa de las avenidas.

Palomas que mueren cuando el invierno llega,
geometrías húmedas, cansadas como un reloj en medianoche,

en el frío su deseo es que arda la estrella

En los tumultos van cuando el sol duerme.

En el bulevar escarchas con vestidos negros
las arropan, están embriagadas de mujer,
no se extinguen, se reproducen, se multiplican del agua

es la voz que abrasa en el día de todos los muertos
aún abandonadas son faros de alegría y belleza

palomas aritméticas de ceñidos trajes,
equilibristas de tacones,
guardianas de lo sublime, compañera.


La ciudad que duerme

I

Dos mujeres emigran de la ciudad,
entre sus faldas el sobresalto crece
el pánico flanqueado, repetidos monosílabos.

En la noche, los guardias son las hienas de la oscuridad
que turban el silencio de las aceras
el reposo de una cabina de teléfonos.

Por la calle se divisan tejados
andróginos que caminan por hierros vencidos
por la llorosa luz de las esquinas.

II

Luz y humedad callan armonía
en la avenida tiesa y larga
el niño ensaya plegarias,
mimos excitados
por la ambulante de pelo rojo
que junta monedas.

“Más libros menos armas”
en la pared un grafiti.

III

En el taxi la gente rumora
que al otro lado,
el río ennegrece de zopilotes y carroña
sobre un cielo amarillo
cuadriforme de aves azules.

Olores delatan el cuadro
la muerte dueña de la ciudad
cava un reino de bocas mudas
un revoloteo, un roce austero
de manos atadas.

Zopilotes hambrean sobre los cuerpos.
El cielo está teñido de buitres.

Los amantes se fugan pronto.


Un momento de Xu Lei, el canto de las hormigas

Ahí, en el claro de la tierra
10.000 especies de hormigas cantan
esgrimen pequeños batallones de infantería
estiban hojas, musgo, estiércol,
comida para el hombre
acuden a los arroyos, a los barrancos,
a los campos del legendario Dragón
donde siembran certidumbre y promesa
por las hormigas va Xu Leia, a mirarse en el pozo
a sorprenderse con los rostros que el agua refleja
a desentrañar los secretos que guarda la bruma y el gris
a sembrar las pequeñas plantas de té
que mirará crecer desde su humeante chimenea
entre hormigas se anuncia
el obsceno deseo de pertenecer a la tierra
de ensayar un canto sólo para los árboles detenidos monjes.
Poderosas mandíbulas
bajo grietas, van en túmulos, jornaleras
hormigas soldado
hormigas enfermeras
hormigas panaderas
hormigas costureras
hormigas carpinteras
hormigas periodistas
hormigas poetas
hormigas maestras
hormigas astronautas
hormigas estudiantes
hormigas bomberas
hormigas amantes
hormigas madre
sin hogares permanentes
atraídas por semilla, hongos e insectos
valientes que enfrentan reptiles
hormigas como Xu Leia
de largos brazos quemados por el frío y fuego
y los años en los campos de té.


Equipo de Redacción

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