Pasos de Amor de Jacobo Cortines (y II); de Sergio González Quintana

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Segunda entrega de «Pasos de Amor» de Jacobo Cortines en «El rincón de Sergio», columna de opinión de Sergio González Quintana.

Jacobo Cortines es un poeta de honda formación clásica, que aborda en su obra temas tradicionales, como la naturaleza, el amor, la condición humana, el paso del tiempo, etc. En él, además de la literatura, ha sido importante la pintura y la música. De ahí, la plasticidad de sus imágenes y la armonía de sus versos y una concepción también armónica del mundo.

Habíamos apuntado en en la primera parte de este comentario, que estamos ante un extensa elegía y que el poeta se sirve del monólogo interior para dirigirse a su mujer, tanto durante la enfermedad como tras la muerte. Esta “presencia”, decíamos, física –antes– y espiritual –después–, piedra angular sobre la que se construye “Pasos de amor”, es la que llena todo de amor, a personas y espacios íntimos, que seguirán sintiéndola, porque en ellos estuvo y dejó la esencia de su vida y, por lo tanto, son la confirmación de que la amada (madre, amiga) existió y seguirá existiendo. La memoria será, entonces, el refugio en el que se resguarde del dolor Jacobo Cortines, pues es en la memoria donde todo permanece.

En la parte I de “Pasos de amor”, veíamos la comunión existente entre el poeta y la amada, el espacio común compartido, especialmente, la casa y la naturaleza, para adentrarse, a continuación, en los primeros síntomas de la enfermedad. Tras esta inicial presentación de los hechos, la comunión amorosa y la enfermedad y el temor por la pérdida, en la parte II, Cortines transita por el duro proceso de la enfermedad de su mujer hasta el momento en que esta fallece.

La elegía es siempre un canto de amor por la desesperación y el dolor por la pérdida del ser amado. Pero es también una forma de preservar la importancia del ser perdido, o de reivindicar la existencia de la persona, de la que se destacan sus virtudes y valores. Y, el poema, estos versos, una garantía contra el olvido.

Para este fin, el autor presenta poemas lírico-narrativos y técnicas propias de la narración, como el resumen o la analepsis (flash-back).

El poeta es conocedor del esfuerzo emocional que exige al lector. Por esta razón, algunos poemas servirán de reposo y calma, de anticlímax.

Empieza Cortines la parte II con un resumen narrativo en el que vemos a los protagonistas por varios lugares (Nueva York, Madrid, Córdoba, Sevilla), que utiliza el poeta para destacar las virtudes de la amada, con breves pinceladas, de manera concisa y sincera, emotiva. Son las virtudes que le hacen ser una mujer querida por todos, que pone todo el amor en lo que hace y en las personas que ama: “Y atenta como estabas a todos los detalles, / discretamente, con amor y trabajos / ibas embelleciendo cuanto te rodeaba. / ¡Qué gratitud saberse de ti amado! / Y que mayor consuelo volver contigo siempre”. Así, “nuestros años, fecundos y felices, / hasta que, callada y envidiosa, / empezaba la muerte su acechanza”, escribe el poeta. Y, por este motivo, el traslado a Madrid, en busca del “fármaco eficaz” que ayudara a eliminar “el veneno letal que estaba dentro”.

El poeta es conocedor del esfuerzo emocional que exige al lector. Por esta razón, algunos poemas servirán de reposo y calma, de anticlímax. Así, por ejemplo, la enfermedad los conduce a un hospital de Madrid. En el hospital se cruzan el dolor y las largas esperas, “las miradas que su temor esconden”. Ante esta vista, Cortines anima a la enferma (“no tengas miedo, mejor ten esperanza”), acompañada de personas que la quieren, que muestran su cariño y amor por la convaleciente (“y todas las palabras son un rebaño de cariño / que hacia ti van como consuelo / por encontrarte lejos de casa”).

Tras esta vivencia en el hospital, aparece un momento de reposo con la vuelta a Sevilla. Este reposo es un anticlímax, pues se rebaja la tensión del dolor, pero no la emotividad, en esta ocasión, centrada temerosamente en la esperanza. La naturaleza aparece, al igual que en otros momentos, como un elemento terapéutico y reparador; una naturaleza que espera a la enferma “con las ramas abiertas de sus árboles” para cobijarla y protegerla. La naturaleza es una fuerza activa, personificada, que se suma a la empresa de recuperar y animar a la convaleciente. Con qué plasticidad enumera el poeta: “Mira el brillo de sus hojas y sus sombras, / mira cómo se vuelve cristalina el agua del estanque / cuando acoge tu cuerpo…”. Y termina el autor con una sentencia: “No todo ha de ser siempre sufrimiento”, que corrobora el planteamiento estructural del poema, al que tras una alta tensión emocional, le suceden momentos de calma o reposo.

Ya nos hemos encontrado con algunos asuntos propios de la elegía, como la alabanza de la persona y el amor de familiares y amigos, que son el reconocimiento de una vida fructífera, generosa, fraternal. Pero en este monólogo interior desgarra la imagen de la amada en su tránsito por la enfermedad; desgarra la manera comedida y contenida con la que el poeta relata los hechos, sin exagerarlos, sin detallarlos en exceso, con lo que consigue transmitir la sinceridad del dolor. No hallamos a un poeta estoico, sino vitalista, que vive la enfermedad y la muerte de la mujer que ama con auténtica angustia. Cortines, con sus palabras, con sus reflexiones, testimonia el dolor de la enfermedad y el dolor de la pérdida, y lo hace con contención, porque cualquier exceso expresivo perjudicaría a la sinceridad emotiva. No estamos ante el arrebato de dolor de otras elegías, en las que los poetas exacerban sus quejas, como si la muerte o la desgracia no formaran parte de la vida, aunque vengan de forma accidental e inesperada. Aquí el dolor es reflexión y calma y reconocimiento, pues en esta parte, mientras la esposa aún vive (“Manuel Flórez va a morir, / eso es moneda corriente; / morir es una costumbre / que sabe tener la gente””1.), el poeta se detiene más en la esposa que en él mismo, en todo lo que ella ha significado para su vida en común. Y este dolor da la medida del amor del poeta.

Pero la tranquilidad es un espejismo. Esa concepción armónica del mundo, rasgo de nuestro autor, se ha venido abajo, se ha trastocado. Ahora son las pulsiones emocionales las que desubican a Cortines.
Regresan los síntomas que acaban con un accidente doméstico. Enumera nominalmente, a la manera impresionista el cambio, acelerando el ritmo: “La ambulancia, el ingreso. / Adiós a tus jardines. Y días más tarde el accidente. / No, no, no…”. Y la magnitud del dolor es tal que imposibilita la expresión (“Y cuanto dolor en versos que no escribo, porque duele el dolor de tal manera / que todo lo reduce a cruel silencio…”). Pero la necesidad expresiva es mayor, verbalizar el dolor es como una medicina para el autor; porque con la verbalización se puede alcanzar la comprensión y se materializa y toma forma la angustia, por lo que se vuelve más manejable.

Esos momentos de aparente tranquilidad son también motivos de angustia: “Otra vez en Madrid. Vuelve la fiebre sin que sepan / de dónde viene…”, apunta con pesar; la transfusión “cambia / el blanco de tu cara por el rosa”; y hay una esa sensación de atemporalidad cuando el ingreso se alarga indefinidamente (“Pero, ¿cuánto tiempo llevamos aquí?”) Más aún: “Y cuánto dolor detrás, aunque también el dolor puede curar”, dolor por el tratamiento, dolor por la angustia, las dudas, el temor, pero que nos va preparando (“el dolor puede curar”) para lo que necesariamente ha de venir. En estos momentos, el poeta se refugia nuevamente en la naturaleza para paliarlo. Hasta que, por fin, la vuelta a casa renueva las esperanzas.
Sin embargo, “No dura mucho… la alegría” (vemos cómo se van oponiendo clímax y anticlímax). La enfermedad se alarga y la paciente empeora (“los ojos se llenan de lágrimas amargas”) y se va perdiendo la esperanza y el pesimismo se va imponiendo, porque ya no se puede negar la realidad, sino que hay afrontarla. Él se siente aturdido por la desgracia y vaga como en sueños por las calles, ensimismado por la angustia, anegado por el dolor, y la naturaleza, aliada siempre, ahora no consuela: “nada me dicen / los árboles, ni el cielo por muy azul y claro que se muestre; nada tantos lugares queridos. / Nada ni nadie. Soy sólo un vacío.” Estamos ante la desesperación.

Y frente a este desaliento, la actitud de la mujer, que afronta con entereza los temores. Conocedora de lo que se aproxima, aún desea ser aliento para el esposo: “es tu ejemplo lo único que puede sacarme del abismo”. Así se afronta la despedida, que llega en mayo, y el poeta se fija un propósito: “Desde entonces / razón de mi vivir será cantarte / y que el mundo conozca cuánto amor y belleza / calladamente atesoró tu vida”.

En la parte III asistimos al propósito del autor; un propósito, no obstante, que va a contar con muchos altibajos anímicos, pues el duelo es un proceso que ha de resolverse con el tiempo, hasta que llega la conciliación con los hechos.

El propósito toma forma: ella está en él, y es luz en su camino: en los jardines, dentro de él “para salvarme / de caer en la angustia y la tristeza…”. Ella está en la música y en el silencio, hasta llegar a oír su voz: “tu voz es la que escucho, / porque amor es tu voz y amor mi escucha…”. Este amor constante más allá de la muerte nos recuerda el famoso soneto de Quevedo, aunque, a diferencia de este poeta, Cortines parece rechazar, por un lado, otra vida más allá de la muerte, pero, por otro, también rechaza la desaparición total y definitiva. En este duelo, son más los encuentros y la convicción de que nadie muere, como decíamos, del todo mientras haya memoria: “Mientras yo viva vivirás conmigo”. Y es en él que el amor permanece y vive y convive: “Tú no puedes quedarte en esa nada / tan inane y absurda…” y “Si yo vivo, tú vives, / si respiro, respiras, si yo existo, tú existes.” En un mundo en el que se va extendiendo el agnosticismo, parece necesario buscar la trascendencia en otros aspectos. De esta forma, los límites de la vida se diluyen mientras exista el recuerdo y la memoria, más allá de la ausencia física tras la muerte. Quizás sea este un consuelo, pero un hermoso consuelo. Recordemos que Descartes señaló como característica de la memoria la conservación sensitiva del pasado y que Bergson hablaba de la “memoria pura” como esencia de la conciencia, que permite al ser humano conservar su pasado y actualizarlo en el presente2. Es este proceso de actualización del pasado en el presente lo que permite a Cortines “sentir” que su mujer sigue viva.

La comparación con otras mujeres que antes fueron cantadas también aparece aquí para destacar que ninguna recibió tanto amor, porque “Tu misión fue querer, la cumpliste / con sencillez, con gracia y con mesura, / tan delicadamente generosa, / que nadie te olvidó tras encontrarte”. Ese amor generoso dignifica a la amada y la diferencia de otras, la hace reconocible, hasta el punto que, al compararla con otras mujeres que han sido cantadas, destaca en ella las virtudes que la hicieron querida por todos, y, por esto, igualmente, en otros permanecerá el recuerdo y la memoria, haciéndolos mejores. Es este otro rasgo propio de la elegía tradicional.

A veces, su mujer se le aparece en sueños, como una manera de ansiar la presencia, de subsanar la ausencia. Y aunque parezca otra: “inexpresiva, extraña, / sin la dulce ternura de tu gesto, / sin tu amable sonrisa, / sin esa claridad de tu mirada”, es preferible el sueño a la vigilia, a la “solitaria / soledad de horas negras sin sentido”. Pero, por suerte, acude el recuerdo y con él, la intimidad, la complicidad…, porque, sentencia el poeta, “sueños malos… / no podrán nunca / borrar lo que fue bello y sigue siendo”.

De esta manera, con la ausencia presente, comparten de nuevo la naturaleza del jardín, del patio, pues ella permanece “aquí en mi conciencia”; no obstante, el poeta es consciente de la realidad, pero se resiste a olvidar, ya que olvidar sería para él la negación de sí mismo, su propia muerte: “Pero sé que tú has sido y yo contigo / y que esta unión no puede deshacerse / por más que la ausencia lo pretenda”. Sí, sigue compartiendo la intimidad, los paseos, la contemplación de la naturaleza, pero esto no excluye la verdad, a la que el poeta no se resiste: “¡Qué hermosura de olor y de colores! / Mas para ser perfecta / necesita la luz de tu mirada”.

En todo la ve y la piensa, en los espacios que compartieron… El poeta necesita de la soledad para recordarla. Y la soledad lo lleva a los lugares vividos con ella en su afán por recuperarla, de no perderla: es un deambular vagando y soñando que lo conducen al “parque de siempre, donde felices fuimos, / mis pasos me han traído buscando tantas huellas / tuyas en sus rincones y en sus claros abiertos”.
Un largo proceso de duelo hasta que se llega a la conciliación, a la aceptación, hemos dicho: “Más te fui queriendo hasta verme en ti misma transformado, hasta aceptar ahora tu ausencia / como el mayor tesoro / que mi dolor sabrá guardar muy dentro”.

No obstante, aún resta un momento de desaliento, de abrupto desbordamiento, cuando más piensa en ella y llora desconsoladamente, en una breve escena que interrumpe la caída y eleva, por contraste, la esperanza: la mujer viene y le habla por primera y única vez, y ante el mar, símbolo de la muerte, dice: “Y el mar no es el morir, sino otra vida / que has de vivir conmigo mientras vivas”.


Sergio González Quintana

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1961, Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna en 1985. Tras aprobar las oposiciones en 1986, ha dedicado su labor profesional a la docencia de Lengua y literatura castellana en centros de secundaria y bachillerato durante 35 años. En todo este tiempo, impulsó encuentros de poesía en el último centro donde ejercía la docencia, en los que poetas invitados leían sus poemas y comentaban el proceso creador al alumnado. Ha participado con lecturas de sus textos en radios y encuentros poéticos organizados por el Iltre. Ayuntamiento de la Villa de Agaete. Colabora en Escritos a Padrón, con motivo del nacimiento del pintor galdense.

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Equipo de Redacción

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