Otro rojo, el Warhol; por Alma Karla Sandoval

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No sé de dónde vienen los colores ni creo que sean las notas musicales de algún Dios que compuso esta sinfonía llamada universo.

No es que el rojo de Andy Warhol sea petulante, posee la electricidad inventada de Marilyn Monroe que se vendió al mejor postor. Los quince minutos de fama se hicieron realidad en un mundo sin tiempo para comprender el lenguaje pictórico. Son los activistas en contra del calentamiento global quienes ensucian esas obras con otro rojo: el de la salsa cátsup. Entonces hay que proteger esas ventanas a otros mundos, los cuadros más celebrados de la historia por el frenesí de su color que traduzco en confianza ciega del o la artista. Insisto: ese rojo que vi en la galería de arte de York un día lluvioso alumbra la noción de que la belleza también es una mentira.

No obstante, cuenta una historia: la de la orfandad de la rubia más deseada de Hollywood y el mundo. Herida de abandono que se infecta en el imaginario de las mujeres debido a un mandato patriarcal: entre más poderosa tu belleza, más castigada va a ser cosificándote, no habrá trascendencia, aunque te conviertas en un ícono, porque la paradoja de la fama, ese llamarte diosa o nueva venus cuando el poder político te persigue o prostituye, se izará sobre tu biografía como bandera negra de corsarios que saquean galeones y los hunden.

Las heroínas trágicas no trascienden, aleccionan, adoctrinan a las demás dando un ejemplo de subversión que no debe seguirse porque al igual que toda hechicera griega, ninfa desobediente o esposa celosa con motivos, no tienen buen fin. La orden es muy clara: cuidado con ser demasiado bella, inteligente, talentosa, culta sensible, valiente, autónoma. Mucho peor si se poseen todas esas cualidades al mismo tiempo en una sola anatomía. Por eso el rojo de Warhol se traduce en escándalo y denuncia, una sátira llamada pop art.

Corte a un mensaje en el móvil. Dice Yesterday in Florence. Tres palabras que suenan a título en ese zumbido de moscardón que es el hambre de novelar. Yesterday in Florence, repito con mi boca lejana y a continuación encuentro en el chat diez fotos de la Galería de los Ufizzi. Boticelli, El nacimiento de Venus, obra cumbre del Quattrocento italiano que revolucionó la mentalidad de su época, ese desnudo no tenía justificación alguna, tampoco componentes religiosos, pero sí un tema mitológico relacionado con la formulación de Marsilio Ficino sobre el amor que es esa Venus desdoblada en la mujer celeste, la Beatriz de Dante, y otra terrenal, la Marilyn que todos conocemos.

Serendipias. Cambié de libreta de apuntes, la anterior llevaba en la portada a una mujer con sombrero y guantes pintada por Tamara de Lempicka. Elegí para este nuevo año otra con la imagen de la diosa inspirada en Simonetta Vespucci, musa de Boticelli. Es justamente esa foto la que me mandan por WhatsApp. Cuando la vida que no entendemos desea expresarse, resulta mejor acudir a cada símbolo y desenterrar en el panteón del inconsciente sus significados. No sé cómo responder a esas fotografías. Recuerdo York, los pasos extranjeros, heladísimos, rumbo a la galería. La soledad cambiante como un tumor a punto de ser extirpado por otra soledad también ruidosa. Regreso constantemente al tren, a la ventana revelando ciudades de cuento a las que dijeron que nunca iba a llegar y fallaron, ninguna de sus predicciones se cumplió.

No sé cómo pensar el rojo ni me atrevo a glosar a Warhol. No soy curadora de arte. No soy pintora. No sé de dónde vienen los colores ni creo que sean las notas musicales de algún Dios que compuso esta sinfonía llamada universo. No entiendo nada. Leo los hechos simplemente. Le doy el paso a la memoria como a una anciana en una avenida con tráfico en hora pico. Sin embargo, también huyo de ella como el gato cojo en una esquina de Old Strafford que parecía volar cruzando una de esas calles. Una noche vi cómo casi lo atropella un carro negro y cómo el animal se salvaba pasando por debajo de los neumáticos con rapidez de chita. Entendí entonces su cojera, ese mal hábito de ponerse a tú por tú con los choferes ingleses. Llegué a la conclusión de que ese gato es el alter ego de la memoria.

¿Corro, vuelo y me acelero a responder los mensajes? Ayer yo no estaba en Florencia, pero alguna imagen mía guardó un hombre en su bagaglio.

Equipo de Redacción

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