Llegó el segundo invierno de Gafe; por Antonio Arroyo Silva

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Antonio Arroyo hace un repaso de los acontecimientos socioeconómicos y afectivos desde el primer invierno de la revista GAFE hasta el presente con que se abre esta edición.

En estos días se cumple el segundo invierno de la revista GAFE; en estos días, otro invierno en nuestra existencia. Empezábamos pletóricos de fiestas, consumíamos como cosacos y, después venía la llamada cuesta de enero de la que salíamos, si acaso, a trancas y barrancas. Bueno, ya no se dice «cuesta de enero», porque, después de tantas crisis que hemos padecido y padecemos cada vez con mayor intensidad, se trata más bien de un despeñadero. Antes se decía que cada vez era más difícil que el sueldo llegara a fin de mes. Más tarde se creó ese meme que decía «me sobra mucho mes al final del salario». Y ahora, los jubilados, después de estar toda la vida trabajando, rezan para que el sueldo les llegue, al menos, a principios del mes; pues es bien sabido que en España los jubilados cobran su paga sobre el 25 del mes anterior. Pues eso, después de pagar hipotecas, intereses bancarios, impuestos municipales; después de evitar un estallido social a base de seguir manteniendo a hijos mayores de 25 años en el paro y sin esperanza de conseguir trabajo, se llega a principios de mes con un agujero en el bolsillo y en el ánimo. El consumismo del que hablaba el año pasado ahora mismo me da risa. Aunque es cierto que la gente sigue llenando los centros comerciales, a pesar de que sabe que va a caerse por el despeñadero antes dicho. Ojalá volvamos a aquello de la cuesta de enero, después de hincharnos a comida de la buena, golosinas de todo tipo, regalos increíbles, etc. Se llegaba, del solomillo a la judía, pero felices.

Todo está mediatizado y no hay manera siquiera de protestar y menos en las redes sociales. No hay manera de descargarse de tensiones soltando un chiste. No voy a entrar en detalles. Ante cualquier tema salta la opinión de los opiniólogos que todo lo saben, engloban, critican y psicoanalizan sin caer en la cuenta del porqué de ese desaire y, la mayoría de las veces, con una falta absoluta del respeto y el decoro.

Y encima las consecuencias económicas del volcán de La Palma que van desde aquel que se quedó sin casa y sigue sin casa, hasta hacer una carretera por las pocas parcelas que perdonó la lava del Tajogaite (así se llama el volcán de marras). Y la guerra, y la hambruna y las mujeres asesinadas por sus parejas y mucho más que me hacen temblar cada vez que deseo una Feliz Navidad.

Como dice el narrador Emilio González Déniz en su columna de hoy 21 de diciembre, desear eso sería un deseo incompleto, porque no podríamos ser felices sin los otros. Y lo otros sufren. Pero sí podemos tener la ilusión de ver una luz que nos ilumine a todos y a todas en los peores momentos.

Antonio Arroyo Silva.

Equipo de Redacción

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