No entienden que es un cuento de piratas, el quid del caso de Amber Heard y Johnny Depp; por Alma Karla Sandoval

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Alma Karla Sandoval desmenuza la resolución del juicio de Amber Heard y Johnny Depp desde una mirada que alerta sobre el verdadero quid del asunto.

Los dos fueron declarados responsables de difamación. Esto quiere decir que los dos mintieron, así que poco se les puede creer. Hasta ahí tendría que llegar el caso más allá de quién paga o no. Hasta ahí luego de semanas de declaraciones, alegatos y circo sin pan porque los dos son piratas en los mares del capitaloceno. Cada quien su versión como cada quien su nave. La percepción, sin embargo, no es salomónica. Es a ella a quien se juzga con dolo y a lo que inequívocamente representa para quienes padecen un misoginia internalizada que, sin saberlo, mantiene de pie al patriarcado que se finca con genocidios transcontinentales como fue la casa de brujas del Renacimiento[1]: esa confirmación de que las mujeres también son violentas y no se puede creer en su palabra, la evidencia de que el feminismo ha caído tan bajo que abandera causas indefendibles, de que el #MeToo fue un exceso, de que ese hashtag es la raíz de todos los males, empezando por la cultura de la cancelación o, peor aún, en un ejercicio de bropropriating  que la opinión pública legitima sin protestas, decir: “Hermano, yo sí te creo”,  lo cual es una burla siniestra en países donde ocurren doce femicidios al día. Nada de eso los conmueve ni afecta, pero salen a aplaudir porque a un hombre, una vez más, se le ha juzgado conforme a proceso y derecho contando con el favor de la presión mediática de una legión de seguidores, con el visto bueno patriarcal urbi et orbi. Algunos hasta respiran aliviados porque saben que, en este cuento de piratas, el precedente Amber Heard podría devolverles o no arrebatarles su patente de corso para seguir abusando sistémica y estructuralmente como ha sido en un principio…

Actor Amber Heard appears in the courtroom in the Fairfax County Circuit Courthouse in Fairfax, Va., Thursday, May 26, 2022. Actor Johnny Depp sued his ex-wife Amber Heard for libel in Fairfax County Circuit Court after she wrote an op-ed piece in The Washington Post in 2018 referring to herself as a «public figure representing domestic abuse.» (Michael Reynolds/Pool Photo via AP)

    Empecemos hablando de las malas mujeres, un tema infinito desde Eva pasando por Medusa, Hipatia, Juana de Arco, Juana La Loca, Sor Juana, Olympe de Gouges y muchas otras más que no se llaman Juana, pero también han sido quemadas vivas, desolladas, decapitadas o perseguidas. Comprendo, no se puede comparar a una actriz blanca que comete perjurio, con esos referentes históricos. Claro que no, pero las reacciones virulentas en su contra y las pocas críticas hacia el otro cincuenta por ciento de la expareja que se violentó todo lo que pudo (Depp) dan mucho en qué pensar, sobre todo en el contexto de la llamada cuarta ola feminista cuyos avances se observan con lupa, se vigilan, se desdoran bajo la piel de zapa de cuestionamientos “bienintencionados” que pretenden apoyar, pero no suman al movimiento que más logros ha conseguido gracias a su organización, su argumentación profunda, el trabajo y la resistencia de miles de mujeres en el mundo que han salido a exigir el respeto a sus derechos porque como dice Roxane Gay, “las feministas son simplemente mujeres que no quieren ser tratadas como basura”[2]. Cada vez que aparece el cuerpo mutilado o descuartizado de una mujer dentro de bolsas negras de plástico ahí tienen el mensaje y el porqué de la reacción. Ergo, resulta peligrosísimo que el chivo expiatorio de la complicidad velada con la misoginia sea una actriz con estrés postraumático y privilegios que sí, ofenden, pero que también posee el derecho a equivocarse como cualquier persona del mundo expuesta a la violencia brutal por parte de un narcisista con tintes psicopáticos. Parece que hasta para actuar de modo enfermo tenemos que hacerlo en los términos del mismo patriarcado. Aclaro que no defiendo el comportamiento criminal de nadie, lo analizo si se da en nombre de la legítima defensa o simplemente como consecuencia de una relación tóxica de la que no es fácil salir seas mujer o seas hombre. Por eso he dicho que el quid de asunto no es si ella mintió o si las mujeres somos malas o no, si no merecemos credibilidad, si no se puede confiar en nuestra palabra ni en su valor. El quid del caso es la descomposición del amor romántico y el enorme peligro que entraña para quienes lo profesan. No obstante, este mundo no está listo para esa conversación porque de estarlo no tendríamos los realitys que reacomodan al poder falogocéntrico en su trono tallado con muerte y con tortura.

     Seguí el juicio, no creo que ninguno de los dos demandados sea inocente, en eso le concedo razón al jurado. Insisto en que aun tomando en cuenta las particularidades de la personalidad de Amber Heard; los medios de comunicación y la mayoría de la opinión pública operan simbólicamente como los verdugos que ejecutaban autos de fe a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento. La caterva, enardecida, aplaude el fuego para una bruja. Pasan por alto datos importantísimos de las declaraciones como el relato que la expareja hizo de cómo se conocieron, el cuchillo grabado con letras en español que decía «juntos hasta la muerte» como una tenebrosa profecía revelando uno de los contenidos letales del amor romántico (imposición o ilusión de eternidad) que muchos conocidos míos no comprenden por ignorancia, soberbia o supremacía intelectual que les impide estudiar a fondo el tema. Comprendo que esa clase de amor es el único dios que sigue vivo, el gran dogma del que no se quiere hablar porque faltan argumentos y valor para discutirse. Volviendo al caso, recordemos las burlas de Depp cuando ella testificaba, los gestos de Heard cuando el actor juraba no haber sido violento. También leamos con atención las reacciones, el comportamiento del público que asiste a la quema, pensemos en una posible radiografía de esta masa y su poder a lo Elías Canetti. Sí, leí, escribí un ensayo sobre ese autor y sus novelas. Poco me sorprenden los comentarios de mujeres patriarcalizadas pidiendo a gritos que se queme con saña a una actriz rubia más que por mentir, por tener dinero para abogados. Poco me sorprende esta ilegítima «victoria» de un actor abusivo porque queda claro el retroceso, la alegría de seguir oliendo carne chamuscada que, admitámoslo, es la de una mujer y no la de un hombre.

    Borrar esa diferencia es muy diciente en aras de la supuesta igualdad que dicen, reprochándolo, pasando lista de todo lo que ya podemos hacer como si nos estuvieran haciendo un favor o tuviéramos que seguir agradeciendo, que pedir permiso por lograr que nos dejen estudiar o trabajar a nosotras, las feministas que sabemos y constatamos a diario que esos logros no son otra cosa más que un conjunto de espejismos emancipatorios, ilusiones que echan en cara para desbaratar lo que en realidad existe: una lucha que pretenden descafeinar lavándola de rosa o de morado, pintándola con el aceite de la tecnocracia de género, galletitas de programas federales, inclusión del tema en los objetivos de la ONU y otras acciones que se traducen en políticas públicas no ejecutadas eficazmente porque no son comprendidas ni creíbles. He ahí otro problema: el sistema político opresor que rige la conciencia de las mayorías se ha encargado de que lo que Luciano Lutereau llama “subjetividad hipócrita”[3] esté más vigente que nunca: por un lado, cuota de género, pero nula agenda feminista o el típico caso del varón que piensa que por permitirle a su mujer ciertas libertades, porque aplaude sus triunfos laborales, no ejerce micromachismos que también laceran o bien, la intelectual crítica que exige respeto porque se proclama capaz de salirse de las coordenadas feministas para que su pensamiento tenga “verdadero valor” no entendiendo nada de esa operación epistemológica ni su trasfondo psicoanalítico porque en el ataque a las otras que llama libertad de condenar o traicionar a quien se le pegue la gana, reclama para sí el falo del padre, por eso se convierte en una delatora de género y está feliz de ser aceptada, antes que nadie, por los hombres o por las mujeres que no considera peligrosas porque sí piensan como ella o no se ocupan de profundizar en el tema, mucho menos en decir o explicar por qué la reina va desnuda. Esto, claro, incomoda, conturba, descoloca porque lo que han llamada filosofía de género es de lo poco que en realidad trasmina las paredes y los techos de los cautiverios patriarcales, su orden simbólico, sus estructuras que parece brillar más cuando una persona famosa del sexo femenino contrademanda por cien millones de dólares y a quien se castiga con todo el peso de la ley (nunca antes mejor venido a cuento este cliché) por intentar pasarse de lista y revelar, al fin de cuentas, que no tiene para pagarle la indemnización a un millonario que se da el lujo de irse a su mansión para escuchar el veredicto. La verdadera pena no son los 15 millones de dólares, sino el escarnio internacional, la pérdida de prestigio, las amenazas y la cancelación que se celebra, es decir, la vida destrozada que por fin tiene Amber Heard por atreverse a pelear, por ponerse al tú por tú. Quizás fue ingenua o pecó de ambiciosa, ninguna de estas opciones es un delito mayor. Lo que sí, se dejó llevar por el espejismo emancipatorio del que hablaba, creyó que en verdad el feminismo ya había triunfado y que podía usarlo a su favor, que bajo su paraguas podría guarecerse, tapar sus mentiras porque “ya no tiene caso luchar”, “ya nos ven realmente como iguales”, “sus reivindicaciones son cosa del pasado” como vienen sosteniendo sus críticos, intelectuales orgánicos de closet. Incluso la misma Alma Guillermo Prieto, periodista multipremiada, lo pone en duda en su libro, ¿Será que soy feminista?

     Pues no, en el terreno de la ley, la actriz fue condenada igual que quien la llevó a juicio. En las arenas de la ética y su praxis fallida es donde la opinión pública sigue siendo misógina y cómplice de un orden feminicida, donde solo ella y nadie más que ella es la gran culpable, como si ella y nadie más que ella hubiera sido parte de una pareja desequilibrada, horrorosa. No estamos listos, no me voy a cansar de repetir, para observar como objeto de estudio a los seres de los que hablaba Aristófanes en el Banquete, esos andróginos (dos personas en una) “de formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción», es decir, el mito de la media naranja, otra de las prerrogativas del amor romántico que debió separarse por el daño que se hacían o el enorme poder con que menospreciaban al mundo. No, aún no desmitificamos la idea de pareja. Mientras eso ocurre, es solo un integrante de ese dúo el que paga, pues alguien tiene que perder para que otro, siempre el mismo, gane. El poder necesita un enemigo, resistencias, servidumbre, ciertos corderos llamados mujeres o una tirana, la bruja, “¡quémenla, que no quede viva!”


[1] Federici, Silvia (2010). Caliban y la Bruja. Madrid: Traficante de Sueños.

[2] Gay, Roxane (2017). Confesiones de una mala feminista. CDMX: Planeta.

[3] Lutereau, Luciano (2020). El fin de la masculinidad. Buenos Aires: Paidós.

Alma Karla Sandoval

Doctora en Literatura, periodista, ensayista y poeta mexicana. Columnista de Gafe.info escribe la columna «Libros, cuartos y cuerpas». Dirige la Colección de Poesía Contemporánea «Lo que ellas nombran», Editora BGR.

Obtuvo las becas del FOECA y del FONCA en 1999 y 2001. En 2010 fue galardonada con la Beca de Creadores e Intérpretes con trayectoria del PECDA para escribir un libro de cuentos. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo AMMPE, en 2011, y los Juegos Florales de Cuernavaca, Morelos, en 2012. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano, el Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro en 2015 y los primeros Juegos Florales de Tepic, Nayarit. Se le concedió nuevamente la beca del PECDA para Creadores con Trayectoria en 2018. Seleccionada internacional para la residencia de Artes y Humanidades, Faber, en Cataluña. Obtuvo el Premio al Mérito Periodístico en crónica 2019, del Premio Nacional de Poesía María Elena Solórzano 2019, del Premio Gran Mujer de México 2020 por su defensa de los derechos humanos y su libro Necroescritura de los días muy vivos, resultó ganador de la convocatoria de obra inédita 2019. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2020. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués y ruso.

Equipo de Redacción

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