Para blanquear sin querer un retrato; por Alma Karla Sandoval

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Huaco retrato es uno de los libros más celebrados por la crítica en los últimos meses. En esta entrega Alma Karla Sandoval escribe sobre esa obra que seguirá leyéndose.

Cuando se leen libros a los cuales les ha ido bien con justicia se siente cierta impotencia al escribir sobre ellos. ¿Qué más se puede decir? Por eso es complicado vencer esa inercia y disponerse, contra la calidad de la obra, a pensar despacio una y otra vez, a buscarle no cinco pies al gato porque podríamos estar frente a una quimera. Pero hasta Goliat tenía debilidades y también el mismísimo Aquiles. Es lo que pasa con Huaco retrato de la peruana Gabriela Wiener. Un libro de no ficción en tiempos donde la racialidad del poder puja por nuevos órdenes geopolíticos.

    Como ya mencioné, se ha celebrado mucho el trabajo de la cronista sudamericana cuya inteligencia narrativa es irreprochable. Su más reciente libro además de una psicogenealogía queer y poscolonial, según Paul B. Preciado, en las solapas de la edición de Random House; encierra una búsqueda tortuosa por la historia personal familiar cuajada de secretos, de heridas de orfandad y rechazo por la condición de inmigrante, la de mujer, la de “marrón” que es decir morena con tipo indígena y, debe decirse, por la de intelectual dueña de sí misma, muy a su pesar, porque sabe latín, porque se aventura, porque se confiesa con humor, con las uñas en ristre en una España que, ya sabemos, es dos y cada vez más una porque cada vez es más racista.

    A estas alturas ya no sabemos qué castiga con más saña el patriarcado-neoliberal-capitalista tardío-pandémico: que calladita nunca te veas más bonita porque para empezar eres fea (al menos según los cánones blancos de las revistas, de las series o las películas de Hollywood), nada parecida las mujeres que inspiraron las columnas del imperio griego, de ese otro canon todavía inmortal. Qué es más punible, decía, que no obedezcas o no te resignes frente al hecho de que te pareces más a una cerámica prehispánica, a las facciones de los idolillos, a los retratos incas que a Salma Hayek, otra morena quien a punta de blanqueamiento vía millones de dólares nadie cuestiona o Michael Jackson renunciando a su negritud. ¿Qué no te perdona esta época?, ¿desde dónde te desposee con más violencia acolitada por la sociedad global hipersexualizada en Instagram?

     Para empezar, que lo señales desde el cuerpo deseante, que te subas al tren de la pornografía del alma mostrando las cicatrices, las horribles pústulas de tus complejos o tus celos, de tus intentos inútiles por descolonizarte vía el poliamor, la bisexualidad o la infidelidad congénita. Esa posición que en literatura levanta ámpula, se premia, se lee, se traduce a varios idiomas, implica ser la memoria del conflicto tal y como Wiener lo dice citando a María Galindo, otra niña terrible del feminismo descolonial castigada y/o cancelada por sus camaradas porque se supo que le pegaba, como un macho cualquiera, a quien fue su pareja, su socia en la famosa colectiva boliviana, Mujeres creando: Julieta Paredes. El escándalo no se hizo esperar y otras activistas llegaron incluso a exigir que, en ningún artículo, libro, foro, conferencia, se citara a Galindo. Wiener lo hace y como la boliviana, incomoda ufanándose de una conducta sexual libérrima que no la exime del dolor de la niña morena y gordita discriminada. No obstante, por más poliamor, por más deconstrucción del amor romántico, la biología hace lo suyo y los óvulos que aún sirven se fertilizan en medio de un trío donde la infiel es la narradora de un autorretrato huaquero en tanto ladrón de sí, de su propia biografía que sigue siendo la de la explotación con todo y resistencias.

     Es cierto que la historia está bien contada: una mujer en la mitad de su vida busca a un ancestro europeo, una especie de Indiana Jones de cuarta porque roba cerámica y niños indígenas para mostrarlos como trofeo de sus explotaciones en América; una mujer que es periodista publicada en los mejores medios, feminista aguda, libre, con buen salario en Madrid, con hija, familia que la aprecia, dos parejas: un hombre cholo y una mujer menor, blanca, delgada, española; con quienes comparte la cama en medio de acuerdos que se antojan deliciosos, utópicos, morbosos; una mujer migrante que logra el sueño europeo sin ser dócil sino rebelde y extraordinariamente talentosa, pero incapaz de lidiar con todo eso aunque sus libros vendan, sean profundos. Da igual. Hay éxitos que son fracasos. De nada sirve que la arquitectura de Huaco Retrato sea perfecta si su autora, con fama y viajes, con miles de euros en la bolsa, es del club de los que fracasan al triunfar.

     Sostengo que este libro debe leerse porque es la épica de la descolonización del deseo igual que dios, blanqueado. Una empresa imposible, una utopía romántica que proviene de quienes insisten en derribar al patriarcado, en concretar una revolución que sí, va en camino. Eso en lo público. En lo privado la lucha es cruenta no solo porque involucra nuestras prácticas sexoafectivas, sino la motivación de nuestros apetitos sexuales o su derecho a la variedad.  En la página 118, una amiga de Wiener quien dirige un taller de sexo anticolonial explica: “No queremos dejar de follar con blancos, lo que queremos es empezar a follar entre nosotras. Hemos blanqueado el sexo, hemos blanqueado el amor, lo hemos racionalizado. El poliamor, por ejemplo, es una práctica blanca que no tiene en cuanta cómo funciona la circulación de la deseabilidad y sus límites para personas como nosotras, las feas de la fiesta. ¡Desconfíen de los ojos azules y de la lógica del progreso aplicada al cuerpo! ¡Hemos dejado de desear y amar cuerpos como los nuestros, nos hemos alejado de nuestras propias formas de vida amorosa y sexual, de lo que nos sale del coño!”, aplaudo en primera instancia, claro. Luego releo la frase y pregunto: ¿qué no es acaso el coñocimiento otra manera de racionalizar lo que deseamos?, ¿no será que hay mucho bla, bla, bla, en el libro de Gabriela Wiener, un bla, bla, bla impecable pero un espejo a final de cuentas que se le intercambia a los lectores a cambio de su oro?, ¿no nos estará colonizando ella misma, es decir, “rebasando por la izquierda”, puesto que no podemos dejar de politizar una reseña justo donde se cree que la política no tiene nada que ver?  

   Ya casi cierro este texto y regreso a Wikipedia, si es verdad lo ahí se escribe, Gabriela Wiener es hija de un analista político y una trabajadora social, una pareja letrada o al menos con lecturas, con el privilegio de cierta cultura académica. Wiener, además, estudió en una universidad pontificia en Perú. Después tuvo la suerte de poder hacer una maestría en Barcelona para luego mudarse a Madrid. No suena mal esta biografía que por lo visto no ha conocido ningún zulo, diría otra feminista mexicana defensora del feminismo barrial que respeto, pero también cuestiono, Dahlia de la Cerda. Un zulo o un hoyo donde explota la verdadera miseria, la precariedad, la violencia, la desesperanza porque nunca irás a una universidad de paga y menos de derecha, un zulo donde no tienes tiempo de echarte a llorar porque no eres blanquita como Valeria Luiselli a quienes las marchas feministas no le gustan porque huelen mal y cuyo marido no tiene el mal gusto de vivir en México. Un zulo sin la chance de encontrar trabajo en uno de los países más ricos de Europa o escribir crónicas burguesas de cruce cambiando de sexo de mujer a hombre (vaya traición a las feministas) y recibiendo muy buena paga anunciando trajes de grandes marcas como Paul B. Preciado. Los menciono porque este par de autores recomiendan Huaco retrato con frases inflamadas de admiración, pero ambos son consentidos del editopatriarcado en su versión más capitalista, es decir, cómplices de los nuevos colonizadores disfrazados de intelectuales críticos.

    Lo peor es que Wiener lo intuye. Lo mejor es que sabe cómo escribir sobre esa culpa.

Alma Karla Sandoval

Columnista

Equipo de Redacción

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