Maruja Salgado Ramos, más allá de una aficionada; por Nicolás Guerra Aguiar

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Nicolás Guerra Aguiar reseña la obra de Maruja Salgado, «Al pie de Tindaya».

Anda uno por la del alba, estimado lector, enfrascado en lecturas de autores consagrados y recién descubiertos. Los primeros son narradores del siglo XX y quienes forman parte de una restrictiva y discutible etiqueta (“literatura clásica”) limitada al mundo griego y romano. (¿Discutible? Sí. Vargas Llosa, por ejemplo, se estudia en clase, es un escritor clásico vivo, ‘modelo digno de imitación’. Diccionario).

Luego, en un plano más amplio y novedoso me intereso por quienes muestran al paso del tiempo la positiva evolución de una trayectoria ya casi madurada y, por tanto, distanciada de las iniciales escribanías… imprescindibles para la forja y consolidación de un escritor (son excepciones Nada, Tiempo de silencio…).

Se trata, pues, de novelas, cuentos, poesía, relatos cortos… más serenos, rigurosos, técnicamente renovadores y con dominio de las palabras. Estos autores, seguros ya de sí mismos, son capaces de crear obras que enganchan, atraen, seducen al lector. Y como este se encuentra plácidamente inmerso en su lectura, distendido e interesado en la obra que estéticamente le complace, llega hasta la última página aprovechando incluso minutos de entretiempo.

Eso me ocurrió con mi paisana Maruja Salgado Ramos, condiscípula en el Cardenal Cisneros de Gáldar, donde hicimos el Bachiller. Se trata de Al pie de Tindaya, novela recentísima (¿y por qué no recientísima? A fin de cuentas si la primera forma está más arraigada a su raíz latina recens – entis, la segunda se ha impuesto por los hablantes, únicos propietarios de la lengua).

Mi arribada a esta novela no es producto de azares, en absoluto. Tampoco influyeron paisajes y paisanajes comunes (a la manera unamuniana). Ni tan siquiera que la autora fuera teatralmente mi mujer en una obra que representamos en Gáldar allá en nuestra edades más juveniles, hoy maduradas y asentadas.

No. Todo se debió a Infonorte, el periódico digital arraigado en mi pueblo: tres de sus secciones están dedicadas precisamente a quienes tienen algo que comentar (“Opinión”), microrrelatar (‘decir más con menos’) o apuntar sobre su producción (“Literatura a ratos”). Y ahí, desde tiempos atrás, empecé a considerarla. Y cuando supe que en marzo salió a la calle la novela Al pie de Tindaya, me decidí a leerla. ¡Grandísimo acierto el mío! ¿Por qué? “Elemental”, diría Holmes: si los cortos leídos me habían atraído como curioso lector, al saber de esta novela sospeché “algo”, profesional intuición adquirida en el aula. ¿Qué descubrí?

1. Dominio de técnicas que revolucionaron la narrativa en el siglo XX (me atrevo: algunas de ellas apuntadas por Galdós). Lo cual, por sí solo, muestra una narración ya madura, bien hecha, incluso con ciertas osadías que podrían haberla convertido en un insoportable laberinto. Pero la astucia de la autora y el conocimiento de los recursos se imponen para dar lugar a grandes aciertos.

1.A. La intercalación de tiempos. La obra no mantiene -aunque podría sospecharse desde el inicio- la tradicional linealidad temporal (planteamiento—> desarrollo—> final) sin interrupción alguna. No sucede en ella, muy al contrario: a poco que uno se despiste puede perder el hilo conductor por el logrado entrecruzamiento.

Así, por ejemplo, el capítulo III (la acción, en La Oliva) termina con el previsible encuentro amoroso de la protagonista y su marido. A fin de cuentas “hay en el ambiente miradas ardientes cargadas de ansias” y palabras “quedas” entre ambos. Pero las iniciales líneas del siguiente y el Vº la ubican en Buenos Aires tres quinquenios después, cuando su marido ya es solo un recuerdo. Pasadas seis páginas, el capítulo VI la devuelve a quince años antes, Fuerteventura. Con lo cual el lector queda desorientado: ¿por qué aparece la majorera en Argentina?, se pregunta. Y, sobre todo, ¿por qué con otro hombre si la pasión sexual descrita en el III traslucía perfecta conjunción en la pareja?

A bote pronto parece que la narradora (preciso: una de las dos supuestas narradoras) numeró incorrectamente el capítulo IV y, por tal confusión, la comprensión se rompe bruscamente: desaparecida la hilación, la estructura se viene abajo. Pero no es así. Milagrosa Salgado sabe lo que tiene entre manos: simplemente adelanta acontecimientos. Muy logrado el recurso.

1.B. Apunté arriba la apariencia de dos narradoras. Una, a la manera tradicional, es omnisciente, lo sabe todo. Utiliza la tercera persona gramatical (“el sargento espera en la puerta”; “Gonzalo ridiculiza”…) para situar al lector y trasmitirle la información precisa: a fin de cuentas es un ser pasivo como receptor. Pero, ¡oh, sorpresa!, descubrimos algo curioso: otra persona -sin nombre por el momento- escribe “Así empezamos a conocernos”; “Cuando transcribo sus recuerdos”… Muy hábil táctica, enriquecedora: una relata hechos; la segunda entra en la mente de la protagonista a través del diálogo con ella. Pero son la misma. Y no lo descubriremos hasta bien avanzada la obra, cuando impacta en la lectura la aparición de Paz, periodista.

2. Los personajes están muy bien trazados, perfectamente ubicados en sus estratos correspondientes. No puedo entrar, claro, en cada uno de ellos. Pero sí destaco la intencionada voluntad de la autora de presentar a la protagonista como mujer capaz de contradecir a su marido (sargento de la Guardia Civil, Fuerteventura, 1955) en temas ideológicos. Más aún: toma -por amor y pasión humana- una valiente decisión que habría de trastornar su juventud. Pero, a la vez, la esperanza de recuperar a sus dos hijos varones le imprime mayor valentía para enfrentarse (es la España de setenta años atrás) a todo lo que pudiera frenarla.

Las páginas, mediante un aumento progresivo y controlado de tensión dramática, van llevando sutilmente al lector a identificarse con la heroína, envuelta en llantos y tensiones producidos por sus radicales decisiones. Y es en estas situaciones cuando, de repente, descubrimos la narración en tercera persona entremezclada con la primera. Así, recibimos con el directo “yo” los impactos emocionales de la protagonista.

Al pie del Tindaya -silencioso pero esclarecedor símbolo- es, en fin, una buena novela, grata. Maruja Salgado certifica con ella el logro de un trabajo bien hecho, agradable, atrayente…

Equipo de Redacción

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